

Hace unos años, George Orwell en su novela “1984” en una supuesta sociedad totalitaria, inventó una figura de control de la misma por parte del Estado a la que llamó la Policía del Pensamiento. Era un ente censor de contenido, que parecía de ciencia ficción, cuando él la describió, pero fue futurismo puro. Es que, en estos días, hemos recibido la noticia de que en países anglosajones serán censuradas obras de autores como Roald Dahl y Ian Fleming, en forma retroactiva, por inclusión de términos o palabras inadecuadas o racistas. Sendos comités de “lectores sensibles” fueron convocados a tal fin y tendrán licencia para censurar. ¡Por favor: El artista o el escritor tiene derecho a la integridad creativa de su trabajo! Es más, el autor, en la gestación de su obra no tiene por qué seguir a esos mentores o controladores de la moral pública que bendicen qué es lo correcto a decir o escribir. Ello solo dará paso a la autocensura y que, peor todavía, encarnará el fascismo en su mayor expresión. Con ese criterio también habría que censurar a tantos textos u obras... por ejemplo “La Gitanilla” de Cervantes, o “La cabaña del tío Tom” por ofensiva al contar el racismo que imperaba en Estados Unidos hace tan solo 150 años. Y a propósito de ella: fue la novela más vendida en el siglo XIX. Escrita por una mujer: Harriet Beecher Stowe (1852) mostraba en ella la maldad y la inmoralidad de la esclavitud. Dicen que cuando Abraham Lincoln conoció a la autora del libro en 1862 (en plena guerra de Secesión) expresó: “De manera que es usted la pequeña mujer que escribió el libro que provocó esta gran guerra”. El libro contribuyó a profundizar el debate y ampliar la conciencia de los Estados Unidos respecto del sistema esclavista. El control y las restricciones han existido siempre, sobre todo con regímenes totalitarios. Hoy vemos que los mismos ganan terreno, y aún peor, generan la autocensura, la ultracorrección que deberá hacer el escritor y que lo hará caminar con pie de plomo en cada palabra que piense. Sin contenido polémico de unos y otros nunca existirá el descenso y el debate. Corregir y reescribir un libro es censurar sus contenidos con mayúsculas, porque el censor irá primero por ciertos términos, pero después seguro inexorablemente avanzará sobre otros tantos. En nuestro país, hace poco, dirigentes del partido gobernante inventaron la pretendida figura del “discurso de odio” para con ello cercenar la libre expresión de la oposición. Felizmente no prosperó, aunque la tentación totalitaria siempre está presente. Hoy le tocó el turno al espía de su majestad, James Bond, llamado también el agente 007. Mañana ¿vendrán por vos?
Juan L. Marcotullio
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