Luis Chitarroni: “Hacer coincidir el gusto con la moda es uno de los propósitos inconfesos de la literatura”

Luis Chitarroni: “Hacer coincidir el gusto con la moda es uno de los propósitos inconfesos de la literatura”

Este miércoles murió uno de los más destacados editores y críticos literarios de la Argentina. En esta entrevista, publicada originalmente en este suplemento en 2014, habla sobre su oficio y su obra.

21 Mayo 2023

– Usted fue editor de Sudamericana y actualmente trabaja como editor en La bestia equilátera. Ha armado el catálogo exquisito de una editorial “independiente” con traducciones argentinas de autores europeos semisecretos o no reeditados ¿De qué manera seleccionó a los autores publicados?

– El halago adjetival –“exquisito”- excede mis dotes de lector y buscador compulsivo de libros que pueda compartir y comentar con los lectores, que son personas a las que quiero de acuerdo con mi evangelio de “amarás al otro lector como a ti mismo”. El ritmo y el régimen de La bestia, que Natalia Meta, Diego D’Onofrio -y Virginia, Mercedes, Max, Matías y yo- tratamos de convertir en nuestro aliento, aspira a convertirse en un negocio que nos permita seguir haciendo las cosas que nos gustan más.

Un lector especializado

– ¿Qué tipo de lector es un editor? ¿Podría caracterizarlo?

– Un editor es un lector especializado. Su lectura debe prever una cantidad de obstáculos y objeciones. Sobre todo, un editor tiene que advertir las debilidades del libro que quiere hacer (ninguno está exento). Un editor tiene que advertir o sospechar las tendencias. Ahora eso se omite, porque los empleados de las grandes editoriales eligen con pereza lo que los agentes y las colecciones extranjeras les ofrecen, casi sin leerlo, o asomándose apenas a los elogios de las contratapas. Uno es siempre víctima de la moda, y hasta víctima de las modas que vendrán. Con un poco de suerte. Tratar de hacer coincidir el gusto con la moda (quienes la desprecian no saben lo que se pierden) es uno de los propósitos inconfesos que la literatura comparte con muchas otros artes y oficios.

– En uno de sus relatos autobiográficos, Julian Maclaren Ross dibuja el perfil de un editor y su relación con los autores que edita. Maclaren-Ross traza, a su modo, el mapa de las tensiones entre un editor y los autores. ¿Cómo vivió esa tensión en su trabajo?

– La tensión inevitable es un aliciente. Tal vez parezca una pedantería referirme a una nota que se publicó en el número uno de la revista La balandra, pero ahí lo encontrarán (el señalamiento y la curiosidad son imprescindibles en la literatura). El editor es un manojo de prejuicios, como cualquiera. Contaba uno muy apreciable, que cuando empezó a trabajar en una editorial se le inculcó que los escritores de esa editorial se habían ganado ese privilegio porque no necesitaban “editing”, y le asignaron una novela de Iris Murdoch, quien en sus últimos empeños profusos se hubiera beneficiado mucho con la intervención de un editor cuidadoso. Hasta hace unos días, por esas taradeces que nos gobiernan, yo tenía recelos y prejuicios en relación a Lorrie Moore, la escritora norteamericana. Personas que conozco la habían elogiado, y en los editores viejos como yo prevalece tal vez el viejo escrúpulo del “descubrimiento”. Puede asimilarse como el veneno que le suministraban a Napoleón en Santa Elena. Estoy leyendo encantado ahora a Lorrie Moore sin compromisos profesionales.

– ¿Cuáles han sido los precursores en su tarea como editor y como escritor?

– Como escritor son tantas y tan diversas que es mejor que los lectores saquen sus conclusiones sin consultarme (porque yo podría ofrecerle, por vanidad, pistas equivocadas). Como editor, tengo modelos altísimos. Borges y Bioy en Emecé, en los 40 y 50. Algunos han sido editores de revistas, sobre todo (Bianco, Connolly, Ackerley). Roberto Calasso en Italia (cuyas contratapas son un género de despedida que siempre practiqué con los lectores). Y otro Roberto, “Bobi” Bazlen, especie de lector absoluto -lector de editoriales, como Gabriel Ferrater, no asesor ni editor-, cuyos escritos va a publicar La bestia muy pronto. Y, en castellano, Francisco “Paco” Porrúa, el hombre que hizo Minotauro, una de las colecciones más admirables y, para robarte un adjetivo, “heteróclitas” que pudieron pensarse.

