¿A qué juegan los chicos hoy?

¿A qué juegan los chicos hoy?

Mientras las pantallas van ganando espacio, subsisten los juegos del recreo, como la escondida y la pilladita. Suman adeptos las cartas y los entretenimientos de mesa, que revivieron en los confinamientos. No hay dicotomía entre lo virtual y lo analógico.

¿A qué juegan los chicos hoy?

Cuando el mundo de los niños se redujo a la casa, en plena cuarentena, el “me aburro” o “jueguen conmigo” se volvieron frases cotidianas. “A nosotros nos salvaron los juegos de mesa”, cuenta Paola Gómez, mamá de Luciano (seis años), Mauricio (11) y Katherine (13). Su esposo Cristian tuvo la idea de armarles un Tangram casero, que es un antiguo juego chino de figuras geométricas que generan diferentes animales y objetos. Para sus hijos, entretenerse con los palitos chinos, las Damas, y el Juego de la Oca pasó a ser algo de todos los días en la actualidad.

A Benjamín, que tiene cuatro años, le encanta jugar con la bici, el monopatín, la patineta y los disfraces de superhéroes. Su mayor entretenimiento: ir a la plaza, cuenta su mamá, Florencia Caminos. A Sarita, de tres años y medio, le gustan los muñecos chiquitos: “los mete en casas que inventa, los baña y los reta. También le gusta jugar a la escondida, armar rompecabezas y pintar con acuarelas o modelar con masa. A la tecnología se la limito bastante, pero sí me gusta tener bajados juegos que le enseñen algo”, describe su mamá, Lourdes.

Todos estos niños disfrutan la tecnología. Algunos más que otros. También están los que aman los deportes. Están los fanáticos de los muñecos y muñecas, los que se enloquecen con los autos. Parece imposible pensar en la infancia sin el juego. Lo que tampoco se puede negar es que algunas cosas están cambiando. Según investigaciones, desde finales del siglo pasado han desaparecido hasta 25 horas semanales de juego espontáneo. Casi dos meses al año, según apunta la pedagoga Heike Freire, en su guía “Guardianas del juego”. La especialista sostiene que el juego infantil en el siglo XXI se está modificando a toda velocidad.

Teniendo en cuenta que jugar es indispensable para el desarrollo emocional, afectivo y cognitivo de los niños y las niñas, no son pocos los que se preguntan: ¿a qué juegan hoy los chicos principalmente? ¿Qué tan bueno es lo que hacen? ¿Puede considerarse juego el que se desarrolla en el mundo digital o las actividades extraescolares que llenan las agendas infantiles?

La falta de tiempo es una de las causas del déficit de juego. Y la evolución social, con toda una revolución industrial del siglo pasado a éste, con el avance de la tecnología, sostiene Cecilia López, psicóloga infanto juvenil. “Se fue dejando de lado la creatividad espontánea de un niño y su capacidad de inventar los juegos. Antes se entretenían implicando el movimiento del cuerpo: armar chozas, hacer comidas con barro, experimentar con la naturaleza, realizar experimentos; hasta se decoraba las carpetas escolares con insumos tales café, yerba, arroz y algodón, a través de manualidades. Hoy en día gran parte del aprendizaje y de lo lúdico se realiza a través de la tecnología (videojuegos, conversaciones dentro del juego on line, computadoras), donde el cuerpo y la creatividad e imaginación ya no son los protagonistas”, describe. Y deja en claro que el juego digital son mundos creados por otros.

“Los chicos hoy juegan principalmente a los videojuegos, con computadoras y con celulares en red. Eso convive con juegos que subsisten al paso del tiempo, como por ejemplo las cartas, las pilladitas, las escondidas, la pelota, entre otros”, describe.

¿Qué cosas se mantienen?

La psicopedagoga Mariana Dato señala: “si bien es cierto que los millenials ya no juegan a la rayuela o a la payana, el ajedrez, el juego de cartas llamado el UNO y las muñecas como juego simbólico de imitación aún se mantienen junto con la pelota y aquellos que implican un contacto corporal, como las escondidas y la pilladita, que son propios de los recreos escolares”. “No todo es tecnología, pero sí hay mucha. Por eso hay que pensar dos cosas: qué hacer con quiénes no tienen acceso para sortear el analfabetismo funcional -con una política pública educativa y social que se debe abordar-, cómo manejar los límites de quienes sí los tienen, que es la responsabilidad parental. Los dispositivos no son malos o buenos en sí, sino depende de cómo se regula su uso”, remarca.

Según Dato no hay que perder de vista que los juegos digitales fueron el salvavidas de las infancias y adolescencias en el confinamiento porque los chicos compartían con amigos a través de juegos interactivos. “Tienen reglas, desarrollan una bilingüalidad necesaria y estimulan la búsqueda de lo nuevo, el descubrimiento, entre otras cosas. Implican estos juegos un modo complejo de representación de la realidad que no tiene por qué ser demonizado mientras opere la función paterna estableciendo límites según la edad, el tipo de juego y el lenguaje que puede comprender el niño, supervisando que sea un juego que estimule el desarrollo de competencias y habilidades y no incite a la violencia”, remarca. Aunque sí aconseja que en paralelo se los estimule para que también pintar, amasar y jugar a la generala, por ejemplo.

