Se viene galopando el próximo paro de transportes, esta vez de dos días, la semana que viene. Acostumbrada a la repetición del mismo problema sin solución, la dirigencia se queda tranquila frente una crisis que quizá, en otros tiempos o en otros lugares, la hubiera hecho saltar por los aires. También la sociedad se queda inerme frente a una paralización de las actividades como la del martes pasado; la gente a lo sumo busca alternativas para que sus tareas no se resientan. Pero se resienten y nada más pasa, hasta la próxima protesta.
Siempre en caída
La crisis del transporte, que no padecen sólo los tucumanos sino todo el país, se ha convertido en una muestra negativa de la impronta nacional para caer y caer constantemente en el abismo, a tal punto que desde hace unos años se ejemplifica esa tendencia nacional con la repetición incesante del filme “El día de la marmota” (también conocido como ”Hechizo de tiempo”). Lo dijo en su momento (2018) el economista Jeffrey Sachs: “La Argentina es como la película ‘El día de la marmota’; siempre hay crisis”; lo dijo el director de “Le Monde Diplomatique”: “Vivimos un poco una política de la marmota. Es un país que se muerde la cola, que deja muchos problemas abiertos y sin resolver”, decía el politólogo José Natanson en 2019. La película reemplazó la comparación con el mito de Sísifo, condenado a subir la piedra a la cima de la montaña y verla caer y tener que subirla de nuevo. Pero es más atractivo describir el país marmota, palabra que tiene otras connotaciones diferentes a las que refleja en EEUU, donde la tradición dice que la aparición del animalito indica el fin del invierno
Marmota en Argentina es como Sísifo, condenado a repetir la misma triste historia. Las crónicas de los paros de ómnibus se suceden en los últimos años -en 2019 se describió que se había dado una huelga cada 14 días- y sólo se quebró -para mal- esa nefasta rutina con la toma del centro por parte de los conductores, con los ómnibus atravesados en varias esquinas, durante 19 horas, en octubre de 2020, y con el corte de los accesos a la capital en abril de 2021.
Del lento deterioro al abismo
Eso generó malestar pero no cambió las circunstancias que llevaban a la crisis. El lento deterioro del servicio se marcaba desde 2001 en las críticas al funcionamiento de las empresas de ómnibus; a la mala calidad de las prestaciones; los colectivos en mal estado; los estudios de costos supuestamente amañados; la oscuridad en las rendiciones de cuentas; la exigencia en la Capital de colectivos casi nuevos (con supervisión de la Municipalidad y del Concejo Deliberante) y el abandono de las unidades para el interior tucumanos (vehículos por lo general de las mismas empresas que brindaban el servicio en San Miguel de Tucumán). El interior ya era zona arrasada desde la época de Carlos Menem, cuando se terminaron los servicios de trenes y los de distancias interurbanas en las ciudades tucumanas. Aparecieron los taxis rurales y los remises pirata y desde entonces -hace tres décadas- el sistema desregulado funciona según la oferta y la demanda con autos destartalados y sin seguros sin que siquiera se haya hecho un estudio sobre sus desventajas o ventajas en la seguridad de los tucumanos.
Un gran peldaño hacia el abismo ocurrió al final del gobierno de Mauricio Macri, cuando se hizo un pacto fiscal que cambió las reglas de juego y puso el eje en el tema subsidios. A partir de entonces se dijo que las jurisdicciones provinciales se hacían cargo del sistema de transporte público. La Nación les daba un paquete de plata y se quedaba con algunos juicios (como el del Ciadi) y las provincias se comprometían a bajar ingresos brutos y sellos. La financiación quedó establecida en un tercio con subsidios de la Nación, otro tercio con subsidios de la Provincia y el resto con la tarifa, que de vez en cuando subía. La Municipalidad, que dejó de recibir para repartir los subsidios de la Nación (tarea burocrática), se hizo al costado en el asunto mientras las concesiones quedaban caducadas pero prorrogadas, al mismo tiempo que la decadencia se acentuaba. Hoy la flota de 1.200 ómnibus acusa deterioros y como no se pueden renovar unidades se permitió que circulen vehículos de hasta 12 años. Muchos pasan los 13 años. Están viejitos y nadie dice nada desde la pandemia. ¿Sólo es problema tucumano? Tal vez. En Córdoba ya hay vehículos híbridos y se habla de transporte eléctrico. Nuestra provincia, que años ha tuvo tranvías y troleys, que se permitió que alguien soñara con un tren atravesando la avenida mate de Luna y que en los 90 tuvo recorridos nocturnos, hoy sólo se arrastra en el barro de la crisis mientras en algunas partes como Tafí Viejo y Yerba Buena, que ya tienen servicios de transportes municipales municipales se ve la desregulación del sistma.
