“Estamos viendo en las democracias occidentales cómo las corrientes autoritarias siguen creciendo”

“Estamos viendo en las democracias occidentales cómo las corrientes autoritarias siguen creciendo”

Advierte sobre el “autoritarismo posdemocrático”, y reivindica a las humanidades como la manera de salir del sinsentido y del presente continuo. “Creo que es un momento delicado y que no es imposible una disolución de los sistemas liberal democráticos”.

(Desde Barcelona, España).- A los 73 años el intelectual catalán Josep Ramoneda luce en persona exactamente como cualquiera se lo imagina. Alto, delgado, ágil en el movimiento y en la palabra, y rodeado de libros. Sin rebusques ni prolegómenos, toma asiento en la sala del estudio que ocupa en una cuesta de Sarriá-San Gervasio y obsequia tres ediciones recientes de La Maleta de Portbou, la revista de pensamiento y para pensar que dirige al parecer con las mismas ganas e ilusiones con las que en 1989 puso en marcha el icónico CCCB (Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona). Ramoneda está, en realidad, lleno de proyectos de difusión de la filosofía y del debate crítico: son “las armas” con las que contrarresta su diagnóstico funesto sobre la situación de la democracia y la falta de quicio generalizado. “Siempre que se pierde la noción de los límites, la cosa se va al carajo“, dice convencido.

Cuando se lo interroga acerca de ese papel de faro de la sociedad, Ramoneda tose. Luego se disculpa, y contesta que él no sabe hacer otra cosa que escribir, hablar y argumentar. Ahora busca formatos innovadores para acercarse a un público que aprecia lo distinto, e integra el grupo que monta escenas filosóficas y teatrales donde “ocurren cosas diversas” que, por ejemplo, giran sobre el concepto de “enraonar”. Se trata de un verbo catalán para el que, según Ramoneda, no hay traducciones literales en otras lenguas, y que en castellano más o menos se aproxima a la idea de “razonar en” o “razonar compartidamente”. “Es lo que hago desde los 16 o 17 años”, apunta.

- Usted ha presenciado el final de la dictadura española y vivido el tiempo de la efervescencia de las libertades. ¿Puede explicar qué le pasa a la democracia en el mundo? ¿Acaso se nos está escapando por los polos?

- Estoy seriamente preocupado. Incluso he acuñado esta expresión “autoritarismo posdemocrático” que utilizo bastante. Asistimos a un momento de mutación de alto riesgo que en el fondo obedece al paso del capitalismo industrial al capitalismo financiero y global. A veces nos preguntamos “¿por qué se ha dado que el Estado Nación, el capitalismo industrial y la democracia han funcionado siendo cosas aparentemente muy distintas?”. Yo creo que, entre otras cosas, porque los principales protagonistas se encontraban cada día: en la fábrica están el dueño y los trabajadores. El capitalismo financiero ha roto estos equilibrios: ya no es de Estado nacional, sino global, y ya no tiene nada que ver con lo industrial, sino que es digital. En esta mutación, tengo la sensación de que la democracia está altamente en riesgo porque es difícil gobernar nuestras sociedades sin una pulsiones autoritarias crecientes. Para decirlo muy rápido, el capital cada vez está menos dispuesto a hacer concesiones, y la potencia de algunos previsibles dueños del mundo es muy difícil de regular y de frenar.

- La historia es un salto de desafío en desafío, pero, ¿por qué hoy hay tanta impotencia entre los que defienden el bien común democrático?

- Estamos ante un peligro importante que, además, se suma a esta especie de pérdida del sentido del futuro. Es la sensación de que estamos sumidos en un nivel de incertidumbre y no sabemos qué viene después. Yo soy de una generación que hemos vivido lo contrario, es decir, mis padres pasaron por la Guerra Española que fue el ensayo de la Segunda Guerra Mundial; después, por la Segunda Guerra Mundial y, después, por el franquismo. Mis padres vivieron en un mundo que se les iba cerrando cada vez más. Nosotros vivimos las treinta gloriosas. Nací en el 49, y empecé a interesarme por las cosas del mundo a finales de los 50 y principios de los 60. El asesinato de (John F.) Kennedy, por ejemplo, es un momento estelar para mí, lo mismo que la llegada de (Fidel) Castro a Cuba. Vivimos un tiempo en el que a la idea de progreso nos la creíamos todos: unos querían construir el paraíso socialista y otros querían el paraíso liberal, pero siempre pensando que el “happy end” (“final feliz”) existía. Cuando esto ya empezaba a decaer, sucede el derrumbe de los sistemas de tipo soviético y del Muro de Berlín que afirma de alguna manera el triunfo de un modelo de progreso que es el democrático liberal. A partir de ahí se va todo al carajo.

- ¿Por qué?

