Tucumanos inseguros

Como si fuera una metáfora la incapacidad por encontrar una forma de darle seguridad a la provincia define también la incapacidad de los dirigentes para construir objetivos comunes y proyectos con futuro. Detrás de las rejas.

No hace mucho los almacenes de barrio y las casas de comercio del microcentro eran libres.

Se despedían los años 80 y la hiperinflación empezaba a corroer a toda la sociedad con saña. No se hablaba de grieta. La palabra de moda era saqueo. Cuando nadie lo esperaba ciudadanos y policías salían a las calles y bailaban una rara y macabra danza. Iban y venían, imitando movimientos, pero espantando el futuro. Desde aquella época los comercios del centro y los almacenes de barrio quedaron presos para siempre. Detrás de las rejas, sus dueños y empleados atienden. Aterrados de que sus vecinos los traicionen, les roben o los maten.

Desde que la sociedad quedó presa de sí misma la política no ha sabido cómo liberarla. Ha fracasado. Tanto es así que en los últimos comicios la seguridad ha sido el tema principal de la campaña. Incluso el flamante gobernador electo ha anunciado que ése será un tema que va a abordar con supina atención en el comienzo de su administración.

En esta semana en la que no está muy claro quién gobierna también el tema seguridad es central. Mientras Juan Manzur, el gobernador en funciones, y Osvaldo Jaldo, el vicegobernador a cargo y gobernador electo, paseaban por Buenos Aires, Sergio Mansilla hacía malabarismos para que las instituciones tucumanas no se duerman. Entre las cosas que se analizaron es el nombramiento de por los menos 500 nuevos policías. Se argumenta que serán fundamentales para caminar por las calles para darles tranquilidad a los tucumanos.

La imaginación en el tema seguridad no ha sido una de las virtudes de los gobiernos de los últimos años. Cárceles, nombramientos, uniformes, nombramientos, cámaras, nombramientos, instrucción, nombramientos, cambio de ministro, nombramientos, nuevos vehículos, nombramientos, centros de monitoreo, nombramientos, una que otra ley y nombramientos. Esa ha sido la política central de la seguridad.

Actualmente Tucumán tiene un promedio de 6,4 policías cada 1.000 habitantes. La Organización para las Naciones Unidas recomienda que los gobiernos deberían tener 2,8 policías cada 1.000 habitantes. Es cierto que la mayoría de los países de América no le llevan mucho el apunte a la ONU y tienen un promedio de 3 o 4 policías por cada 1.000 habitantes, pero nunca son tan exagerados como los tucumanos.

No hace tanto tiempo, en noviembre de 2016 visitó la provincia el representante de la Corporación Andina de Fomento-Banco de Desarrollo de América Latina. En esa oportunidad, Jorge Srur explicó que la inseguridad se combate no sólo con más policías sino, sobre todo, con trabajo, cultura y educación. Aparentemente, a sus palabras se las llevó el viento. Incluso, Srur sugirió que los gobiernos deberían preguntarse si el problema de la inseguridad debía ser tratado sólo por la policía en vez de ser abordado de una manera global como una cuestión que afecta al desarrollo social. Llegó a ejemplificar que un intendente que ilumina una plaza está contribuyendo a dar seguridad a la población. Muchos intendentes de Tucumán iluminan plazas, pero también compran cámaras y hacen nombramientos y más nombramientos obligados por los niveles de delincuencia. Esta tarea debería ser una materia exclusiva del Poder Ejecutivo, sin embargo ya es parte de la gestión municipal

Tucumán ha fracasado en materia de seguridad. La provincia y sus ciudadanos siguen presos. Hasta para comprar un caramelo hay rejas de por medio. Tal vez sea el momento de comenzar con otras ideas y no seguir dando vueltas en el mismo sentido como el perro que intenta morderse la cola. Los nombramientos no han alcanzado. Tal vez hayan servido para contener la desocupación, no para sentirnos más seguros.

