No vamos a ir a la guerra con Salta, pero vale una aclaración

No vamos a ir a la guerra con Salta, pero vale una aclaración

El 21 de mayo de 2023 se cumplirán 120 años de la inauguración de la “Fuente de las Nereidas”, una de las tantas maravillas que Lola Mora nos legó. El complejo escultórico brilla al sol en la Costanera porteña, lejos del emplazamiento para el que estaba destinado: la Plaza de Mayo. Faltan entonces más de seis meses para ese aniversario, tiempo suficiente para planificar algún homenaje. ¿No sería la oportunidad perfecta para aclararles a quienes se detienen a deleitarse con la fuente que Lola Mora no era salteña, sino tucumana?

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Veloces de reflejos, los salteños hacen la tarea con esmero. ¿De quién aprendieron buena parte de ese modus operandi pujante y entusiasta? Sin dudas de aquel Tucumán pionero y faro económico/cultural del NOA. Pero mientras el maestro se adormilaba en clase, el alumno pasaba al frente y no sólo recitaba la lección; hasta se ponía la nota. Salta izó muchas banderas en la región -se habló hasta el cansancio de su despegue turístico-, táctica desplegada en varios frentes. Y en estos casos siempre es importante contar con un panteón de figuras que ayuden a cimentar la identidad: héroes militares, pensadores, científicos, deportistas... y artistas. Fue así que Dolores Mora, quien durante toda su vida le subrayó a quien quisiera escucharla que era tucumana, de pronto apareció revestida de una salteñidad tan creativa -para sus diseñadores- como falsa.

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No sólo es cuestión de anotarse porotos culturales puertas adentro; lo que vale es proclamarlos. Por eso los salteños no se limitan a contarles “su” historia de Lola Mora a quienes los visitan. También exportan el relato. Volvemos al ejemplo de la “Fuente de las Nereidas”, en la que el Gobierno de Salta se ocupó de inaugurar una placa que no deja lugar a malentendidos. Aquellos que nada saben de Lola Mora -la mayoría- aprenden, mientras miran a las ninfas emergiendo de las aguas, que la escultora nació en Salta el 17 de noviembre de 1866. Y si les pica la inquietud de googlear a la artista, encuentran corroborado el dato en wikipedia. No es todo: en estratégicos puntos de la Ciudad de Buenos Aires (como la Casa Rosada) se reitera lo de “la salteña Lola Mora”. Eso se llama operación cultural.

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No vamos a ir a la guerra con los queridos salteños por este tema (ni por ningún tema). No se trata de una cuestión de Estado relevante, mucho menos en tiempos de urgencias como los que transitamos. Pero esto no implica atenerse a la política del “no importa, todo pasa”. Poner las cosas en su lugar no es una opción, sino un deber, sobre todo cuando hablamos de nuestra historia, de cómo nos construimos como sociedad, de los aportes de Tucumán al mosaico de la argentinidad y de basamentos identitarios tan potentes como el arte. A lo que se suma el carácter tan particular de Lola Mora, una mujer luchando contra todo y contra todos en la más absoluta adversidad de la época. En fin, lo que ella representa. Todo esto es, sencillamente, educar.

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La saga de la “Fuente de las Nereidas” da para una gran película. Cómo habrá sido de fuerte la oposición que generó su instalación en la Plaza de Mayo que ni el Presidente de la Nación, Julio Argentino Roca, fue capaz de vencerla. Roca, gran sostén de Lola Mora -tucumanos los dos-, había ganado la partida en la plaza Independencia cuando se debatía si la “Libertad” debía reemplazar la clásica escultura de Manuel Belgrano emplazada en el centro. Lola Mora había pensado a la “Libertad” como decoración para el templete erigido sobre la demolida Casa Histórica. Hablamos de principios del siglo XX, décadas antes de que se construyera la réplica que muchos confunden hoy con aquella vivienda de la familia Bazán, sede del Congreso de 1816. Pues bien, Lola Mora comprobó que había un problema de proporciones y que la “Libertad” no encajaba en el conjunto. Estaba claro que no había mejor lugar para su extraordinaria creación que la plaza Independencia, idea que horrorizó a la sociedad tucumana de la antigua “ciudad arribeña”. Pero Roca, amo y señor de la política nacional durante 30 años, impuso su voluntad y el broncilíneo Belgrano esculpido por Francisco Cafferata se instaló en un entorno amigable, muy cerca de donde se libró la batalla en 1812.

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Pero una cosa era cortar el queso en Tucumán y otra pelearse con la flor y nata de la porteñidad. Roca podía querer mucho a Lola Mora, pero por algo le decían “El Zorro”. Así que cuando comprobó el rechazo que la “Fuente de las Nereidas” había provocado aceptó dejar la Pirámide de Mayo donde estaba y buscarle otro lugar al complejo escultórico. Aquí se abre un apartado interesante, referido a lo que se decía de la “Fuente de las Nereidas” en la Buenos Aires que lentamente se acercaba a los fastos del Centenario. Además de la ofensa a la moral representada por los cuerpos de mujeres desnudas (¡frente a la Catedral y sede de la Curia!), producto de una alegoría tan pagana como el nacimiento de la diosa Venus, se escuchaba un argumento conocido. La Plaza de Mayo, donde el pueblo se había abroquelado en 1810 para sostener la Revolución, era terreno sagrado, un símbolo de la Patria entendida con mayúsculas. La “Fuente de las Nereidas” de Lola Mora llegaba a subvertir ese orden, era una bofetada a la Nación, mucho más que una falta de respeto: una profanación lisa y llana a un símbolo de la argentinidad. “¿Y eso es arte?”, se preguntaban nuestros mayores en las polémicas registradas en diarios y revistas, espantados por la obscenidad de las perfectas formas talladas sobre el mármol por Lola Mora. Apreciación rematada con apuntes del estilo: “si tanto les gusta que la pongan en un museo, pero no en la Plaza de Mayo”. Cualquier semejanza con episodios vividos en Tucumán en los últimos tiempos no es ninguna coincidencia.

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La “Fuente de las Nereidas” peregrinó por Buenos Aires hasta estacionarse en la Costanera. Cada uno de sus traslados fue supervisado con el celo profesional que distinguía a Lola Mora, siempre preocupada por el destino de sus creaciones, ya fuera que se encontraran en CABA, en Tucumán o en Jujuy (¿y por Salta cómo andamos?).

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No hay muchas vueltas que dar en estos casos, la documentación es la que tiene la palabra y fueron los biógrafos de Lola Mora -Carlos Páez de la Torre (h) y Celia Terán- quienes detallaron con pelos y señales por qué Lola Mora era tucumana. Tampoco hay margen para la discusión: si ella efectivamente nació en El Tala (lo que no está comprobado), en aquel tiempo esa localidad pertenecía a Tucumán. La de los salteños es una elucubración armada a partir de un censo que ubica a los padres de Lola Mora en esa zona antes del nacimiento de la artista. Todo rebatible, pero hay que tomarse el trabajo de hacerlo. La invitación queda hecha para que el Gobierno, por medio del Ente Cultural, se haga presente al pie de la “Fuente de las Nereidas” y deje claramente asentado que Lola Mora no era otra cosa que tucumana. Esto no implica ir con un martillo a pulverizar la placa salteña, sino de encontrar el lugar y el momento apropiados para empezar a llamar las cosas por su nombre. Y que no quede en una placa, sino que realmente adquiera la forma de un relato verídico, completo y convincente.

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