HALL PRINCIPAL. Tapizado de seda rosa vintage, tenía reminiscencias a un patio moro-sevillano, con mucho sol, plantas y mecedoras.
Seguramente has pasado por aquí un sinnúmero de veces, pero nunca te diste cuenta. Y no puedo culparte: ya poco queda de aquella época de esplendor y de gran riqueza arquitectónica. La fisionomía de Tucumán ha cambiado muchísimo, y donde antes vivieron (a todo lujo) los dos benefactores más importantes de la provincia, hoy sólo hay edificios y locales comerciales. En la esquina de 25 de Mayo y Mendoza (ochava sudoeste) se erigió un “palacio”; el gran refugio de Alfredo Guzmán y Guillermina Leston, un terreno de casi 20 habitaciones y lleno de obras valiosísimas, pero que nunca podrás visitar, porque ya no existe. A menos que volvamos al pasado. ¿Te animás?
Está bien. No tenemos una máquina del tiempo, pero sí podemos viajar con la imaginación y recorrer el Tucumán de ayer. A principios del siglo pasado calle Mendoza todavía no es peatonal, los hombres visten de gala, las calles son de tierra y los primeros autos compiten con los carruajes. Para esta época, el matrimonio Guzmán ya es muy conocido por sus negocios y por sus primeras desinteresadas obras de caridad. Ellos tienen una vida social muy activa, pero siempre que pueden vuelven a casa: su gran fortaleza ubicada en 25 de Mayo 194, en la que viven desde inicios de siglo.
El lugar no es para nada modesto. El terreno tiene unos 25 metros de ancho por casi 70 de largo; allí están emplazadas su casa y las oficinas de la Compañía Azucarera Concepción. Si pasás por fuera, ni te imaginás que al cruzar la puerta se despliega un mundo de lujos. “Una mansión verdaderamente suntuosa, que hace honor a la capital tucumana”, resume una crónica de la Revista Sol y Nieve (que se imprime en los talleres de LA GACETA), publicada este 1922, y compara la casa de los Guzmán con un palacio español: “El arquitecturado exterior dice poco. No promete lo que contiene. En esto se parece a la Alhambra, resultando una sorpresa agradable para los ojos del visitante”.
Puertas adentro
Para entrar tenemos que pasar una verja de forja. Una vez dentro, empieza lo bueno. No sabés para dónde mirar. El hall de entrada tiene un gran piso de mármol blanco con pequeños cuadrados negros; hay cuatro sillas (una a cada esquina) custodiando una interesante mesa en el centro. Por supuesto, la habitación está iluminada por una gran araña. Pero no nos detenemos aquí. Seguimos directamente hacia el gran hall (o patio) central: lleno de sol, plantas y mecedoras. Hay, además, mármoles escultóricos, tapices y pieles, y ocho grandes columnas romanas que llegan hasta el techo, para custodiar la mayor estrella: un enorme vitraux Saint-Gobain de “subidísimo precio, susceptible de ser abierto y cerrado mediante el manejo de un simple botón eléctrico”, según describe nuestro cronista y guía en esta aventura.
OBRA IMPORTADA. El hall principal tenía en su techo un enorme vitraux Saint Gobain. En 1922, ya se abría y se cerraba con control eléctrico.
“Es el primer y más importante patio, que en su parte superior se cubría con una distinguida claraboya de cristales a color, cuya imagen emblemática nos sirve para conocer estos espacios sociales típicos de esas casonas. Era un ámbito que oficiaba de zona de transición, pero también de lugar de estancia diurna”, explica el arquitecto Ricardo Viola, y destaca que la distribución de la casa no está hecha al azar. “No escapa a la tradicional estructura de una vivienda preliberal en cuya organización prevalecen con distinguida importancia los patios, entorno del cual se organizan todos los espacios de la vivienda. Los de recibo, social y escritorios del señor de la casa estaban dispuestos adyacentes al hall de entrada”, indica.
Este gran salón, todo tapizado en lampás de seda de color rosa vintage, también tiene un impactante mosaico rafaelesco, procedente del Vaticano y un jarrón Mayólica de larga data; ambos productos, de gran valor. Todo lo que vemos es de gusto refinado. Y es que los Guzmán han viajado mucho por Europa y por América: todo lo que el “petit hotel” es, es gracias a sus experiencias.
Descripciones
Hay tantas habitaciones que necesitaríamos días para describirlas con precisión. Lo que sí podemos contar es que en la mayoría de la vivienda prevalecen los muebles estilo Fontainebleau (francés), con un gran trabajo de incrustación de bronces. Alrededor del patio hay varias habitaciones, todas ellas llenas de artículos valiosos. “Inútil empeño sería de mi parte pretender realizar en estas líneas una catalogación completa de cuanto bello y rico existe en la morada de los esposos Guzmán; tiempo y espacio me faltarían”, asegura el detallista narrador.
