El día en que Juan Pablo II convulsionó Tucumán

El día en que Juan Pablo II convulsionó Tucumán

Un periodista de LA GACETA recuerda su encuentro con el Papa, en 1987. Soportó el arduo calor y emocionó a miles de fieles. Una sorpresa en las fotos.

MOMENTO HISTORICO. Juan Pablo II soportó con estoicismo el calor tucumano y emocionó a miles de fieles. LA GACETA/DANIEL SALVADOR MOMENTO HISTORICO. Juan Pablo II soportó con estoicismo el calor tucumano y emocionó a miles de fieles. LA GACETA/DANIEL SALVADOR
La visita de Juan Pablo II, hace 24 años, convulsionó a la provincia. Creyentes de distintos rincones de Tucumán no dudaron en pernoctar en las inmediaciones del Aeropuerto Internacional de Cevil Pozo para ganar, al día siguiente, una ubicación privilegiada. Entonces, todo lo justificaba. Era la única oportunidad para ver y escuchar al Papa viajero. Era un momento histórico. Por primera vez, un pastor de la grey católica venido desde Roma pisaba el suelo del Jardín de la República.
Aquel 8 de abril de 1987 amaneció límpido y fresco. Con los primeros destellos del sol se podía ver cómo, por los distintos caminos polvorientos que conducían hacia la estación de vuelos, los grupos se aproximaban al lugar de la cita.
Con el correr de las horas llegaba más gente y el vallado entorno del escenario daba la impresión de que no iba a poder contener a tantas almas. A una hora de la llegada del avión oficial, el Tango 02, la multitud superaba las 50.000 personas.
En ese momento -eran las 15, aproximadamente-, el calor era insoportable. Las mediciones oscilaban entre los 39º y los 40º. Los rayos del sol caían directos sobre la multitud, que aguantaba entre rezos y cánticos. Entonces aparecieron los bomberos que, con chorros de agua salpicados desde el vallado hacia el horizonte, y en medio de aplausos, hicieron su aporte para mitigar el agobio. También ayudaban a trasladar a los descompuestos y desmayados que -por decenas- eran atendidos en los puestos sanitarios.
Mi experiencia
El Papa llegó en la víspera de mi cumpleaños 32, y en el avión en el que tuve la suerte de viajar a Chile unos años después. Entonces era cronista deportivo y cursaba el segundo año de la carrera de fotografía en la UNT. Ese día salí a media mañana de la redacción del diario rumbo al aeropuerto, con el objetivo de, además de estar junto a su Santidad, aprovechar el momento para tener mis propias fotografías pero a partir del ejercicio de utilizar un sólo rollo. Es decir, buscar las mejores imágenes o momentos de la forma más natural posible.
Llegar fue toda una odisea. No estaba acreditado y los controles eran férreos. Tuve que recorrer 8 kilómetros hasta el aeropuerto. Primero tomé un colectivo equivocado y terminé en Banda del Río Salí. Desde el ingenio caminé hasta un camino de tierra que iba directo al aeropuerto. Durante el recorrido, tomé conciencia de las muestras de fe de los tucumanos. Mujeres desafiando el calor cargaban a sus hijos en brazos a paso firme, entreveradas entre ancianos y grupos de jóvenes que se daban tiempo para ayudarlos, o para empujar a quienes iban en sillas de ruedas en medio del pedregoso camino. Era una marcha teñida de blanco y amarillo, los colores pontificios, que parecía invencible ante las adversidades.
Al llegar a los vallados, colegas de LA GACETA y personal del aeropuerto me ayudaron a acomodarme en el lugar reservado para los periodistas. Era una tarima con escalones, donde se podía ver el elevado escenario y, detrás de aquel vallado, una ola humana gigante, llena de fe y devoción.
Primer contacto
Cuando me ubiqué, las pulsaciones se me aceleraron. Sólo tenía que esperar unas cuatro horas para cumplir mi sueño, que era el mismo de los miles de peregrinos apostados alrededor. Por eso aproveché para sacarle fotos a unas monjas que habían llegado desde Paraguay; a sacerdotes que, al mejor estilo "futbolero", habían anudado las cuatro puntas de sus pañuelos para ponerlos en la cabeza y atenuar los rayos del sol; y a los bomberos arrojando los "benditos" chorros de agua a la multitud.
A las 16.30 llegó el avión que traía al Papa y estallaron los vítores y aplausos. El verde del entorno se transformó en blanco y amarillo al ondear miles de banderas. La escena se repitió cuando Karol Wojty?a enfundado en una sotana blanca, casi resplandeciente, apareció en lo alto del escenario. Ese primer contacto entre el pastor y su grey tuvo un alto contenido emocional. En lo personal, me paralizó unos minutos contagiado por el protagonismo de un hecho histórico. Me costó abstraerme y apuntar con la lente hacia esa imagen casi celestial.
Durante una hora y 45 minutos que duró su visita a Tucumán, Juan Pablo II soportó estoicamente el implacable calor y hasta pareció dormido en algunos pasajes del acto litúrgico. En otro momento, dejó ver su rostro enrojecido cuando fijó la mirada, como extasiado, hacia la imagen de la Virgen de la Merced, ubicada también en el escenario. Era como si el Pontífice le estuviera comentando el momento. Entendí también que había algo de cansancio en ese ser humano vestido de blanco, ya que venía a la provincia después de una celebración en Córdoba, horas antes.
Un regalo
Durante la lectura de su mensaje al pueblo tucumano, el Papa mostró una renovada fortaleza. En un castellano que sonaba casi gutural, llamó a la reconciliación entre los argentinos y reclamó mayor solidaridad y participación en proyectos comunes. 
La ovación selló el final y Juan Pablo II se dirigió a la pasarela para dar su bendición a tantas almas tucumanas. Fue el momento en que más cerca estuve de él. Hasta le toqué la sotana en esa única pasada. Me había olvidado de las fotos. Era una poderosa sensación la que me recorría el cuerpo, como una alegría que casi me ahogaba. Pero otra vez enfoqué y seguí obturando mi cámara en esos últimos minutos. Luego del contacto con su rebaño, el Papa viajero se perdió entre custodios y clérigos en el edificio del aeropuerto. Cuando despegó el avión, la cámara marcaba la foto"36".
Al día siguiente, cuando revelé el negativo, recibí el mejor regalo por mi cumpleaños: las fotos tenían un "plus" inesperado. Convencido de que el rollo era blanco y negro, le pedí a "Gonzalito", fotógrafo de LA GACETA, un filtro amarillo para atenuar la claridad por el fuerte sol. Pero en realidad el rollo era a color. Además, ninguna imagen se distorsionó, la máquina no falló -como venía haciéndolo- y pude obtener en calidad de "ensayista" de reportero gráfico, el mejor álbum personal de fotos de quien, en pocas horas, será beatificado y en el corto tiempo puede ser declarado santo.

Comentarios