- Porque se impone la doctrina neoliberal y se hunden los equilibrios sociales en el mismo instante en el que está irrumpiendo esta forma de capitalismo totalmente nueva, que es el capitalismo digital y financiero. Veo el cambio en la generación de mis hijos porque ellos ya han crecido en la duda. Entonces sí, estamos en una situación que a mi entender es complicada. Está claro que hay una oleada de tendencias autoritarias que sube y sube por todas partes. No deja de ser anecdótico, pero evidente, que la entrega de la FIFA a Qatar es un ejemplo más de esta dinámica. ¿Cuál es el secreto? Pues sencillamente que la FIFA es un tinglado de señores que se autopromocionan y que buscan dinero fácil, y Qatar se lo da. Estamos viendo en las democracias occidentales cómo las corrientes autoritarias siguen creciendo. En los países de tradición autoritaria el avance también es claro. Sí, sí, creo realmente que es un momento delicado, y que no es imposible una disolución de los sistemas liberal democráticos.

- ¿Qué significa la invasión rusa en esa coyuntura?

- La invasión rusa está dentro de esta corriente y la prueba de ello es que hay personas del autoritarismo occidental dispuestas a entenderse perfectamente con (Vladimir) Putin, como (Donald) Trump y la (Georgia) Meloni, que se consideraba su amiga. Hay una cierta sintonía. Lo de Rusia es un poquitín más complicado porque su singularidad viene ya de lejos y en el fondo pesa la historia de tres siglos de la construcción de un imperio permanentemente fallido. Se trata de un imperio imposible porque en Rusia hay 130 millones de habitantes: es el país más extenso del mundo y resulta que tiene el mismo producto interno bruto que Italia. Ya se ve que esto es insostenible. Además, la quiebra social y cultural es muy grande, y ha entrado en esta fase que yo llamo del nihilismo, que es cuando alguien pierde la idea de límites: cuando alguien cree que no hay límite y que todo está permitido.

- ¿Alguien puede ganar esta guerra o el conflicto se encamina a ser un fárrago de contornos indefinidos?

- Creo que hay que pensar en una salida que beneficie a Ucrania, pero sin que parezca que es una victoria arrolladora. Pues las pocas posibilidades de que esto se acabe pronto depende de que los propios rusos, el propio entorno de Putin, se canse y se lo cargue. Es un núcleo muy pequeño y muy ligado a la KGB. Si no, todo indica que la guerra será muy pantanosa, larga, inacabable y que nunca sabremos bien en qué punto de ella estamos.

- Desde ya es muy inquietante que Putin haya prometido una operación rápida y limpia, y lleve diez meses con varios retrocesos en el medio.

- En términos objetivos, el ridículo es espantoso. Él se pensó que hacía la invasión de Praga del 68; él se pensó que llegaban sus carros a Kyiv; que el pueblo se entregaba y que el presidente (Volodímir) Zelensky renunciaba, y se lo creyó. Eso da la medida de lo lejísimos que están Putin y su círculo de la realidad.

- Hablando de cosas que están lejos de la realidad, llama la atención que la pandemia sigue fresca hasta el punto de que aún hay que usar barbijo en el transporte público de Barcelona, pero la infraestructura de salud en general no ha sido reforzada y eso se ve en protestas en Madrid, pero, también, en Tucumán.

- Es cierto que la pandemia dio un cierto sentido de comunidad, pero, también, que en la medida que se aleja, todo el mundo se olvida rápidamente. Y la guerra en Ucrania ha venido acelerar el olvido. A mí reconozco que me impactó muchísimo que un país como este pueda cerrarse por un mero decreto-ley. Creo que esto ha tenido consecuencias y ha generado un impacto psicológico importante: la gente en parte ha quedado tocada. También tengo la sensación que se va a pasar página rápido. Aquí (en España) ha ocurrido un fenómeno realmente curioso…

-¿Cuál?

-El triunfo del libro. Yo presido la principal editorial catalana, el Grupo 62, y 2021 ha sido el mejor año de su historia. Pero lo mismo le ha ocurrido a la primera compañía española, el grupo Planeta. En España, el libro electrónico representaba el 5% del mercado. Yo pensaba que la gente, estando en casa, se lo bajaría todo. Pero nosotros pudimos salvar el presupuesto de 2020 con las librerías cerradas y el año siguiente ha sido de despegue. Las ventas en las librerías suben y se reduce el comercio electrónico. ¿Cuál es la explicación? La gente se refugió mucho en los libros y estos recuperaron su valor referencial.

- ¿La covid-19 terminó de apagar el reclamo de independencia para Cataluña, que parecía tan fuerte hace cinco años?

- Tan fuerte, pero no olvidemos nunca una cosa que dijo un amigo después del (referéndum del) 1 de octubre 2017, en un momento en que los independentistas estaban muy eufóricos: “sí, pero seguimos siendo sólo dos millones”. Sí, muy fuerte, pero con este factor: el independentismo no ha saltado sus fronteras. Esto es muy importante. Lo que ha pasado es muy sencillo: es verdad que hubo un momento de movilización muy participativa y atractiva, y que montar un referéndum y trasladar 20.000 urnas sin que el Estado se entere tiene su gracia, pero, bueno, se quiso ir más allá de las fuerzas reales de que se disponían. ¿Qué ha pasado? Pues que el movimiento acabó con una gran frustración. Es la gran frustración que ellos mismos anunciaron desde el minuto en el que proclamaron la independencia: luego se retiraron y ni siquiera la publicaron en el Boletín Oficial. O sea que era una proclamación absolutamente simbólica. Entonces, pasó lo que sucede siempre que se pretende más de lo que se puede, pero hubo gente que se lo quiso creer y hay algunos convencidos de aquel momento que hoy hablan del “gran engaño”.