Los discursos que vienen

¿Qué hay después de las elecciones? Los ciudadanos en general, creemos que vienen el trabajo y la puesta en marcha del proyecto que la sociedad ha impuesto con su voto. Malas noticias: después de las elecciones viene un deseo desesperado de descansar. Luego se impone el pase de factura de aquellos que no cumplieron con lo prometido. Finalmente, vienen los reacomodos personales y particulares ante la pérdida de espacios. Pero en el caso de Tucumán, además, después de los comicios, vienen las elecciones.

En la provincia todavía se están revisando los guarismos para saber quién tuvo la culpa o la responsabilidad de los resultados. En el resto del país ya están en marcha las estrategias discursivas que nos aturdirán en los próximos 45 días.

El oficialismo que ha sido rebautizado como Unión por la Patria va a plantear que Juntos por el Cambio y la débil estructura de Javier Milei son lo mismo. Se escucharán voces que advertirán que ambos defienden un proyecto neoliberal que hará un devastador ajuste. Y, cuando hablen de sí mismos se definirán como un proyecto nacional y popular que rechaza la devaluación y que promueve la redistribución política y económica.

En la vereda del frente, Juntos por el Cambio insistirá hasta el día en que se declare al veda electoral (el 11 de agosto a las 8) que todo es kirchnerismo. No hay diferencia entre Alberto, Cristina o Massa y que las malarias que afrontan los argentinos tienen como único origen el peronismo.

Esos serán los dos discursos que se escucharán en la Argentina que viene. Las fuerzas de izquierdas seguirán levantando sus voces afónicas que exigen un cambio de discurso urgente para refortalecerse. Y a todos se sumará el díscolo, desordenado y muchas veces desopilante relato de Milei. Su ego se ha inflado con la potencia de las encuestas, pero se ha ido desinflando con los resultados electorales que se han convertido en la kriptonita para este devaluado y engreído Supermán moderno.

El ocaso de los líderes

Las elecciones en Tucumán ha dejado en claro que el recambio ha comenzado. Tal vez las generaciones futuras consideren estos años como la etapa en la que los viejos dirigentes han empezado a colgar los guantes y a disfrutar de los recuerdos. ¿Será el ocaso de los líderes? Bussi, Manzur, Alperovich, Ruiz Olivares y otros que han tenido menor trascendencia –y poder- empiezan a ver cómo sus ciclos se van cerrando.

Un caso muy particular es el del actual intendente de la Capital, Germán Alfaro, que afronta una última batalla a todo o nada. Una mala perfomance en las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias podría dejarlo en las puertas del Anses de la política. Una derrota por un voto y empujado por la ley de cupo femenino lo pondría en tercer lugar en la lista de diputados de Juntos por el Cambio. En cambio, si lograra imponerse en las PASO ante Mariano Campero se mantendría en el lote de los líderes sobrevivientes de esta época.

En la última mitad del siglo que se fue para siempre estuvieron al mando de la política tucumana hombres como Celestino Gelsi, Amado Juri, Fernando Riera, Benito Orlando Ferreyra. Seguramente son nombres discutibles, pero sin embargo tenían un apego muy claro a un proyecto determinado con discursos ajustados a esos ideales. Los liderazgos modernos que empiezan a dibujarse aún son pequeños caciques que conducen sus tribus en base a aparatos costosísimos en los que están ausentes el debate político y el modelo de provincia.

Hubo una generación que dejó su firma hace 100 años exactamente. En aquel entonces, la llamada “Generación del Centenario” fue un grupo de hombres que no sólo ponían su pensamiento y su cultura a disposición de la tarea pública sino que además tenían un proyecto y tras él fueron. Para ello armaban políticas en función de ese fin. Ya en aquella época sabían que “Dios atendía en Buenos Aires” y que los recursos había que ir a buscarlos a 1.200 kilómetros de distancia, pero no terminaban mendigando ni promoviendo clientelismos improductivos. Iban en busca de caminos, rutas, sistemas de riegos, vías de trenes que llevaban implícito un progreso.

En estos comicios que ya se despidieron no se escucharon proyectos comunes de obras ni siquiera de sueños. Tampoco se promovieron instancias para el desarrollo de empleos con la participación de lo público y de lo privado y ni hablar de acciones con las provincias vecinas. Los discursos se perdieron en discusiones e insultos personales.

Tal vez por eso seguimos presos de nosotros mismos.

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