No te confundas: es Famaillá, no Miami

No te confundas: es Famaillá, no Miami

"Nosotros nos enteramos cuando muere alguien antes que sus familiares". Lo afirman los mellizos Orellana, guías exclusivos de LA GACETA en un recorrido por la ciudad que dominan desde hace casi 25 años. A su manera, consiguieron que la localidad haya trascendido y esté en boca de todos. La voz de la gente.Video.

COMO LOS DEL CARIBE, PERO RECARGADO. El balneario tiene quinchos de paja, una carpa para festejar casamientos, un barco, toboganes gigantes, delfines de yeso y una imagen de Poseidón. LA GACETA / FOTOS DE JOSE INESTA Y OSVALDO RIPOLL COMO LOS DEL CARIBE, PERO RECARGADO. El balneario tiene quinchos de paja, una carpa para festejar casamientos, un barco, toboganes gigantes, delfines de yeso y una imagen de Poseidón. LA GACETA / FOTOS DE JOSE INESTA Y OSVALDO RIPOLL

Famaillá tiene la pachorra de los pueblos. Temprano, alrededor de la plaza, la gente camina con pereza. A una cuadra de allí, un miércoles cualquiera, en cambio, el alboroto contrasta. Mujeres, hombres, niños y viejos se empujan para entrar a una casa de dos niveles y frente modesto. Adentro, quienes ya atravesaron el umbral embarran el piso. El gentío ha tomado la cocina, el comedor y el living. Un candelabro, del que cuelgan caballos de porcelana, ilumina la habitación. Otro malón de caballos, encuadrados, cubre las paredes. Parado en medio, el anfitrión recibe a la plebe. Se arrastran hacia él. Se cuelgan de su corpacho. Le murmuran cosas. Lo besan en la cara y en las manos. Dos días a la semana, José Orellana, el mellizo legislador, atiende en su vivienda a un ejército de demandantes. Jura que las puertas se abren a las ocho y se cierran sólo después de que entró el último. El método -explica- le fue útil para sepultar la burocracia. La mesa de la sala, por ejemplo, ha sido tapizada con frascos de remedios y cajas de focos de bajo consumo, que se regalan. Sólo cuando advierte el ingreso de la cronista silencia los clamores y va al encuentro al grito de "¡reina!".

Prestos, sus adláteres ahuyentan a los pedigüeños con palmadas. "El señor se va, vuelvan otro día", corren. Entonces, el convidante queda de pie en la habitación, circundado sólo por su mujer y una hija de nueve años. La esposa se desploma en un sillón y le acerca unos papeles. "Esta tarde rendimos Protocolo. Si el profesor me deja hablar, apruebo", dice él, con un guiño (estudia Derecho). "Lo que más odio de la política es bancármelas a todas", murmura ella, antes de desaparecer, enigmática, en el hueco de la escalera que conduce a los dormitorios.

El mellizo es bajo y robusto. Tiene pelo rizado y una imaginación tan desaforada que parece ir más allá del ingenio de la naturaleza. Junto a su gemelo, Enrique Orellana, el intendente, ha emprendido la misión de convertir a su tierra en un lugar de delirio perpetuo con la excusa de atraer viajeros. En los últimos años han erigido -por ejemplo- un balneario faraónico, réplicas de la Casa Histórica y del Cabildo y una avenida sembrada con esculturas precolombinas. Y van por más. Fantasean con un Disneyworld chiquito, un zoológico estático y un cementerio de ocho pisos y ascensor.

"Es que la política es una pasión", se justifica José. Los hermanos alternan en el poder desde 1987. Empero, militan en el justicialismo mucho antes. Hijos de un pelador de caña, lustrabotas y feriantes en su infancia, se definen a sí mismos como líderes naturales. En agosto pasado, con la lista del Frente para la Victoria, obtuvieron alrededor del 60 % de los votos en una ciudad que gobiernan sin oposición. Todos, los 10 concejales, son propios. "Es como ir al médico. La gente nos sigue votando porque la curamos", se defiende el legislador cuando se le pregunta sobre los riesgos de perpetuarse en el poder o sobre la corrupción de una administración sin detractores. Tienen otros hermanos. Uno de ellos, "Picky", está preso por homicidio. Pero de eso no le gusta hablar, así que invita al equipo periodístico a ver sus obras.

Subimos a una camioneta. Al mellizo le empieza a hacer calor. Se le nota en la camisa sudada. Abre la ventanilla y saca medio cuerpo hacia afuera. Va cómodo. "¡Papi, líder, ídolo, mi amor, reina, cielo!", les vocea a sus gobernados. En la calle hay poco tránsito, quizá porque todavía no es mediodía o porque Famaillá es siempre así. Tomamos una avenida larga, Bartolomé Mitre, y entonces voltea hacia atrás. "Me gustan las palmeras porque sacan las moscas. Algunos creen que traen mala suerte, pero ya ves que a nosotros no", sonríe.

Transitamos despacio, hasta que decide el rumbo y brama como un enloquecido: "te voy a llevar a un paseo que te va a cagar de gusto". Se trata de una caminería de piedra y madera, ideada para la juventud y desplegada a lo largo de un bulevar. Esta es, tal vez, la menos fanfarrona de las edificaciones de la "intendencia mellizo Orellana".



