El papel del filósofo

El papel del filósofo

Alberto Rougés presentó a Ortega y Gasset en 1916.

ALBERTO ROUGÉS. El destacado pensador tucumano, en una fotografía de 1940. LA GACETA / ARCHIVO ALBERTO ROUGÉS. El destacado pensador tucumano, en una fotografía de 1940. LA GACETA / ARCHIVO
José Ortega y Gasset (1883-1955) disertó en Tucumán en octubre de 1916. La presentación del célebre filósofo corrió a cargo de su colega, el doctor Alberto Rougés. Es posible intentar siquiera una síntesis, muy superficial, de sus palabras. Advertía que, súbitamente, la realidad tangible que circundaba a los oyentes iba a volverse insegura y problemática. Es que se aproximaba alguien "que tiene el terrible poder de turbar el reposo profundo de las cosas", y de "poner en peligro la prístina afirmación del mundo sensible".

La meta de este personaje era "la recóndita, la inquietante profundidad"; o sea "la realidad filosófica: conciencia, espíritu, continuo material, flujo eterno, representación, perspectiva". Pero cabía preguntarse entonces qué ganaríamos al ser privados "de la tranquila posesión de nuestra realidad o nuestra ilusión, llámesela como quiera": para qué "la sombra, el dolor de la sombra". Contestaba Rougés que el bien del espíritu es la meditación, "pero ha de empezar ella por crear la sombra, es decir el problema". Hay que bendecir la luz, pero sin rehusar "el lote de problemas que somos capaces de aclarar en la vida". La extraña suerte del pensador es, precisamente, "dar luz y llevar en su entraña la angustia de la sombra".

Volvía al comienzo. ¿Quién era, entonces, ese "héroe del pensamiento", ese turbador? Respondía como, en "El Sofista", lo hizo Teodoro: "si no creo ver en él un Dios, lo tengo al menos por divino, porque los filósofos son para mí hombres divinos". Y "eso que en los países de habla castellana es un prodigio, y que en todos los países es algo extraordinario, eso es don José Ortega y Gasset".

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