Obra que roza la perfección

Obra que roza la perfección

SOLEMNEMENTE GRANDE. La proyección de un imaginario ancestral, junto con su inteligencia y su ironía, constituyen el verdadero legado borgeano. SOLEMNEMENTE GRANDE. La proyección de un imaginario ancestral, junto con su inteligencia y su ironía, constituyen el verdadero legado borgeano.
12 Junio 2011
CUENTO
EL ALEPH
JORGE LUIS BORGES

¿Qué se puede decir de El Aleph que no se haya dicho antes? Seguramente muy poco. En todo caso, creo que nadie puede dejar de repetir que quizá sea uno de los dos mejores libros de Borges (el otro sería Ficciones) y que sin duda roza la perfección. Es más, si no hubiera publicado otra cosa, su mérito no sería menor. Porque leer a Borges es adentrarse en la experiencia del asombro y la perplejidad. La aventura de El inmortal, en este sentido, nos arroja a ese mundo inconcebible en el que la muerte sería deseable por aburrimiento y repetición. No es casual que el segundo cuento del volumen se llame El muerto. La sutil línea que los une, además de la evidenciada en los títulos, tiene que ver con la exploración de ciertos aspectos de la omnipotencia y sus consecuencias a veces paradójicas. Así, el poder como asesino del deseo deviene en el asesinato como deseo del poder (una idea que se repite en Los teólogos, ficción urdida a la luz de Shopenhauer).
Con los siguientes tres cuentos Borges nos retrotrae a un ámbito más familiar, pero no por eso menos sorprendente. Proveniente del Martín Fierro leído como un western, Biografía de Tadeo Isidoro Cruz es una obra maestra de la coherencia y la emoción, suficiente para refutar a todos los que ven en Borges a un autor apático; por si esto fuera poco, una sola frase le basta para prefigurar El pensamiento salvaje, de Lévi-Strauss.
Por último, con La otra muerte y El aleph asistimos a dos ficciones fundamentales. Acá, el carácter alucinatorio del mundo y los vasos comunicantes entre lectura y realidad se anudan de manera indiscernible, y por momentos, perturbadora. Imposible salir indemne de un texto que postula que Dios (o nuestro deseo, para el caso es lo mismo) puede cambiar el pasado a su antojo (siguiendo al teólogo medieval Pier Damiani, pero también con ecos de Henry James y de Nietzsche), y eventualmente hacernos desaparecer, sobre todo si nuestra existencia entra en contradicción con el (nuevo) orden (antes sólo potencial o virtual). Imposible no sentir que El aleph está prefigurando el futuro (nuestro presente), un porvenir en el que todos nuestros actos pueden ser contemplados a través de una suerte de memoria universal. Imposible no intuir que el gran mérito borgeano es la proyección de un imaginario ancestral (suerte de faro que ilumina el mundo que nos rodea), y que junto a su inteligencia y su ironía son su verdadero legado, eso que lo ha convertido en el más grande escritor argentino de todos los tiempos.
© LA GACETA

Marcelo Damiani

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