La noche en que Palito lloró ante su público

La noche en que Palito lloró ante su público

Con recuerdos, con anécdotas y con un nudo en la garganta, Ramón Ortega realizó su último gran concierto en Tucumán. Sentimientos.

La noche en que Palito lloró ante su público

Lustró botas, vendió cítricos, fue canillita y arregló calefones; y en épocas duras -dice- llegó a cazar ranas para paliar el hambre. Pero también las degustó en el restó más famoso de París, en el pico de su éxito. Ese, el “changuito” que creció junto al cañaveral, conquistó el mundo: conoció la fama, vivió el éxito y cruzó fronteras que eran inalcanzables. Ese, el que marcó una generación, volvió a casa para decir adiós. Luego de más de 60 años de carrera, Ramón Palito Ortega se despidió de los escenarios en Tucumán.

Lunes por la noche. Es la tercera función -en la provincia- de “Gracias”, el tour despedida que el cantautor está llevando por toda América. Pero este concierto no es como los otros: es -al menos así se anuncia- la última vez que él se encontrará con sus coprovincianos desde un escenario. Desde temprano, el teatro Mercedes Sosa empieza a colmarse de fanáticos; en el hall se mezclan los que tienen entrada (gratis) y los que esperan que la suerte los haga entrar. Nadie quiere perdérselo: dentro de la sala hay alguno que otro cartel; y se ven por encima algunos vinilos del Rey, long plays (LP) que dan cuenta de su éxito y de su permanencia. Esa vigencia se ve también en su público; sí, mayormente son personas que lo siguen desde El Club del Clan, pero también hay jóvenes y hay pequeños que esperan verlo. ¿Qué tucumano no ha escuchado a Palito en casa?

Un viaje al recuerdo

Una abuela y su nieto se miran con complicidad y sonríen con los primeros acordes. Al mismo tiempo, una señora -ya en sus 90- se esfuerza para aplaudir. A la par, hay un hombre con los ojos vidriosos. Un poco más atrás, una madre con su bebé hacen palmas, y otra mujer llora sin parar. “Un muchacho como yo/ que vive simplemente/ que confía en los demás/ y dice lo que siente”, empieza a cantar. Pasadas las 21.15, con smoking negro y con zapatos de charol, sale a escena: se proyectan fotos de su juventud y todo luce colores de tono vintage, para mostrar aquello que le dio fama mundial.

Su público enloquece: desde las butacas, algunos osados comienzan a hacer algunos pasos de twist. “¡Cuántas emociones! Tantos recuerdos trae volver siempre a casa, al punto de partida”, atina a decir, pero es interrumpido por los gritos del público. “Un día, tenía 17 años y partí de mi provincia con una pequeña valijita de cartón que había pedido prestada y que no tenía nada dentro. Pero estaba repleta de sueños -recuerda-; y así empezó mi historia. Pasaron los años y cada mañana me levanto agradecido a Dios, por tener la inmensa alegría y emoción de estar de pie y de seguir andando por los caminos con este puñado de canciones”.

Ante la atenta escucha de su público, sigue cantando: “Bienvenido amor”, “Viva la vida”, “Corazón contento” y “Despeinada” completan el primer bloque de éxitos. Pero cada tanto se desconcentra. “Hermoso”, le grita una mujer y él se encoge de la vergüenza. “Me da miedo cuando empiezan a gritar cosas, porque tengo miedo que aparezca alguien a quien le debo dinero”, dice entre carcajadas.

Cada vez que deja de cantar, vuelve a sus orígenes. Recuerda a su padre y a su abuela Sofía, a sus vecinos y a quienes lo ayudaron. Cuenta anécdotas de sus primeros pasos en la música, relata que algunas de sus canciones (como “La felicidad”) se doblaron a lenguas ajenas y hasta se anima a entonar “Ragazza Dagli Occhi D’oro”, la versión en italiano de “Muchacho que vas cantando”.

Pero no todo fue éxito -resalta- y por eso quiere dejar un mensaje especial a su público. “De mi primer disco sólo vendí tres: uno lo compró mi papá, otro mi abuela, que quería darme una mano y el otro no sé quién”, dice entre risas. “¡Acá está el otroooo!”, grita un hombre mientras sostiene ese primer LP. “Cuando uno abraza un sueño, ante la menor adversidad o ante la primera puerta que se cierra, no hay que bajar los brazos. Hay que seguir. Si yo, hermanos, hacía caso a todo lo que me decían en Buenos Aires, agarraba mi valijita de cartón, me tomaba el trencito Estrella del Norte y me volvía a mi provincia. Pero yo dije ‘a mí no me van a vencer’. Y acá estoy; de eso se trata la vida, de no bajar los brazos nunca”, sentencia.

El concierto entero es una oda al recuerdo. Rememora sus trabajos de adolescente en Al Hogar Feliz o en Casa Perpetua; y más tarde, le da su espacio a Lalo Fransen que interpreta “Locura rítmica”, “Ven a bailar y corre González” y “La Bamba”.

De repente, el Mercedes Sosa es una gran fiesta: “Decí por qué no querés”, “Camelia” y “Que Dios te bendiga” completan un popurrí que hace parar de sus asientos a todos. Sigue con “Popotitos”, “Lo mismo que a usted”, “Sabor a nada” y “Changuito cañero”.

Momento quiebre

Lo más emotivo llega casi al final. “Autorretrato de mi vida” es la canción que Ortega elige para decir adiós. La pieza, escrita en 1979, es una reflexión sobre el camino recorrido, acompañada por varias postales de su prolífica vida. Pero, de repente, no puede seguir: la emoción lo supera. Se quiebra antes de la parte más emotiva y más presente de la canción: “tal vez un día encuentre al niño aquel/ llevando a cuestas su vejez/ quién sabe adónde”.

El nene luleño y el artista del mundo se reencuentran por un momento: a los 81 años, en casa y despidiéndose de un público que tanto le ha dado. Los aplausos le dan la fuerza necesaria para reconstruirse y terminar la canción. Pero no quiere que la tristeza lo domine; y decide terminar con alegría. “Yo tengo fe” y sus pegadizos “laralalá” dan por terminado el último gran concierto de Palito Ortega en Tucumán. Él se va de la escena, pero sus canciones seguirán sonando por siempre en los corazones de sus fans.

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