Morir en Arcadia

Morir en Arcadia

Por Eduardo Posse Cuezzo - Para LA GACETA - TUCUMÁN

19 Marzo 2023

La sentencia estuvo contenida en una maldición. La promesa de muerte lo persiguió como una sombra, sin que él lo advirtiera. Esa mañana, el indio Alejandro Heredia decidió visitar su estancia de Arcadia, como la había bautizado en una extraña premonición, inducida por su conocimiento de los clásicos. Le agradaba esa referencia al territorio mitológico de los griegos, donde los pastores celebraban su vida en armonía y felicidad, disfrutando de una naturaleza exuberante y pródiga, y que había sido cantado en versos eternos por el poeta Virgilio. Allí confiaba pasar sus años maduros, en la paz que buscan los hombres guerreros, al final de la jornada de su vida.

En el carruaje, acompañado por su hijo mayor y algunos hombres de su confianza, el rítmico galope de los caballos lo adormeció un instante. El ensueño lo llevó a sus días de fervoroso estudio en Córdoba, donde obtuvo el título de Doctor en Jurisprudencia. Tal vez allí había germinado la soberbia que expresaba en todos los actos de su vida. Y luego fue la carrera de las armas, luchando a la par de Belgrano, El Manco Paz, Güemes, mostrando su valentía en los campos de batalla. Como gobernador de Tucumán, había sido generoso. Les perdonó la vida a Posse, Murga y Helguera, que habían conspirado contra él, y recordó suavemente el melancólico pedido que su protegido, Juan Bautista, le hizo una noche de tertulia, a favor de los condenados. Pero también, cuando fue necesario, no vaciló en fusilar impiadosamente al sublevado Javier López, sin conmoverse por los ocho hijos que quedaban en el desamparo. Había sido equilibrado, pensó. A veces, con raptos de ira, como cuando maltrató delante de la tropa al sucio de Gabino Robles, oficial indisciplinado y atrevido, exponiéndolo al ridículo y la humillación. No escuchó entonces la maldición murmurada en voz baja y trémula, y para él fue asunto concluido esa misma noche.

Soberbia y valentía eran su impronta. Defecto y virtud siempre lo habían acompañado. Soberbia y valentía.

Pero esa mañana tuvo una percepción angustiante. No debo preocuparme, voy a Arcadia, pensó. Sin embargo, un galope inusual lo molestó. Uno de sus acompañantes lo advirtió: “Es el Gabino Robles, que viene al frente de una partida”.

Los hechos se sucedieron con rapidez. En el momento en que se enfrentó con Robles, leyó en los ojos vidriosos del gaucho que no vacilaría en ejecutar la sentencia de muerte. Desesperado, sintió que valentía y soberbia, virtud y defecto, compañeros de su vida, lo abandonaban. “Pucha, justo ahora vengo a arrugar, delante de mi hijo”, fue su pensamiento. Pero el impulso siguió su curso. Humillándose, ofreció a su asesino dinero, poder y bienes, en procura de salvar su vida. La oferta no fue aceptada.

Tal vez, en ese instante, cruzó su mente una expresión que había citado siempre, en latín: “... et in Arcadia ego”. El título de una obra del pintor Poussin, que representa a la Muerte, poniendo en su tenebrosa boca estas palabras: “Yo también estoy en Arcadia”. Luego fue un pistoletazo. La bala en la cabeza. Las cuchilladas. La muerte.

Los primeros calores comenzaban a azotar Tucumán. Era noviembre de 1838. La cabeza de Marco Avellaneda caería gesticulante sobre el suelo sangriento, tiempo después. Tristes días para la Patria.

© LA GACETA

Eduardo Posse Cuezzo - Abogado. Presidente de Alianza Francesa de Tucumán y de la Fundación Emilio Cartier

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