Al “síndrome Olijela” le temen todos

Mucho se debe haber equivocado la dirigencia política de la Argentina a lo largo de estos 40 años de democracia para que el concepto de lealtad, ya sea a un espacio partidario, a una figura política o simplemente a una ideología, haya perdido significado y haya trocado por otro concepto casi antidemocrático: contención. Contención por lealtad. Como se duda de la fidelidad de los votantes a la hora de emitir el voto -porque intuyen que estos se hartaron de esperar las ventajas y el bienestar que persiguieron apoyando a tal o cual candidato-, ahora se habla de la necesidad de satisfacer de alguna manera a los electores, que no implica otra cosa que tratar de asegurarse ese sufragio por cualquier medio y a cualquier costo. Literal.

Contener suena pecaminoso, hasta con cierto tufillo de democracia tarifada, una frase que se impuso algunos lustros atrás, más que nada en referencia a los dirigentes que saltaban de un partido a otro con cualquier excusa. Hoy, como en todo año electoral, a la dirigencia que quiere ganar espacios de poder o a la que aspira a seguir en los lugares de privilegio que han alcanzado le invaden los temores y las dudas sobre qué hará el soberano: si los acompañará o si les dará la espalda. Los que gestionan deben convencer, y más que nada mostrar, que han llevado soluciones a la sociedad como para demandar que los apoyen en las urnas. Los que están en la otra vereda sólo tienen que recurrir a los índices sociales para remarcar que el ciudadano está peor, a nivel provincial y nacional, y que en esa condición seguirá si no se altera el rumbo acompañando a la oposición.

Sin embargo, lo saben, a ninguno les alcanza, principalmente porque ya se duda de la eficacia de ambas estrategias debido al cansancio del votante con aquellos que no modificaron la realidad, de uno y otro lado, cada uno en su rol. No se percibe que haya esa lealtad de otrora, entienden que no es suficiente con apelar a los sentimientos, o a los resentimientos; ahora hay que buscar una forma de contenerlos. Unos podrán más que otros a la hora de encarar esos propósitos, pero lo que no es seguro -porque hasta lo reconocen los que acusan estás prácticas- es que aquellos que se cobijen bajo el paraguas de la contención luego vayan a acompañarlos con el voto.

En el cuarto oscuro todo es posible, como que la contención y las lealtades desaparezcan. Allí dentro la libertad es plena, en esa soledad se puede ser leal y también se puede traicionar. Esto último es lo que provoca pánico a la dirigencia: cómo minimizar ese riesgo, la fórmula perfecta no ha sido descubierta, sólo se ensaya lo de aquel concepto propio de esta centuria: contención.

Todo queda más claro cuando se escuchan algunas revelaciones de boca de la propia dirigencia, como que de cinco personas a las que se busca y se las lleva a votar se estima que por lo menos tres sufraguen distinto, o les den la espalda a los punteros de tal o cual referente territorial. Capaz que de siete uno te sea fiel, el resto no te garantiza fidelidad; remarca un “peruca” con varias votaciones en sus alforjas. Esto es así porque el afamado voto cadena se rompió, o se volvió inservible; al votante ya no se lo engaña o presiona tan fácilmente. Esto es en parte porque la propia dirigencia devaluó el valor del voto ciudadano cuando ya no supo cómo apelar a la lealtad -porque desengañaron a los que les hicieron promesas- y le abrió las puertas a un nuevo concepto para definirlos: son los que deben ser contenidos. Esto va de la mano con el descreimiento del sistema y la afectación de la vida democrática, pues el votante no es considerado un elector libre sino un instrumento para ser usado, o comprado. Se ha degradado al ciudadano y lo peor es que existen quienes ven en cada elección una oportunidad para hacerse de beneficios y para sacar ventajas personales. Votar es una oportunidad, pero no pensando en el bienestar general sino en el acotado bienestar propio que puedan obtener.

Es imposible determinar cuántos pueden ser, cientos o miles, lo cierto es que unos y otros, gobernantes y gobernados, han devaluado al mecanismo democrático. Y se va a repetir seguramente en esta campaña electoral, porque el sistema existe y funciona, y como tal viene con contraindicaciones. Una de ellas es precisamente la traición, porque no se puede determinar quiénes y cuántos pueden ser, y de qué bando. Los más avezados pueden calcular con algún grado de certeza cuántos de los que llegan a movilizar no los acompañarán con el voto, por más bolsones o subsidios que distribuyan, pero no pueden determinar quiénes los traicionarán y les darán su adhesión al adversario político.