La timidez como pretexto

-Su libro Siluetas es un conjunto heteróclito de biografías narrativas. Usted dice en la inscripción inicial de Siluetas que es “un libro de cuentos tímido”. ¿Podría ampliar esta idea?

– Los relatos de Siluetas estrechaban la relación que tiene el que escribe con una cartografía conocida. De alguna manera, los topónimos ayudan a trazar el croquis, las referencias, citas y alusiones a manchar la tela. En cuanto a la timidez, me doy cuenta que es un pretexto: la invoco para atreverme a más, para disimular cualquier invención demasiado evidente en ese retrato de un desconocido. Uno fue acumulando juicios e impresiones y es menos sentencioso y dictatorial ir incorporándolas a un texto narrativo que tratar de imponerlas en un simulacro de ensayo, de tractatus, de delirio metódico. Cut and Paste con sevillana y engrudo. El escritor y el crítico se las arreglan para pergeñar un género en apariencia menos tieso y antipático, más amistoso y nocturno.

– Es indudable que estos “ejercicios narrativos” (así los llama en la inscripción inicial) conjugan, de manera lograda, las invenciones narrativas con originales apreciaciones críticas. ¿Qué es la crítica para Luis Chitarroni?

– Bien, la crítica es esencial, y a menudo tengo que interrumpir una pesquisa para atenuar la operación con la amenidad del relato (aunque éste a menudo no lo sea). Creo que todo está cifrado en uno de los cuentos ocultos, insospechados de la literatura argentina: “Los traductores de las mil y una noches”, en Historia de la eternidad, de Borges. Ahora, mientras trabajo en mis consideraciones sobre el siglo XIX, después de haber encontrado el crítico que más me importa, William Empson (que ojalá me haya influido), salgo en busca de esos grandes escritores que fueron despreciados por la arrogancia sin temeridad del llamado estructuralismo (con sus burlas a la buena memoria y el “enciclopedismo”): Saintsbury, Sainte-Beuve, Menéndez y Pelayo. Grandes narradores también.

Turismo literario

– En su libro Mil tazas de té hay ensayos sobre Don Quijote, Cuba, una novela de María Martoccia y César Aira. Usted ha escrito innumerables prólogos sobre los más diversos asuntos y ha hecho, como Borges, del prólogo un género. ¿Podría comentar su idea del ensayo y del prólogo?

– El prólogo es una práctica crítica, ni más ni menos. Decir que trato de comportarme generosamente con las cosas que leo es menospreciarlas: actúo y escribo de acuerdo con la pasión (o, para ser menos tremendista) el entusiasmo que despiertan en mí lo que leo. Tomo como lema la declaración de Cabrera Infante: “literatura es todo lo que se lea como tal”. De modo que sospecho una continuidad entre los temas que acaso no exista, pero que me ayuda a tender puentes. (“A un puente, a un gran puente no se lo ve”, decía otro gran cubano, Lezama). En algunos aspectos, los años nos recompensan. Por fin se hace claro que la gran novela latinoamericana, la que narra -a veces por omisión- la revolución cubana es Tres tristes tigres, aunque los programas “progres” del momento prefirieran, para trazar el mapa de la literatura latinoamericana de acuerdo con alguna sentencia editorial bávara o yanqui,  Pedro Páramo y Cien años de Soledad. Claro que esta visión simplista es siempre tranquilizadora si uno quiere visitar la literatura como turista. Se puede hacer un buen rap o una cumbia con mis rimas.

PERFIL

Luis Chitarroni nació en 1958 en Buenos Aires. Era crítico literario, editor y escritor. En 1992 publicó Siluetas, libro que compila una serie de perfiles de escritores y que fue reeditado en 2014. Era autor de El carapálida, Peripecias del no: Diario de una novela inconclusa, Mil tazas de té, Breve historia de la literatura latinoamericana (a partir de Borges), entre otros títulos. Trabajó en Sudamericana como editor. Publicó los primeros libros de autores como Sergio Chejfec, María Negroni, Sergio Bizzio y Daniel Guebel. Fue editor de César Aira, Ricardo Piglia y Luis Gusmán. Creador y editor del sello Eterna cadencia y miembro de número de la Academia argentina de Letras, murió el miércoles pasado en Buenos Aires.

Por Fabián Soberón

© LA GACETA

Comentarios