El amor tóxico de las barras bravas

El lunes 12 de septiembre de 2022 quedó grabado a fuego en la historia de Tucumán. Manuel “Berenjena” López se transformó en la víctima número 21 del fútbol tucumano desde 1984, día que la provincia ingresó a los registros nacionales por la muerte de Francisco Arturo Pérez en el Monumental de 25 de Mayo y Chile. Es un error pensar que el último homicidio es una prueba de que nada ha cambiado en casi cuatro décadas. La realidad indica que todo empeoró y que no existe el más mínimo amague para revertir la situación.

La muerte de Pérez, para muchos, puede ser curiosa en la actualidad. El mecánico era fanático de San Martín, pero fue a apoyar a Atlético en una parada difícil. Fue asesinado por un simpatizante de Belgrano de Córdoba que había llegado a esta provincia a alentar a su equipo. Hubo tres “hinchas caracterizados” -como los llamaban en esos tiempos- acusados por el crimen. Uno de ellos, que fue absuelto por la justicia tucumana, Héctor “El Turco” Salomón, se transformó en líder de la barra brava del “pirata” y sólo perdió el poder varios años después cuando lo condenaron por una causa de drogas: tenía centros de venta de dosis en las inmediaciones del estadio que explotaban de “clientes” cada vez que el equipo jugaba de local.

Pasaron décadas y decenas de fallecidos para que los “hinchas caracterizados” pasaran a ser barrabravas. Un término que debería infundir temor, pero terminó transformándolos en una nueva casta dentro del mundo del fútbol. Jurando un amor incondicional por la camiseta de un club, lograron forjar un nuevo estilo de vida. Viven en las mejores casas de los barrios donde residen, tienen autos, consiguen prenderse de la teta del Estado por aportar buena cantidad de votos o para simplemente ser la guardia pretoriana de algún dirigente y organizan descarados negocios de la nada. Todos esos conocimientos son transmitidos de generación en generación. Sergio “Flay” Roldán, creador y ex referente de La Banda del Camión, fue condenado por la mortal emboscada que perpetró el grupo contra hinchas de Atlético en el que murió Luis Caro y resultó herido Carlos Argañaraz en 2001. Dos décadas después, su hijo Brahiam “Flaycito” Roldán quedó procesado por el crimen de “Berenjena” López.

La realidad

Los especialistas sostienen que una relación es tóxica cuando está generando cierto daño o malestar a una o a ambas partes. Se trata de relaciones destructivas de las que resulta difícil salir debido a la dependencia emocional que conllevan. Así es el amor que sienten los barrasbravas por el club. Juran que son capaces de dar la vida por una camiseta que la manchan con sangre o que la destruyen con los negocios que realizan.

El crimen volvió a poner a San Martín, uno de los clubes más grandes del interior, en el centro de la atención. No por algún logro, sino por lo que dejó al descubierto la muerte de López. En la investigación del homicidio salieron a la luz las actividades que desarrollan estos grupos: la venta de entradas; la comercialización de prendas con los nombres de las facciones y de droga y las amenazas como herramienta para imponer su poder.

Varias fuentes consultadas coinciden en señalar que las facciones de la hinchada recibirían al menos 2.000 entradas, lo que significaría un ingreso no menor a $2 millones por cada vez que el equipo juega en La Ciudadela. A ello hay que sumarle las ganancias que consiguen con la venta de prendas utilizando los colores de un club que no les pertenece ni les pertenecerá sin pagar ni una moneda por los derechos que tomaron como propios. También obtienen suculentos ingresos vendiendo alcohol y, supuestamente droga, en las tribunas. Si alguien intenta frenarlos, imponen su poder con amenazas, lesiones y crímenes. Lo sufrió “Berenjena”, cuya agrupación Peña 9 de Julio, aliada a La Banda de Chicle, eran grupos que formaban parte de La Banda del Camión, pero como no paraban de crecer, se transformaron en una amenaza para sus líderes.

Realidad

En Tucumán no es delito que los barrasbravas vendan entradas ni que un dirigente se las entregue. No hay legislación sobre el tema. En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires es una violación al código de convivencia, pero nadie lo respeta. Sí está prohibida la venta de alcohol en los espectáculos deportivos, pero nadie lo controla. Proferir amenazas, lesionar a terceros y comercializar drogas son conductas ilegales, pero nadie las combate. En 2006 se impuso la primera veda del público visitante que se generalizó en 2013 para frenar la violencia, pero fracasó y nadie lo reconoce. Los dirigentes pueden recurrir al derecho de admisión, pero en esta provincia nadie la pide desde hace años. En este punto hay un ejemplo categórico: “Flay” Roldán fue expulsado de Sudáfrica cuando intentó ingresar para alentar a la Selección en el Mundial de 2010 por haber sido condenado en un caso de violencia en el fútbol. Aquí, no sólo volvió a La Ciudadela como si nada, sino que siguió liderando a La Banda del Camión.

La ya jubilada fiscala Adriana Giannoni tenía una frase que nunca se cansó de repetir: “en este país no hacen falta más leyes, sino que se hagan cumplir las que existen”. Las barra bravas, según las normas, podrían ser consideradas como asociaciones ilícitas. Según las normas, se trata de un delito formal y permanente, cuya consumación se configura con el acuerdo de voluntades asociativas con el fin de cometer delitos; y su comisión se prolonga hasta tanto cesen sus efectos. No hay más que decir, sólo actuar y los responsables deberían recordar el final de su juramento: “si así no lo hiciereis, que Dios y la Patria os lo demanden”.

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