Minimizar ese riesgo es lo que se busca con la contención, pero nadie puede estar seguro -y de hecho no lo están-, sobre la eficacia de la maniobra. Aquí es donde se pone de manifiesto, especialmente entre los peronistas, aunque también es válido para los opositores, el temor al “síndrome Olijela”; que es lo mismo que el miedo a la traición. Y se habla mucho de eso por lo bajo, en los hechos no es otra cosa que el pánico a un masivo corte de boletas, el suficiente como para hacer perder una elección. Usualmente ese corte no es significativo en los comicios, sin embargo, las dudas sobre el comportamiento del votante es lo que tiene nerviosos a los referentes políticos del oficialismo y de la oposición.

¿Es posible que pueda darse un tijeretazo en las boletas en la elección provincial del 14 de mayo? A juzgar por los temores expuestos por lo bajo en alguna dirigencia, parecería que es posible. Se entiende entonces que no haya tantas apelaciones a la lealtad y sí a la contención. Es que entre algunos hay miedo al “síndrome Olijela”, existe preocupación por sufrir un importante recorte de boletas en el propio espacio; o sea ser traicionados por los socios de ruta.

Ocurrió en 1995, y es el antecedente que tiene en vilo a más de uno. ¿Qué pasó ese año? Fue toda una curiosidad política, y matemática. No hubo lealtad, ni contención. Hace 28 años, el 2 de julio, se realizaron los comicios provinciales de renovación de autoridades. “Palito” Ortega finalizaba su mandato y había dos aspirantes de fuente para sucederlo: Olijela del Valle Rivas por el PJ y Antonio Domingo Bussi por Fuerza Republicana. Terciaban, pero lejos, Rodolfo Martín Campero por la UCR y José Vitar por el Frepaso. Se votaba con Ley de Lemas.

Bussi consiguió 267.000 votos para gobernador (47,2%) y la profesora Rivas 181.900 adhesiones (32%). Sin embargo, el PJ obtuvo 233.000 votos para el rubro legisladores (43%) y FR 200.000 avales (36%). El bussismo perdió 11 puntos entre la votación a gobernador y la de legisladores y el PJ, por el contrario, ganó 11 puntos entre el voto a gobernador y a los parlamentarios. Expuestos así, parece que hubo una transferencia de sufragios, o un corte masivo de boletas. Que lo hubo. FR se quedó con el Ejecutivo y el PJ fue la primera minoría en la Legislatura con 19 parlamentarios, mientras que el bussismo quedó con 15 y la UCR con seis. En ese entonces el Poder Legislativo tenía 40 bancas.

Es decir que los sublemas peronistas sacaron, entre todos, más de 50.000 votos de diferencia sobre la ex senadora Rivas. Deslealtad o traición. Cabe mencionar que en 1995 hubo 2.000 sublemas, cuando en 1991 sólo fueron 290. El peronismo, o su dirigencia, exponía que así como podía ganar, también podía provocar una derrota. Hubo señalamientos y acusaciones; pero lo que revela este hecho histórico es que puede darse el tijeretazo, más ahora que el ciudadano, como votante, se muestra inmanejable y puede hacer lo que le plazca. Contener ya pinta hasta insuficiente. De ahí los miedos, de que la historia vuelva a repetirse.

¿Dónde podría ocurrir? En cualquier lado. En Juntos por el Cambio podría darse en la Capital, si es que algunos radicales -vaya por caso- no acompañan a Beatriz Ávila para la intendencia y cortan la boleta en favor a Sánchez. Se sacarían a Alfaro de encima de una vez y por todas, y la UCR podría convertirse en la opción opositora para dentro de cuatro años. En el alfarismo pueden entender que con la decisión del intendente de convertirse en candidato a vicegobernador se neutraliza ese eventual corte de boletas y que se fideliza el voto del radicalismo para la senadora del PJS. Si Ávila llega a ganar el municipio y asume, como senadores suplentes para reemplazarla aparecen Rolando Alfaro y la directora de Familia de la Municipalidad, Carolina Smidt.

En el Frente de Todos por Tucumán, el tema también pasa por la Capital, ya que las dudas van por el lado si todos los referentes territoriales de la capital van a acompañar a Rossana Chahla, ya que hay muchos heridos detrás de esa postulación. No por nada se produjo un encuentro reciente de la fórmula oficialista con los acoples de San Miguel de Tucumán. Allí se les aseguró que todos van a estar contenidos. O sea, no hay muchas seguridades sobre la lealtad. Aquel síndrome sobrevuela.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios