Felipe II estableció la jornada laboral de 8 horas, protección por accidentes laborales y vacaciones pagas

Felipe II estableció la jornada laboral de 8 horas, protección por accidentes laborales y vacaciones pagas

En pleno siglo XVI, Felipe II estableció, por un Edicto Real , la jornada de ocho horas: “Todos los obreros de las fortificaciones y las fábricas trabajarán ocho horas al día, cuatro por la mañana y cuatro por la tarde; las horas serán distribuidas por los ingenieros según el tiempo más conveniente, para evitar a los obreros el ardor del sol y permitirles el cuidar de su salud y su conservación, sin que falten a sus deberes”. Los trabajadores de El Escorial recibían diez días de vacaciones al año, percibiendo íntegro el salario, y tenían derecho a recibir media paga si resultaban heridos en las obras: “Si el trabajador se descalabrase que se le abone la mitad del jornal mientras dure la enfermedad”.

En el reinado de Felipe II se extendieron estas mismas condiciones laborales también a los indígenas americanos, que contaban con una legislación propia y se organizaban en “repúblicas de indios” donde elegían ellos a sus alcaldes. En el libro “Código del trabajo del indígena americano” (Ediciones Cultura Hispánica), el historiador y académico Antonio Rumeu de Armas recuerda que las Leyes de Indias garantizaban la jornada de ocho horas, repartida en cuatro y cuatro horas “para librarse del rigor del sol”. Con la salvedad de aquellos que trabajaran en las minas, cuya jornada se reducía a siete horas “desde las siete de la mañana hasta las cinco de la tarde, para que se conserven mejor” los indios. Siglos después de aquella legislación laboral que Felipe II impulsó de forma pionera, aunque con limitación a los empleados bajo su cargo, España también protagonizó un hito relacionado con la jornada de ocho horas. En 1919, se convocó una huelga en Barcelona contra la eléctrica Riegos y Fuerzas del Ebro, de la que la entidad bancaria Canadian Bank of Commerce of Toronto era su principal accionista, por el despido de ocho trabajadores por iniciar un sindicato independiente. Los paros se prolongaron durante 44 días y lograron paralizar más de la mitad de la industria catalana en lo que terminó por ser una huelga general. Finalmente, la empresa acabó cediendo mejoras salariales, la readmisión de los despedidos y la firma del primer decreto que comprometía al Gobierno a establecer una jornada máxima de ocho horas al día o 48 a la semana.

Al recordar la Revolución Industrial se nos viene, seguramente, a la cabeza, un Londres gris y oscuro del siglo XIX, con grandes fábricas y un sinfín de chimeneas desprendiendo un humo negro. En aquellos años la jornada laboral eran francamente duras: largas jornadas de trabajo de 10 a 16 horas, bajos salarios y trabajo infantil.


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