Nuevo malo
Antes los malos eran los empresarios. Ahora el malo es la Nación, que se da el lujo de entregar cuando quiere y como quiere los subsidios, pese a que cada cuatro meses asume compromisos que parece cumplir solamente con CABA y AMBA (Buenos Aires), donde está el mayor caudal electoral del país. Así se vio la semana que pasó, cuando los funcionarios federales de Trabajo, Transporte y Economía intervinieron en el conflicto trabajadores-empresas, resolvieron otorgar la suba salarial y comprometieron subsidios para asegurar la paz social solamente en CABA y AMBA, y que el resto del país se arregle.
“Estamos analizando de qué manera se puede salir de esta situación”, dijo el secretario de Transporte provincial, Vicente Nicastro. “La Provincia viene cumpliendo, pero no es suficiente sin los aportes de la Nación, que están siendo escasos, desactualizados y morosos... El Ministerio de Transporte de la Nación se está comportando de una manera llamativa para nosotros, y nada ecuánime. Por un lado, toma partido en el AMBA y participa de las discusiones junto con el Ministerio de Trabajo para solucionar el tema allá, pero deja libradas a las provincias diciendo que es responsabilidad de cada una de las jurisdicciones”, se quejó. Y en los últimos tiempos se había quejado hasta el vicegobernador Osvaldo Jaldo de las asimetrías con Buenos Aires en el reparto de fondos. La parte del león para AMBA, un granito de arena para el resto.
¿Dónde está la salida? Maxi Villagra, de la Línea 19, dijo que el problema no es si el servicio es público o privado, sino definir cómo se va a financiar. Jorge Berretta, de la asociación empresaria Aetat, dijo que si la Nación no da la solución, habrá que encontrarla en la provincia... pero nadie habla. Ni el gobernador Juan Manzur, ni el vice Osvaldo Jaldo, que en realidad deberían ser quienes reclamen con fuerza a la Nación por sus incumplimientos y por las asimetrías. O bien hacerse cargo del sistema cuando se desfinancia, como hacen -en general- Córdoba, Mendoza, San Juan y Salta. El resto de la dirigencia tucumana se queda callado. Quedó apagado el proyecto del presidente del Concejo Deliberante, Fernando Juri, de estatizar el sistema, como en Salta, cuando se advirtió que en ese caso se iba a duplicar el aporte que tenía que hacer la provincia.
Volviendo a la película “El día de la marmota”, en realidad la historia tiene un final feliz, porque llega un momento en que la maligna repetición circular se termina, lo cual no parece ocurrir en nuestra tendencia al eterno suplicio. O sea que no sería correcta la analogía de la marmota, porque en EEUU es buenita.
Mejor describía los pesares regionales Bernardo Canal Feijóo cuando pintaba con tristeza el alma del paisano norteño en “Los casos de Juan, el zorro”. Este animalito, siempre burlesco y astuto, se defiende con ironías del tigre que lo avasalla sin reflexionar, pero nunca el zorro puede cancelar definitivamente la superioridad del poderoso. Será quejoso e irónico, pero nunca revolucionario, diría Canal Feijóo. “Se puede decir que ridiculiza la supremacía pero lamentablemente terminará, tarde o temprano, ratificando la jerarquización y la desigualdad, de una manera más irritante”, explica el sociólogo Roberto di Giano en “Canal Feijóo y la importancia de las fábulas en la cultura”.
¿Marmota o zorro?








