La belleza de las yungas y sus heridas, en una obra premiada por Cultura de la Nación

La belleza de las yungas y sus heridas, en una obra premiada por Cultura de la Nación

El Primer Premio del Salón Nacional de Artes Visuales fue para una docente de la UNT. Se inspiró en el paisaje de su infancia, en Jujuy.

LA OBRA PREMIADA. Con diferentes tejidos y en los más variados tonos de verde, el trabajo representa la diversidad de la selva de yungas. LA OBRA PREMIADA. Con diferentes tejidos y en los más variados tonos de verde, el trabajo representa la diversidad de la selva de yungas.

“Del placer y la pérdida”, una obra textil que representa -a través de diferentes tejidos con los más variados verdes- la exuberancia de la naturaleza de la selva de yungas, al pie de las montañas, recibió uno de los premios más importantes del año a las artes visuales. Lo ganó Milagro Tejerina, artista y docente de la Facultad de Arquitectura de la UNT. Se trata del premio adquisición Presidencia de la Nación a la primera mejor obra del Salón Nacional de Artes Visuales 2022. Tejerina enseña Diseño de Indumentaria y Textil, en las materias Materiales Textiles I y II y Laboratorio Textil de 3º junto a Alejandra Mizrahi.

La artista nació en Caimancito (Jujuy), en 1970, y creció en Ledesma. Se graduó en la capital jujeña, donde reside actualmente, aunque trabaja en Tucumán. Además de ser investigadora textil, profesora y fieltrista, se considera una luchadora por los derechos de las mujeres.

En diálogo con LA GACETA, Tejerina confesó que no creía que fuera a ser seleccionada. “Me presenté porque mis amigas me insistían -contó-. Ha sido maravilloso. Siento que es como un reconocimiento a todo el laburo que vengo haciendo”.

- ¿Tu obra tiene que ver con el cuidado de la naturaleza?

- Sí. Con mis sentimientos, mis recuerdos, mis emociones, pero también con el ambiente. Cuando yo era niña vivía en Caimancito, (pueblo situado a 145 kilómetros al noreste de San Salvador de Jujuy) pero después me llevaron a vivir a Libertador General San Martín. Volvíamos a veces los fines de semana al pueblo, donde seguía viviendo mi abuelo, hacíamos el recorrido de la ruta 34 en el colectivo. A mis seis años me parecía eterno el viaje, pero se me llenaba de emoción el alma cuando veía que terminaba el cañaveral y comenzaba a aparecer el monte, esos árboles enormes. Eso significaba que ya estábamos cerca de Caimancito. En Tucumán volví a tener esas sensaciones, cuando hicimos un trabajo con los alumnos en Horco Molle, y fuimos para los funiculares. Eso me recordó de nuevo la infancia.

- ¿En ese momento nació la idea de tu obra “Del placer y la pérdida”?

- Hice un primer ensayo con ese tema y esa técnica, una obra de 50 centímetros de lado, pero me quedó la idea de hacerlo gigante, así como yo me acordaba de ese paisaje. También pasó que acá en Jujuy hubo unos incendios, como hubo en Tucumán. Pero aquí fueron devastadores. Todo el suelo era ceniza blanca y los árboles eran como cadáveres.

- ¿Cómo es Caimancito, tu pueblo natal?

- Está a 40 kilómetros de Libertador y es un pueblo donde antes, me imagino que en los 70, se sacaba gas. Cerca había un yacimiento que era explotado por YPF. Los habitantes de Caimancito trabajaban ahí o en el Ingenio Ledesma. También hay muchos aserraderos y carpinterías. Quedó como detenido en el tiempo. Vuelvo muy poco, una vez al año.

- ¿El arte textil ha ganado mayor reconocimiento dentro de las artes visuales, o se lo relaciona más con la indumentaria?

- Ha ido ganando terreno y reconocimiento. No siempre está relacionado con la indumentaria, porque hay muchas artistas textiles excelentes y que no hacen indumentaria. Para mí, el mejor ejemplo en Tucumán es Blanca Machuca. Su obra me parece maravillosa.

- ¿La forma más clásica del arte textil es el tapiz?

- Sí. Nosotros tendemos a hacer una discriminación entre todo lo que es textil y antiguo, más que artesanía es arte. La calidad con la que trabajaban es increíble y cómo será que lo hacían bien que hasta hoy esos colores no se han desteñido. Por ejemplo, el ajuar de las momias del Llullayllaco no es para mí artesanía sino arte. Tiene una factura perfecta y también nos cuenta una historia.

- ¿Tus materiales son teñidos por vos?

- Algunos sí, a otros los compré ya con ese color. Algunos son descartes textiles, como por ejemplo la parte en que se representa la tierra quemada. Hay rastas y cosas de fieltro que sí teñí yo. La intención era que haya distintas gamas de verde porque, cuando uno mira, los árboles no son todos iguales ni del mismo color. Tampoco la yunga es toda verde, sino que hay flores, dependiendo de la época hay lapachos, ceibos, jacarandaes, y muchas enredaderas que también dan flores. Yo quería que está todo eso presente. Hay partes en que las enredaderas parecieran cubrir totalmente a los árboles, como esas mantas de camuflaje.

- ¿Es la primera vez que ganas un premio?

- No. Gané uno en la feria Puro Diseño (Buenos Aires), en 2014, a la mejor diseñadora de provincias (Jujuy). También participé en la muestra del Museo Terry (Tilcara) y después se hizo una itinerancia en la Casa del Bicentenario. Hace unos años me presenté acá, en el Salón Provincial, y fui seleccionada. Pero no hice ninguna muestra individual.

- ¿Vas a seguir produciendo en esa línea?

- Sí. Me interesa no sólo contar cuáles son mis sentimientos sino también tratar de que los demás, cuando vean mi trabajo, puedan tomar conciencia. Los incendios avanzan y la gente no piensa que cuando prende fuego no sólo está quemando los bosques sino todo lo que eso implica: a la naturaleza y a los que trabajan y viven en ella. Mi hijo es brigadista y yo siento que ellos, los bomberos y voluntarios, corren un riesgo extremo. Me ha tocado ir en la ruta y ver una bandada de pájaros que iban de un extremo al otro de la ruta, con incendios de ambos lados, y comenzaban a caer sobre el asfalto, muertos por el calor y el agotamiento. Es dolorosísimo ver eso.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios