Altos idiotas
Altos idiotas

Usted quizás pueda dimensionar el tamaño de nuestra esperanza, de la revolución que ha comenzado en nuestro country. Un fantasma recorre Tucumán y nació en Yerba Buena. El tiempo sopla hacia otros destinos, la rosa de los vientos no alcanza. Es nuestra idiotez.

Voy a intentar  explicar narrar -explicar sería mucho- esta historia, que tarde o temprano será un capitulo de los manuales de ciencias sociales de la provincia, sino del mundo. Éramos 300 los que  compramos en pozo en este emprendimiento inmobiliario de la “Ciudad Jardín”. Un cuadrante privilegiado en una loma, entre “Paraje Alegre” y “El hornero slow life”, lindando al oeste con “Los tuscales 3” -que lo hicieron antes que al primero y al segundo-.

Los desarrolladores nuestros eran muy particulares: supimos luego que eran  los mismísimos dueños de la editorial Gredos, famosa por su colección de los diálogos de Platón. Fueron de una eficiencia y honestidad inéditas, espartana diríamos. Pactaron en un día la entrega de la villa completa y cumplieron con el horario exacto. Lo que no sabíamos y en su momento vivimos como una horrible traición, fue que el nombre de nuestro country era el desconcertante: “Alto de los idiotas“.

Nuestras vidas se vieron trastornadas por ese bautismo. Sufrimos un estigma social del que era imposible salir. Nuestros vecinos se burlaban de forma horriblemente creativa, nuestros hijos vivían, junto con las otras formas de vergüenza cruel de su educación, el mote de idiota.

Intentamos entonces  cambiar nuestro nombre, lo cual desde luego nos dará vergüenza siempre. Primero sacamos el cartel,  luego acudimos a la Dirección de Catastro de la Muni. Allí nos topamos con que el trámite iba a demorar por lo menos  dos años. ¡Nuestros terrenos y casas valían cada minuto menos plata y nuestra convivencia comunitaria era la desacreditación permanente! Perdimos y/o abandonamos trabajos, amigos y familia. A los meses ya nadie quería visitas burlonas. Ni menos, de hipócrita corrección.

Estábamos desesperados cuando un sabio vecino -el jubilado que ahora se llama Arístides-, recordó cierta charla de filosofía griega en el Centro Cultural Rougés, donde la presentadora de un libro tildó de “idiota” al autor, pero con un sentido que él percibía como algo no peyorativo. No era capaz en ese entonces de dar más información. Ante esa posibilidad, nos dirigimos a la cátedra de Filosofía Antigua de Filosofía y Letras. Quizás no podíamos cambiar nuestro nombre, pero tal vez había otra forma de entenderlo

Allí tuvimos nuestro primer contacto con el maestro José Nieva, gran helenista, platónico y conocedor del idioma y la cultura de La Pléyade. Tuvo la generosidad de visitarnos y el poder de cambiarnos la vida con una simple  frase:

“Idiotês en griego quiere decir como adjetivo desde luego rudo, pero también particular. Especial. Distinto. De ahí nuestra palabra por ejemplo idiosincrasia”.

Nacimos entonces, nos decidimos a reinventarnos.  Porque no era cosa de poner acepciones aclaratorias en el cartel ni en la factura de la luz. Un lenguaje es una forma de vida. Nos fascinamos tanto con nuestra reivindicación que quisimos hacer saber al mundo y comprender cabalmente nosotros mismos ese nuevo significado iluminador. Nieva no podía irse sin desplegar el asunto.  

Fue un año de renacimiento y de cordial cautiverio para el docente. Éramos su Siracusa, el sueño de todo platónico que tenga la estima que “La República” merece. Nos enseñó griego, filosofía, nos reveló a los  dioses del Olimpo. Aprendimos a pastorear y a esculpir el mármol. Organizamos olimpiadas, competencias de tragedia y comedia. Por eso fue tan difícil condenar a Nieva  a la cicuta, a la muerte por envenenamiento. Había comenzado a planear una inconcebible marcha atrás en la helenización idiota. Lo peor es que al no tener el veneno de Sócrates, la sentencia se llevó a cabo con herbicidas y -debo decirlo- Nieva no dio muestras de aquel temple socrático de aceptar el sino de todo filósofo.

Con el tiempo vimos la necesidad de expandirnos. Tomamos primero el country “Paraje alegre”, dejando en su puerta un enorme cartel con ruedas de “Todos somos el campo”, con nuestros mejores guerreros y guerreras -no cometimos el error griego de subestimar a las mujeres- escondidos en cada letra. Murieron dos “s” y nuestra amada “t”. Ganamos y lloramos nuestros muertos.  Luego nuestra campaña  se centró en los de la avenida Perón, con el artilugio de hacer reuniones para hablar del nuevo Procrear.

Ahora vamos por el mercado persa, alguien tiene que pagar las guerras médicas. La idiotez prevalecerá. Ese es la ananke, palabra griega nuestra para el destino, vinagre del tiempo.

Temas Tucumán
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