El médico que se interna en el monte para mostrarnos que hay otra Argentina posible

El médico que se interna en el monte para mostrarnos que hay otra Argentina posible

José Antonio De All nació en un paraje rural de la provincia de Entre Ríos y perdió a su mamá a los cinco años. Tenía siete hermanos y desde chico se acostumbró al trabajo. Entre otras cosas, fue vendedor ambulante. Pero esas circunstancias no le impidieron estudiar. De hecho, cuando se recibió de médico lo distinguieron con la medalla de oro. El ejemplo de aquel hombre, que convivió con la pobreza y que concibió la medicina como un servicio, inspiró a su hijo Jorge a fundar la asociación civil Cuerpo y Alma, que desde 2005 hasta hoy ha ayudado a miles de personas de algunos de los rincones más pobres de Argentina: el Impenetrable chaqueño y el norte de Santiago del Estero.

Los objetivos de la ONG son concretos: prevenir, diagnosticar y tratar las enfermedades que generan más morbimortalidad (tasas de muerte por enfermedad en una población y en un tiempo determinados) en las zonas en las que trabajan. Los médicos y los odontólogos que integran Cuerpo y Alma realizan viajes periódicos desde Buenos Aires y trabajan en conjunto con una red de especialistas locales, que son los que continúan con el seguimiento de los pacientes. Si se trata de casos de alta complejidad, los derivan a Buenos Aires, a Resistencia o a la capital santiagueña.

Los números de la obra que inició este hombre hace casi dos décadas son contundentes: hoy, esta asociación está integrada por 550 médicos y odontólogos que dedican parte de su tiempo y que ponen sus conocimientos al servicio de aquellos que, de otro modo, quizás nunca podrían llegar a ser atendidos por un especialista. A lo largo de estos años han recibido unas 30.000 consultas y realizaron 3.600 papanicolaus, prueba clave para prevenir el cáncer de cuello uterino, según los datos publicados en su sitio web. Vaya uno a saber cuántas vidas se salvaron gracias a la intervención de estos profesionales que si bien podrían estar encerrados en sus consultorios facturando eligen ejercer sus oficios en un monte en el que el calor y la pobreza extrema espantan.

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¿Cuántas veces nos habremos dicho a nosotros mismos que sentíamos la necesidad de ayudar, de sumarnos a alguna acción caritativa, de dar una mano en algún lado? ¿Y en cuántas otras oportunidades las complicaciones en la oficina; el hecho de tener que llevar y traer a los chicos del colegio, del club o de inglés; los enredos en la casa y un largo etcétera se habrán interpuesto entre nosotros y la solidaridad? El ejemplo de Jorge De All nos interpela: este médico no sólo lleva adelante la obra inconmensurable de Cuerpo y Alma, sino que también es el presidente de los sanatorios Otamendi y Las Lomas (ambos en Buenos Aires), director de la empresa de medicina prepaga Medicus y productor agropecuario. Además, es padre de tres hijos biológicos y de otros siete que adoptó su mujer, Catalina Hornos -cuya historia también es interesantísima y que, sin dudas, merece un desarrollo más exhaustivo.

¿Será que su día tiene más horas que el nuestro o que simplemente busca menos excusas?

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Sin dudas, estas líneas son insuficientes para reflejar la magnitud de la obra de Cuerpo y Alma. Lo puede confirmar cualquiera de las cientos de personas que la semana pasada colmaron el salón principal del hotel Sheraton durante el II Encuentro de Empresarios del Norte Argentino, organizado por Acde Tucumán. De All participó de un panel dedicado al compromiso social junto con Liliana Ramponi (fundación Flexer de ayuda al niño con cáncer) y con Carlos March (Fundación Avina/Argentina). Además de inspirar a todos con sus testimonios, dejaron una certeza: hay otra Argentina, una que corre por caminos distintos a los que impone la agenda política. Esta última hoy parece estar mucho más cerca del egoísmo de algunos pocos que de las urgencias de una sociedad acorralada por el desastre.

