La epidemia de los que no quieren ver

La epidemia de los que no quieren ver

La cadena de casos de maltrato infantil devuelve a la agenda pública la problemática de la violencia de género. Los desafíos del Estado.

En su libro "Infancia maltratada en la posmodernidad", que publicó el año pasado, la experta en violencia de género Silvina Cohen Imach desnuda los "efectos colaterales" del maltrato a los chicos. En esa investigación, la psicóloga tucumana afirma que el 70 % de los chicos maltratados tienen un rendimiento escolar más bajo que aquellos que no lo son. Lejos de estigmatizarlos, lo que ella analiza es que esos chicos "aparecen como retrasados". Y asegura que no lo son, sino que hay "algo que los está inhibiendo de ese saber, y es el hecho de que ellos saben mucho de una escena traumática de la que no pueden hablar".

No es casual, entonces, que sea la escuela el territorio principal en el cual ese maltrato se vuelve visible. En la Justicia, una parte importante de las denuncias por maltrato a chicos provienen del Servicio de Asistencia Escolar (Sase); o vienen de los vecinos, que no pueden soportar oír y ver lo indescriptible. En la mayoría de los casos, el núcleo familiar directo se hace el distraído; no ve lo que no quiere ver.

En estos días, los tucumanos asisten horrorizados a la trágica muerte de Micaela, una nena de cuatro años, por -se presume- los golpes de su padrastro. Y la tragedia -que en otros tiempos hubiera sido registrada como una tragedia individual -adopta ya la forma de epidemia social. Las pruebas están a la vista: en el lapso de diez días, a la opinión pública tucumana la han sacudido otros tres casos de nenas maltratadas, dos de ellas, hermanas.

Puede haber variantes en la anécdota entre situación y situación (en un caso, el hombre le pegaba con un cinto casero ¡porque la nena era lerda para aprender a contar hasta cinco"! )

Pero el factor común es el mismo: siempre hay un individuo que ejerce a los golpes su manera de hacer sentir el poder. A diferencia de Micaela, que no pudo escapar a la muerte porque tenía apenas cuatro años, las hermanas (una de 12 años, otra de 10) sí lo hicieron. Cansada de los abusos de un padrastro violento, una de las chicas huyó de su casa materna y pidió refugio en la casa de su abuela. En lo que sí comparten destino todas esas nenas es en el perfil de sus madres. En la mayoría de los casos, las mujeres persisten en negar el conflicto. ("Yo creo que esta vez va a aprender que tiene que cambiar; espero que cambie", desliza una de las madres involucradas, en una de las crónicas de LA GACETA sobre esta secuencia de casos de nenas maltratadas por sus padrastros).

Expertos y funcionarios judiciales coinciden en que esas mujeres no pueden romper el círculo vicioso de dependencia múltiple que se ha entablado con el amante golpeador, llegando a extremos impensables. Hay casos de chicas que denunciaron que fueron violadas por sus padrastros y que luego levantan la denuncia, presionadas por sus propias madres. Y hay también, dicho en voz baja por los propios funcionarios, numerosos casos de "madres accidentales" (con hijos no buscados) que en un primer impulso renunciaron a sus hijos; pero, que, asignación universal mediante, llegan a los Tribunales en legiones, a reconocerlos. Cuentan los mismos funcionarios que por ese motivo, en Tucumán casi no hay niños en condición de ser adoptados: una excelente noticia, siempre que ese niño no se haya convertido en una suerte de "mercancía" para cobrar la Asignación Universal, una herramienta social indispensable cuyo uso a veces es malversado.

Es en estas instancias donde se vuelve imprescindible le presencia tutelar del Estado, no sólo en el orden penal para sancionar a los victimarios sino, además, en el de la contención a las víctima (fundanmentalmente, los chicos) y en el de la concientización a la mujer de que es posible una vida autónoma: y que la maternidad implica obligaciones.

En los últimos años el Estado (el nacional y el provincial) ha provisto normas y herramientas para "empoderar" a las víctimas, animándolas a denunciar su situación de violencia por distintas vías. Y si hasta hace unos años la única alternativa posible a un entorno familiar violento eran los tradicionales institutos, hoy ese formato está en crisis. Precisamente, en la investigación que hizo Cohen Imach, y que se puede leer en "Infancia maltratada en la posmodernidad", la experta sostiene que el niño maltratado tiene una muy baja autoestima. Y que ese fenómeno se agudiza en los chicos institucionalizados. ¿ Qué se hace entonces si el chico tiene una familia disfuncional?

En los pasillos judiciales, la primera apuesta siempre es "la familia es lo mejor"; y si el círculo más estrecho es irrecuperable, todos miran hacia la familia "ampliada". Y si esa opción no aparece, es, nuevamente, el Estado el que deberá redoblar la apuesta. Y podría hacerlo diseñando y ejecutando experiencias institucionales nuevas, tanto en lo organizativo como en la faz edilicia. Los funcionarios judiciales que conocen el paño aseguran que por más mejoras que se intenten sobre los institutos que hay en Tucumán, estos siguen reproduciendo el modelo represivo del patronato del siglo pasado, tanto en la faz edilicia como en las pautas normativas de convivencia. Igual el remedio que la enfermedad.

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