El miedo a la covid no trajo el cambio esperado

El miedo a la covid no trajo el cambio esperado

21 Marzo 2023

El miedo a la muerte y a lo desconocido logró hace tres años algo impensado. Una buena parte del mundo se unió para combatir a un mal desconocido. El 20 de marzo de 2020, el gobierno nacional decretó el aislamiento social para evitar que el coronavirus que ya había comenzado a llevarse vidas en otras latitudes se expandiera. Días antes, el 11 de marzo, la Organización Mundial de la Salud reveló que un extraño virus se había detectado en Wuhan, China, en diciembre de 2019, y que era el que había provocado las “neumonías de causa desconocida” en aumento en todo el mundo. La Unión Europea anunció el 16 de marzo el cierre de sus fronteras durante 30 días para frenar la propagación del virus. En Latinoamérica, nueve países coordinaron un acuerdo para protegerse y contrarrestar los efectos del nuevo virus, que por esa fecha ya había dejado siete muertos en la región. El primero en tomar esta medida fue Uruguay, que decretó primero un cierre parcial, medida que fue imitada por Argentina, con cierre fronterizo total, y luego por Paraguay.

Antes el avance de la mortalidad, las naciones poderosas pusieron al servicio de la ciencia toda su tecnología y conocimiento para elaborar lo más pronto posible la vacuna salvadora. El barbijo se convirtió en un ícono de esa lucha que recién comenzaba; su empleo se hizo obligatorio. La vida cotidiana se transformó bruscamente. Los ciudadanos debían permanecer confinados en sus hogares. Se suspendieron las reuniones sociales, los sepelios. Se paralizó casi totalmente la actividad comercial y productiva, se limitó el transporte público, destinado a quienes trabajaban en servicios esenciales. Se suspendieron los viajes interprovinciales y al exterior. El trabajo comenzó a realizarse en forma remota, en los casos que era posible: universidades, escuelas, empresas privadas. A los sectores más golpeados por la parálisis económica, se sumó la cultura, en particular el sector independiente.

La pandemia no daba tregua en el mundo, día a día fallecían miles de personas. Pronto los hospitales y las terapias de cuidados intensivos tucumanos, se poblaron, la cantidad de respiradores era insuficiente para tamaña demanda. Los médicos y el personal paramédico se convirtieron en los estandartes de este combate desparejo, y a varios de ellos se los llevó la covid 19: el apreciado doctor Jesús Amenábar fue uno de los primero en caer.

El miedo colectivo a la muerte fue incrementándose. En Tucumán el virus se cobró más de 4.000 muertos y en la Argentina hubo unos 130.472 fallecidos. Se especuló entonces que esta plaga había llegado para cambiar paradigmas en la humanidad, para que esta tomara conciencia de la necesidad de construir un mundo más justo, desterrando la pobreza y la miseria. Se dijo también que la pandemia podía lograr la tan mentada unión de los argentinos y ser un paso fundamental para borrar la grieta que nos divide. Sin embargo, poco o nada ha cambiado. Atrás quedaron los aplausos nocturnos para agradecer la tarea de los médicos; estos héroes de la salud tucumanos siguen mendigando salarios dignos y mejores condiciones de trabajo. Consenso, diálogo, acuerdos, son palabras inexistentes en el repertorio de nuestros gobernantes, generalmente más preocupados en defender sus mendrugos de poder, que en dar soluciones concretas a las necesidades más apremiantes de los ciudadanos. La mala memoria es sinónimo de retroceso, de que todo cambie para que nada cambie.

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