Mi territorio que una vez gira / en la oscuridad de esa pregunta, / de esa pregunta : / ¿Será posible el Sur? ¿Será posible? / Si se viese al espejo ¿Se reconocería? ”
¿Será posible el sur?” (Jorge Boccanera - Carlos Nahuel Porcel de Peralta)
La nota de despedida circula por las redes sociales: “Chau, parque de Santa Ana”. Es el reclamo de Rubén Adolfo Bulacio, de la Fundación Forestar, que dice que desde hace cinco años trabajan para tratar de proteger esas tres hectáreas de vegetación exótica enclavadas en el corazón del pueblo que a fines del siglo pasado tuvo uno de los ingenios más poderosos del país. Pero –dicen- el delegado comunal de Santa Ana los ignora y el parque está siendo depredado. Otra nota periodística reciente muestra la soledad de la Villa de Medinas: se publicó el lunes 30 de agosto y entre las fotos aparece el único cabildo en funciones en la provincia –ahí están la comisaría y el Juzgado de Paz- bajo uno de cuyos arcos encajaron un cajero automático. La tercera nota se publicó el lunes pasado, y daba cuenta de que se iba a reanudar la remodelación de la plaza Bernabé Aráoz de Monteros, tras el examen que hizo la comisión de Patrimonio al proyecto municipal. Ahora se sabe que Patrimonio dio el visto bueno, pero puso condiciones sobre la mayoría de las obras que iba a hacer la Municipalidad y apenas autorizó el 30%. Los vecinos habían reclamado que se protegiera la plaza, declarada “Bien de Interés Cultural”, y frenaron el empuje de las piquetas del intendente Francisco Serra, que sueña con incorporar esa plaza a su Centro Comercial a Cielo Abierto que, apuesta, revitalizaría el turismo.
Puras declaratorias
“Se trata de las políticas de identidad de la provincia. Todo lo que tiene que ver con patrimonio se vincula con la imagen que construimos del lugar. Nos preocupamos por los sitios históricos pero se dejan pocas historias que contar”, reflexiona la arquitecta Gabriela Lo Giudice, que elogia la revalorización que se ha hecho en Ibatín pero reniega con el abandono de Medinas, cuyas casas se van desmoronando a pesar de los llamados de atención a lo largo de las décadas. En una nota de 2018 un viejo vecino, Ramón José Peralta, decía: “todo se acabó, apenas quedaron estas construcciones que tarde o temprano se van a venir abajo de tan viejas”.
Pero no se acabó. Se sigue acabando. Medinas –junto a otros ocho pueblos del país- fue objeto en 1987 de un estudio intenso de la facultad de Arquitectura y la Comisión de Monumentos Históricos, con fondos de las Naciones Unidas (PNUD) del que salió una propuesta de revalorización, uno de cuyos puntos centrales era que se pavimentara la calle de acceso. Apenas 3,5 km que siguen siendo un desastre. Después, hace dos décadas, la iglesia de Nuestra señora de la Merced (de 1868) fue declarada monumento histórico nacional y luego la villa entró en el programa nacional de Pueblos Históricos. Nada sirvió para que alguien –el delegado comunal, el Gobernador, el Presidente- dijera cómo hacer para que se le haga un acceso. ¿Para qué?
Los arquitectos tienen mucho que decir de ese pueblo: el cabildo; las viejas casas que eran tanto o más lindas que la capitalina Casa Padilla –al decir de Olga Paterlini, que agrega que las rejas de las viviendas eran fantásticas-; el viejo mercado de hierro al que le llevaban verduras desde el capitalino Abasto y un montón de viviendas con arcos y enormes fondos, sin dejar de lado el hospital, cuya eficiente pulcritud sin parteras pediatras sorprendió a Lo Giudice.