López opina que sí puede considerarse a la tecnología como un juego. Aunque vuelve a aclarar que no es creativo, imaginario ni libre. “Se sigue un padrón de reglas impuesto tecnológicamente. No es que no sea bueno del todo. Hay que usar el recurso para adaptarse a lo actual conservando los límites de horarios y acompañar en lo que juegan para ayudarlos a reflexionar sobre las historias de ese entretenimiento”, sostiene la psicóloga.  

También considera que a las actividades extracurriculares sí son juego cuando son de libre elección y no se viven como obligaciones. “Permiten socializar, entablar vínculos de pares, trabajar la empatía, la diversión y la amistad. Pero para que se viva como disfrute el niño tiene que ser libre de elegirlas y no que sean necesidades de los adultos de ocuparlos en sus tiempos libres”, aclara.

Errores comunes

Carolina Duek, doctora en Ciencias Sociales y magíster en Comunicación y Cultura (UBA) e investigadora del Conicet, sostiene que la transformación de los modos de juego no es nueva y está vinculada a un crecimiento sostenido del uso de las pantallas y su multiplicación. Sin embargo, aclara que es un error bastante común pensar que, como hay pantallas, cada vez juegan menos a otras cosas.

“Lo que ellos hacen en el mundo digital sí debe considerarse un juego porque las niñas y niños le asignan un valor lúdico a lo que hacen, independientemente de lo que los adultos consideramos juego o no”, aclara, en contacto telefónico con LA GACETA. Según la experta, hay que abrir la mirada, entender que todo lo que los chicos hacen con los dispositivos y a través de estos no tiene solo una impronta lúdica, sino que también se vincula con su sociabilidad y sus expectativas.

“Definir a qué juegan los niños hoy es complejo porque cada trayectoria es distinta. Es justo decir que se trata de una combinación de todo lo que tienen disponible. El hecho de jugar con una pantalla, consola o celular no significa que ese niño o niña no lee, que no disfruta en la plaza o que no sale a caminar con un familiar...  La idea excluyente de que cuando tienen una pantalla no hacen nada más, es una idea adulta que no se registra en las investigaciones nacionales ni internacionales”, remata.

El juego

Los beneficios son incontables

La psicopedagoga Mariana Dato señala que en “Más allá del principio de placer”(1920), Freud describe cómo el niño/a no sólo juega a lo que le da placer. “El Fort Da: arrojar un carretel, perderlo y reencontrarlo, es un gran logro cultural para las infancias, narcisistas, que supone tolerar la espera, y renunciar a la satisfacción pulsional inmediata, soportar la ausencia, simbolizar, hacer activo lo pasivo en el jugar”, apunta. Y así sostiene que el juego permite expresar el mundo interno, elaborar la tolerancia a la frustración, aceptar la transformación pulsional por influencia de la cultura. “El juego tiene una función fundamental en la constitución psíquica. Los adultos y el ambiente deben, en las primeras etapas, sostener la ilusión y ayudar al pequeño sujeto a perder poco a poco esa omnipotencia (“His majesty, the Baby”- decía Freud) para lograr una adaptación creativa al mundo que lo acoge con sus reglas y normas”, explica. Pasada la etapa egocéntrica del bebé, según Dato, los juegos enseñan a convivir con el otro respetando normas, siguiendo reglas, esperando turnos, aceptando frustraciones cuando se pierde y aún así, seguir amando al prójimo y tejiendo y reforzando lazos sociales que son, al fin de cuentas, los que nos insertan y permiten estar en el mundo, inscribir nuestro deseo y tramitarlo de la forma más sana posible.

Guía

Así es el buen juego

Según la “Guía completa para guardianas del juego”, de Heike Freire, el bueno juego es aquel que es autoelegido y autodirigido (el juego es espontáneo), es aquel que se disfruta, que se hace porque sí (no tiene un objetivo), es activo (ya sea física y/o mentalmente) y que lo importante sea el proceso, que es cómo adquirimos nuevas capacidades.

“El espacio de juego permite al niño resolver conflictos de la vida real. Conflictos no significan problemas siempre, sino también que a veces el mundo adulto no responde a lo que el niño no entiende (por ejemplo, peleas de sus padres, separaciones, muertes, conflictos familiares, etcétera). Y es a través del juego creativo que implica su cuerpo, el movimiento y los sentidos que puede elaborar esa realidad. También permite socializar, ponerse en el lugar del otro, disfrutar, reír, inventar, investigar, cuestionar, y si encuentra todo esto puede hacer de su infancia un hermoso recuerdo inolvidable”, evalúa la psicóloga Cecilia López.

Maritchu Seitún, psicóloga especialista en crianza, también habla de la importancia de lo lúdico: “la niñez es lo que sienta las bases para la vida futura; nos arma para la vida. Por eso es importante que los niños estén cuidados, protegidos, que jueguen, que puedan procesar lo que les pasa de la mano de adultos que acompañen. Es muy importante que no estén solos frente a las pantallas, que les regalemos cosas que les permitan jugar”, aconsejó.

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