Veamos algunos ejemplos: en el Senado, los temas que conciernen de algún modo a la agenda judicial de la vicepresidenta Cristina Fernández reciben un tratamiento más o menos ágil. El resto, al cajón. El jefe de Gabinete, Juan Manzur, parece más preocupado por avatares judiciales que definirán su futuro electoral que por la realidad de un país que se va directo al naufragio (y del que no nos va a salvar ni Messi campeón del Mundo, para decepción de la ministra de Trabajo Kelly Olmos, quien considera que el Mundial es más importante que la inflación).

Entre muchos otros aspectos, en Tucumán esta fractura entre la Argentina real y la del poder puede apreciarse en la cantidad de programas alimentados por recursos millonarios que empiezan a aflorar en el Gobierno de modo proporcional con la cercanía de las elecciones (y de los cuales LA GACETA viene dando cuenta en estas últimas semanas): subsidios, planes, ayudas y un sinfín más de nombres que intentan disfrazar el intento voraz y cruel por comprar la voluntad de los vulnerables.

La historia de Jorge De All es apenas una entre la de muchas otras personas que invierten tiempo y dinero en ayudar a otros. Y que no son candidatos a nada. Porque da la impresión de que en esta Argentina de múltiples facetas hacer esta aclaración es necesaria: una cosa es ayudar porque sí (por vocación, altruismo, generosidad) y otra es hacerlo con la intención de recibir votos a cambio (en el mejor de los casos, porque no faltan los que ofrecen un subsidio, por ejemplo, pero piden una retribución, aunque al supuesto beneficiario no le alcance ni para darle de comer a sus hijos). En este segundo grupo se inscriben buena parte de los dirigentes (salvo excepciones honrosas y escasas), asesores, sindicalistas, punteros, dirigente barriales y un largo etcétera de ese conglomerado que engorda el gremio -por calificarlo de algún modo- de los viven de la política.

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Y ya que estamos envueltos en el furor mundialista, es una buena oportunidad para repensarnos a la luz del fútbol. Entre muchos otros temas, en el encuentro organizado por Acde sobrevoló la idea de que las culturas colaborativas se vuelven cada vez más relevantes en el mundo de los negocios. Hoy no podemos considerarnos como entidades aisladas; si cometemos ese error nos estaremos perdiendo el océano de oportunidades que nos puede brindar el ecosistema de empresas, emprendedores y entes privados y públicos que actúan en el mercado. Tal vez sean herramientas, ideas, procesos o servicios. No importa. La clave está en lo que otros nos pueden dar y en lo que nosotros podemos ofrecer para generar valor. Vivimos en un mundo colaborativo y las nuevas generaciones lo entienden así.

En ese contexto es interesante retomar un concepto futbolero que desarrolló Carlos March en el escenario del Sheraton para explicar la importancia de este paradigma: hace algunos años Messi estaba acostumbrado a ganar todo en el Barcelona mientras que en la Selección argentina iba de fracaso en fracaso. Cada vez que se ponía la celeste y blanca, al mejor del mundo le llovían esos lugares comunes tan baratos del fútbol: “pecho frío”, “no tiene sangre”, “no siente la camiseta” y otros por el estilo. ¿Qué era lo que ocurría? Simple: el equipo catalán constituía justamente un equipo en el que todos trabajaban para potenciarse entre sí. En ese ecosistema, Messi brillaba. En cambio, cuando llegaba al país se encontraba con una cultura distinta, que privilegiaba el caudillismo, esos liderazgos casi mesiánicos que son capaces de torcer la historia. Acá esperábamos que él ganara los partidos solo, aunque tuviera 10 troncos como compañeros. Y así nos fue.

Hace algún tiempo -¿después del Mundial de Rusia, durante la pandemia?- algo cambió: alguien, probablemente el DT, se dio cuenta de que esos liderazgos heroicos a lo Maradona ya no alcanzan. Y los resultados están a la vista: volvimos a ganar la Copa América y llegamos a Qatar como favoritos (aunque todavía nos cueste sacudirnos la derrota del martes con Arabia Saudita).

Más allá del fútbol, acá también cabe el ejemplo de las dos Argentinas: por un lado está la de aquellos que entienden que sólo vamos a progresar si nos ayudamos entre todos y por el otro, la de los que sólo ven en el prójimo un instrumento para acumular poder. Si prevalece esta última, estaremos en problemas.

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