Paterlini rescata dos anécdotas: una, de la inundación de 1987, cuando el río llevó un metro de lodo sobre todo el pueblo: el Gobierno anunció que llevaría una máquina para sacar el barro alrededor de la plaza y los vecinos se opusieron para que no se lleven las piedras históricas. “Son piedritas huevillo en todo el perímetro de la plaza. Lo defendieron y a pala sacaron el barro. No es tan indiferente la gente. El tesoro era la población”, cuenta. La otra anécdota: conversaban con la nieta de Saturnino Lobo, que mostraba en su zaguán una tulipa –“que era del gobernador Navarro, de Catamarca”- que estaba cubierta por un nido de barro hecho por los bichos. Al preguntarle por qué no limpiaban la lámpara, respondió: “Y, la desidea”. Eso era, dijo Paterlini: la desidia marcaba la inacción que fue demoliendo al pueblo, cuyo destino había sido marcado porque la vía del tren pasó más hacia el este y determinó el desarrollo de ciudades como Concepción y el olvido de Medinas.
Paterlini dice que acaso se podría jerarquizar el camino que une La Trinidad con Medinas (son prácticamente un solo núcleo urbano) como un comienzo. Paterlini señala que en su momento Medinas fue segundo pueblo en importancia en el interior, detrás de Monteros. Tiene su historia escondida, detrás de los problemas estructurales. Ahora que se viene la fiesta del 24 de Septiembre, alguien debería pensar en cómo rescatarla para el turismo y para un nuevo destino.
Fervorosa autogestión
Choques entre historia, patrimonio y turismo. Ninguno de estos pueblos aparece entre las propuestas recientes para el desarrollo turístico. ¿Es posible conjugarlos? El triste derrotero de Santa Ana y Medinas desde la declinación de la época de gloria de la industria azucarera, hace más de 100 años, dicen que no se puede. Pero vuelta a vuelta reaparecen las ilusiones. En Santa Ana la escuela Agrotécnica ha participado en el proyecto de la Fundación Forestar para relevamiento y rescate del parque. Ya en ese pueblo está el vecino Pedro Gómez con su proyecto de autogestión vecinal para pintar las casas. Ya llevan coloreadas 220 viviendas. La arquitecta Lo Giudice, que rescata que se le dé color a la aldea, dice que la gente no puede quedar abandonada a su suerte, dependiendo de las rifas con que pagan las pinturas. “Falta un programa, una capacitación a partir de la historia y la cultura”, dice. “Por otra parte, las declaraciones de pueblo de interés sin fondos, sin programas, como en Medinas, son etiquetas vacías”. Y sentencia: “En Santa Ana hay que ver qué pasa con las distintas colonias. Que el delegado comunal rescate la casa del capataz que se está desarenando; que el parque se destaque desde lo paisajístico y ambiental, y que atraiga gente”. Santa Ana fue el espacio del aventurero Clodomiro Hileret, devenido poderoso empresario delazúcar, que mandó a traer árboles allende las fronteras para hacerle el parque con que había soñado su hija quinceañera. ¿Un pequeñísimo jardín de la reina Amalia de Atenas? Como sea, ahí está la gruta pintada de rosa y los árboles centenarios “secándose y cayéndose”, al decir de Bulacio, de la Fundación Forestar.
Voluntades aisladas
En todo caso, queda claro que estos asuntos dependen de la voluntad y el proyecto de algunos funcionarios aislados. Así es el rescate que se ha hecho de algunos lugares turísticos por parte del ente de Turismo, y así es el proyecto urbano que tiene la intendencia capitalina, que remodela el microcentro sin afectar la cuestión patrimonial. Pero salvo esos casos aislados, las cosas parecen depender de la voluntad vecinal. Como la céntrica casa Apas (también conocida como la Cúpula), de Maipú y San Juan, cuya revalorización –hecha por sus propietarios- será mostrada esta semana. La iglesia de San Francisco, que ya lleva años cerrada, envuelta en remodelaciones, se sostiene con colectas (más algún subsidio municipal). Las otras cosas dependen de que coincidan los proyectos de desarrollo con el rescate histórico, lo cual no ha ocurrido en Monteros: “Necesitamos obras, pero bien hechas y proyectadas. No podemos aceptar decisiones antojadizas y caprichosas”, dijo Aldo Mansilla, de los monterizos autoconvocados.
¿Será posible el sur? En la nota de 2018 de Medinas, el vecino Antonio Rojas decía que el pueblo “está predestinado a ser un lugar turístico, pero la desidia gubernamental nos puede condenar a la extinción”. Habría que ir a visitar esos lugares.