El itinerario continúa en el Parque Temático Historia de Famaillá, situado en una de las calles de acceso al pueblo. Allí se levantaron imitaciones en tamaño natural de la Casa de la Independencia, de la Pirámide de Mayo y del Cabildo original. Esta última, todavía en construcción, tendrá una sala de proyecciones y un restaurante. En el mismo predio se está edificando la Casa del Obispo Colombres y un paseo comercial con ranchos de comida y artesanías.

"La cultura y el turismo son el eje de nuestra gestión. Aquí llegan hasta 10 colectivos por día. La gente gasta en hospedarse, en comer y en llevarse un regalito. Quienes cargamos con responsabilidad institucional tenemos la obligación de ser innovadores". El que habla ahora es Enrique, el intendente, que acaba de unirse a la caminata. Lo hace en momentos en que el sol arde. Lleva su camisa roja con bordillos negros desprendida hasta el ombligo. "Hubo una etapa en que pusimos pavimento. Otra, en la que dimos servicios y viviendas. Ahora estamos en esta", añade José, el locuaz y conductor político del dúo. Mientras caminan, los hombres dicen que no se imaginan viviendo en otro lugar, pese a que alguna vez sintieron la tentación de mudarse a un country de Yerba Buena. Empero, confiesan que les gusta viajar, que conocen Brasil, Miami, México y París. Y que se inspiran en lo que ven afuera. El Paseo de la Libertad -una explanada contigua al Cabildo en la que se izaron banderas de América Latina- fue copiado de uno de esos periplos.

De vuelta en la camioneta, rumbo al balneario, el legislador transita otra vez con su ventana baja. Los transeúntes que lo reconocen se abalanzan. Remedios, suplican unos. Trabajo, piden otros. Casa, demandan muchos. Y él les devuelve promesas ("corazón de mi vida, quedate tranquila que no me olvido de tu módulo"), órdenes ("Carlitos pintá esa escultura por favor, dejá de pelotudear") y saludos (¡Pocha, feliz cumpleaños!). Luego sube el cristal polarizado, deja que el aire acondicionado le dé en la frente y suelta una frase que sintetiza lo que ocurre en ese feudo: "nosotros nos enteramos cuando muere alguien antes que sus familiares".

El conductor busca música en la radio. Consigue sintonizar y el viaje avanza sin palabras, hasta llegar al descomunal piletón. Los Orellana salen de los coches con el pecho inflado. No es para menos. La alberca está decorada con quinchos de paja, toboganes gigantes, una estatua de Poseidón, figuras de lobos marinos, delfines de yeso, un barco para navegar y una carpa donde realizar fiestas gratuitas. Ladeado por sus creaciones, el intendente, anuncia que está planeando construir, cerca de allí, un parque comercial. "Serán varias hectáreas con servicios", explica.

Es tarde. Volvemos a los vehículos y aceleramos para ver el Museo a Cielo Abierto. De tanto andar comienzan a aparecer, una tras otras, esculturas primitivas emplazadas a lo largo de tres kilómetros en la avenida Pedro Riera. "Esta calle se ha convertido en uno de los principales atractivos", se vanagloria José. Las estatuas, tantísimas, llegaron a Famaillá tras un concurso de esculturas, agrega.

Después nos conducen al Paseo de los Artistas, otra serie de modelados dispuestos en una de las calles de entrada al pueblo, y que recrea a los folcloristas más conocidos. "Si te parás frente a la estatua de Mercedes Sosa, te canta", promociona el legislador -cuando hicimos la prueba, ni bisbiseó-. Finalmente, vamos a un inmenso campo donde duermen los muertos. El paredón que los encierra ha sido iluminado con faroles coloniales. Decorado con vitraux. Y pintado de rosa. Ingenio no les falta. Es mediodía y el sol resplandece en el asfalto. Pasamos por un apetente olor a empanadas. Nos quedamos con ganas de paladear porque el viaje ha terminado.

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La gente dice otra cosa...
"La ciudad está muy bien, ha progresado y ahora se consigue trabajo". Arturo Vargas, 25 años, constructor.

"Hay mucha obra pública; se ve cantidad, pero no calidad. Los Orellana hacen edificaciones, pero no planean que éstas duren. Todo lleva materiales baratos. La salud tampoco es buena. Al hospital le cambiaron la fachada, pero adentro no hay nada. A veces, ni médicos se consiguen. Y sobra la corrupción política. La Municipalidad, por ejemplo, tiene muchísimos empleados". Ezequiel, comerciante (pide reserva de identidad).

"Soy de Concepción, pero hace cinco años que vivo aquí. Y, si comparo, la verdad es que extraño mi tierra. Allá hay de todo, acá no tenés nada. Es otra la vida en el sur, con facultades, cines, comercios, etcétera". Andrea Galván, 37 años, ama de casa.

"Esta ciudad ha crecido bastante en los últimos tiempos, sobre todo en obras públicas. Pero la salud y la seguridad siguen en deuda, por los robos y porque en el hospital faltan remedios. Tampoco se consigue trabajo, a menos que seas amigo de los Orellana y te den algo en la Municipalidad". Ana Aguilar, 51 años, ama de casa.

"El hospital es grande y lindo, pero no tiene médicos. Tampoco hay facultades para que podamos seguir estudiando". Soledad Heredia y Fatima Miani, 15 y 16 años, alumnas secundarias.

"Famaillá está cada día más linda. Ya no se ve tanta pobreza como antes. Mucha gente trabaja en la textil, en el ingenio y en la Municipalidad". Cintia de Ruiz, 49 años, ama de casa. LA GACETA ©

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