Clorindo mirando el mar
CASA CAPOTESTA EN PINAMAR. Allí tenía su metro cuadrado preferido, que albergaba un sillón desde el que contemplaba el mar. CASA CAPOTESTA EN PINAMAR. Allí tenía su metro cuadrado preferido, que albergaba un sillón desde el que contemplaba el mar.

“La arquitectura debe responder a las necesidades de su tiempo y no a las del pasado”, afirmaba. También creía que una década era un tiempo apropiado para constatar si una obra había logrado anticiparse suficientemente a los requerimientos y a la estética del futuro. A diez años de su muerte, la obra de Clorindo Testa sigue interpelándonos. El brutalismo, corriente arquitectónica de la cual Testa es el máximo exponente a nivel nacional, después de décadas de descrédito es revalorizada en estos tiempos. Quizás, como arriesga Brad Dunning en una nota de GQ, porque la solidez de la arquitectura brutalista es particularmente atractiva en nuestro mundo caótico que parece caerse a pedazos.

Clorindo Testa estuvo presente en mi vida desde que tengo memoria. El cuadro principal del departamento porteño de mis padres era suyo. Un óleo abstracto con distintas tonalidades de negro, de casi dos metros por dos, que el propio Clorindo había regalado a mi padre con una condición que se reservaba para sí. Elegir la pared y clavar el clavo que lo sostendría.

Donde más lo veíamos era en Pinamar. Durante muchos años alquilamos una casa que estaba a cien metros de la suya. Una casa –la suya- vanguardista, construida por él sobre una duna, contrastando con la arquitectura alpina característica de la ciudad en cuyo plano urbano Clorindo había trabajado (es absurdo, decía, que un balneario creado para los veranos argentinos adopte la estética invernal suiza). Su metro cuadrado preferido de Capotesta –así bautizó a su casa- era el que albergaba un sillón desde el que contemplaba el mar.

“La acústica de los lugares que habito, curiosamente potencia todos los sonidos menos los de mi voz”, decía, con humor. Hablaba poco, con frases cortas y en un tono bajo, en concordancia con una modestia proporcionalmente inversa a su prestigio. Desde joven, Testa tuvo un espacio destacado en la pintura. Cortázar lo menciona en Rayuela a principios de los 60. También Sabato, en Sobre héroes y tumbas, publicada dos años antes.

En la arquitectura argentina, nadie ganó tantos concursos como él. Solo con la Biblioteca tenía un lugar asegurado en el podio de su disciplina a nivel nacional. En la segunda mitad del siglo XX, seguramente fue el arquitecto más destacado en la Argentina. Fuera de ella, el argentino más sobresaliente fue César Pelli. “Es uno de los grandes arquitectos del mundo; las Petronas son una suerte de afirmación de lo que es la arquitectura actual”, me dijo en nuestra última charla, meses antes de su muerte.

Habíamos planeado –y finalmente conseguimos- reunir a Pelli y a Testa en un mismo suplemento. La entrevista que reproducimos en esta página fue una de las últimas, quizás la última, que dio. Un recorrido por su obra combinado con su opinión sobre aspectos de su profesión.

Recuerdo una conversación que tuvimos, en una noche pinamarense, sobre la Biblioteca nacional, obra en la que había invertido el orden tradicional del lugar para la conservación de libros y el espacio para los lectores (como en Capotesta, los lectores tenían la vista del agua –del río en este caso- asegurada). Esa noche Clorindo reconstruyó la leyenda del califa Omar frente a la biblioteca de Alejandría. “Si allí hay algo distinto al Corán debe ser quemado; si hay algo idéntico también, por redundante”. Toda biblioteca, dijo –mientras yo pensaba en la suya-, es un símbolo de tolerancia. Esa imagen creo que refleja parte de su legado. En la multiplicidad de miradas que contiene una biblioteca se apoya la creencia de que no hay una sola verdad.

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