Si dejamos el hall-patio, nos encontramos con un salón “tapizado íntegramente de lampás de seda verde; encierra bellos cuadros de firma, y especialmente una vitrina llena de abanicos arcaicos, gemas raras, sutiles saxes, limoges y frágiles cristales murantinos”. Obviamente, eso no es todo: el salón de música, por ejemplo, está tapizado de seda azul pálido y guarda una gran colección de monedas y de numerosos lienzos. Es que la casa está llena de cuadros, estatuas, lozas, bronces y cristales que decoran los espacios. El arte, evidentemente, tiene un lugar privilegiado. Hay obras de Román Ribera, de Salvador Sánchez Barbudo, de Muñóz Lena, de Besnard y de Óliver. Además, hay copias (caras) de Velazquez, Murillo, Goya y Van Dyck.
DETALLES. La decoración del hogar tenía una gran influencia francesa.
Hay muchos más espacios: el comedor tiene un parquet policromado, cubierto por un gran tapíz de tipo savonnerie y con un sistema de iluminación único. Aquí destacan la mantelería, los elementos de porcelana y los cristales.
Una gran mano
Se nota que todo lo que hay en casa de los Guzmán ha sido cuidadosamente elegido. Al salir del comedor, llegamos a la galería de invierno, “muy bien orientada, profusa de divanes y flores, y culminada su bóveda con un alegre y elegantísimo vitraux, adornado de símbolos y pequeños paisajes regionales”.
Hay dos habitaciones que se destacan por sobre las demás: una ya la vimos, y es el patio principal; la otra es el dormitorio de la señora de Guzmán. “Es reproducción fiel de la alcoba de María Antonieta en el palacio de Fontainebleau, antes que ella fuera a instalarse a Versalles”, cuenta nuestro narrador, que bien ya podríamos presentarlo: se trata de Teófilo Castillo, pintor, crítico de arte y fotógrafo peruano, que fallecerá en Tucumán, a fines de este 1922. En la habitación también hay muebles franceses, un Cristo con “faldellín” del Cuzco (de un bisabuelo de Guillermina Leston) y un óleo “rutilante” de azules malaquitas con la advocación catamarqueña de la Virgen del Valle.
ENTRADA. Uno de los múltiples salones de recepción que tenía la casa.
Destaca el guía que “se advierte fácilmente en todo el ambiente de la casa que en ella palpita una fina dirección femenina. No de otra manera se explican ciertos detalles que desde el primer instante cautivan los ojos y dejan en el espíritu la impresión de algo sedante y amable”.
Y es cierto: la casa está llena de gemas raras, hilados sutiles, porcelanas frágiles y esos abanicos increíbles, “signo destacado, inequívoco de distinción y de buen gusto en los hogares”.
Un sueño desaparecido
El terreno también tiene una despensa, un lavadero, habitaciones de servicio, gallinero, una habitación para costura y tres zaguanes, pero el tiempo no nos alcanza para verlo todo. Y ya es tiempo de “volver” al futuro.
100 años después del recorrido, ya sabemos que la casona no está más. Guillermina falleció en 1947, y su esposo murió en 1951. El hogar de la pareja fue demolido en 1956 para la construcción de un edificio, inaugurado un año más tarde: es donde hoy se emplaza el complejo de viviendas que también administra Café 25 y la relojería Big Ben.
Pero no se demolió todo junto. Sobre calle Mendoza había dispuestos varios locales para negocios y, como dije antes, también estaba la finca en la que funcionaron durante décadas los escritorios de la Compañía Azucarera Concepción, que Alfredo Guzmán presidió. Estas oficinas tenían conexión directa con la casa de los filántropos, y el predio se mantuvo en pie hasta 1987. En diciembre empezó la demolición del último resabio de aquel edificio, que ya era mucho más pequeño que en sus años de gloria.
Así, finalmente, desapareció todo registro del majestuoso hogar de los Guzmán. Hoy allí funcionan más de una docena de locales comerciales, pero en un tiempo pasado hubo una vivienda imponente; el lugar en el que los filántropos más importantes de nuestra historia vivieron; ese espacio en el que soñaron con un Tucumán mejor. Seguramente volverás a pasar por la esquina de 25 de Mayo y Mendoza, pero ahora podrás imaginar aquella casona, y pensar en el palacio que fue y que nunca vas a visitar.