- Pero la consigna durante un tiempo rindió frutos a quienes la agitaban...

- Dos semanas antes del 1 de octubre de 2017 publiqué un artículo en el que decía que había que olvidarse del referéndum y llamar a elecciones, donde sin duda los independentistas iban a obtener un magnífico resultado. Pero un referéndum no serviría porque no iban a poder proclamar la independencia por cinco razones que siguen vigentes: este país (Cataluña) no tiene capacidad insurreccional ni instrumentos que la respalden porque las fuerzas armadas no estaban dispuestas a levantarse; el poder económico catalán está en contra; no hay mayoría suficiente; no hay apoyo en la Unión Europea y ninguna potencia internacional se pronunció a favor. Con esta situación y aunque el Gobierno español haya hecho una pésima gestión del conflicto, ¿a dónde puedes ir? Si convocaban a elecciones, se ahorraban el problema judicial y la represión, y ganaban de calle. Pues no: prefirieron hacer el número, y todos sabían que no era más que un número, y, después, se fueron. Entonces, tras estos cinco años, la sensación de desconcierto y de impotencia es grande, y excepto los sectores más radicales, ya la gente más lúcida e incluso algunos ideólogos dicen estas cosas de que la independencia no es posible a corto plazo.

- ¿Qué cree que producirá la inflación en Europa y especialmente en España? Hay varias generaciones que no saben de qué se trata este fenómeno tan argentino.

- En los países de Europa es un tema muy central. Evidentemente habrá unas políticas de ajustes considerables como las que estamos viendo ya. En cuanto a la prolongación, hay quienes dicen que esto se detendrá pronto y quienes creen que se debe esperar al desenlace de la guerra en Ucrania. En este momento la situación económica está en punto inquietante, pero no se nota una crisis profunda, sino que simplemente se surfea una instancia complicada que es difícil imaginar hacia dónde va. Aquí ha impactado enormemente lo que ha pasado con el Reino Unido (por el Brexit). Es que el Reino Unido se ha empequeñecido por la estupidez monumental de la salida de Europa. ¡Tenían tanto poder en Europa! Por su capacidad tradicional para la diplomacia y la política, hacían lo que querían. ¡Y se van! ¡Nadie lo entiende! Hace pocos días, la bolsa de París superó a la de Londres. Es el hundimiento del Titanic. Es muy curioso cómo en los 75 años del mandato de la reina (Isabel II), Gran Bretaña ha abandonado su perfil de imperio inacabable

- Usted es de los que proponen intervenir “el presente continuo” en el que vivimos con las herramientas de las humanidades. ¿Qué se conseguiría a partir de eso?

- Tenemos que darnos cuenta de que lo único que poseemos es la condición humana, y que hemos de ser capaces de pensar sobre esto, y de ser conscientes sobre sus potenciales y sus límites. Entre dos grupos de seres humanos siempre hay un diferencial de poder que se controla mediante un pacto con las empatías y relaciones que hacen falta, o acaba estallando. Las humanidades deberían ayudarnos a reconocernos como lo que somos y a asumir que no todo es posible, adquirir conciencia de las limitaciones y actuar en función de ello. Siempre que se pierde la noción de los límites, la cosa se va al carajo.

- En este clima planetario de desasosiego, por usar una palabra de Fernando Pessoa, llama la atención el entusiasmo que genera el Mundial de Fútbol.

- ...Aunque este de Qatar va camino de salirles mal. Veremos qué pasa cuando nos acerquemos a las finales. La sensación de que por una cuestión estrictamente de protección personal los directivos de la FIFA han montado este tinglado en Qatar les puede hundir. Para mí la paradoja de Qatar es que, por no exponer las miserias de ese país, se terminen proyectando totalmente las de la FIFA y, si esto ocurre, las pasiones seguirán, pero tal vez de otra manera.

BIO
Josep Ramoneda se desempeña como periodista, filósofo y escritor con numerosos ensayos publicados, entre ellos “Contra la indiferencia. Apología de la Ilustración” (2010). Dirige la revista La Maleta de Portbou y la Escuela Europea de Humanidades. Además, colabora habitualmente con medios como El País y la Cadena Ser, y preside la editorial Grupo 62. Fue director del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB) entre 1989 y 2011; titular del Institut de la Recherche et de l’Innovation (IRI) de París (2009-2014) y profesor de Filosofía Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona (1975-1990). Ha recibido el premio Ciudad de Barcelona de Proyección Internacional (2012) y el Premio Nacional de Cultura de la Generalitat de Cataluña (2013).

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