Jóvenes violentos: urge ayudarlos a cambiar

Jóvenes violentos: urge ayudarlos a cambiar

La extrema dureza de la violencia juvenil revela un reto de extraordinario impacto para la sociedad en su conjunto. La familia, la escuela y las autoridades tienen por delante una tarea enorme porque, aunque no se trata de una situación novedosa, los recurrentes episodios que involucran agresiones e incidentes con jóvenes han hecho eclosionar un fenómeno que viene incrementándose desde hace años.

Entre el sábado 15 y la semana que finaliza, los casos en Tucumán se multiplicaron. Vale un repaso para tomar dimensionar de la situación. Una adolescente de 17 años -embarazada de cinco meses- apuñaló a su pareja de 22 en medio de una pelea en Banda del Río Salí. Tres jóvenes terminaron lesionados a la salida de una fiesta en un club de Santiago al 1.200. Estudiantes se trenzaron a las piñas en 25 de Mayo al 300. Dos chicas de una secundaria de Famaillá agredieron a otra, que terminó hospitalizada. Un chico de 15 años sufrió un corte durante una pelea en la plaza Independencia, protagonizada por más de 15 menores de entre 12 y 15 años. En Yerba Buena, después de un recital, los asistentes protagonizaron una batalla campal que incluyó botellazos.

Los especialistas advierten que en todo caso de violencia, ya sea entre pares (bullying), o entre adolescentes y adultos, subyace el concepto de “poder”: siempre hay un ejercicio desigual del poder y un daño a otro mediante el sometimiento, el menosprecio o la humillación. Sumado a un marco social en donde las acciones agresivas encuentran fundamento entre los mayores.

Sería un error pretender trazar un mapa en función de los orígenes sociales de los protagonistas, puesto que el flagelo se da en todos los estratos. En rigor, los trabajos clínicos muestran con frecuencia que los adolescentes que protagonizan situaciones de violencia provienen de entornos donde ellos mismos vivenciaron actos violentos, ya sean verbales, físicos o psíquicos.

Esto lleva a los jóvenes que sufrieron esos actos a “naturalizar” la agresión y sienten que es la única forma en la que pueden interactuar con sus pares. Así, el circuito de la violencia y de los abusos se relanza periódicamente.

¿Cómo comenzar a revertir esta tendencia, si vivimos en una sociedad –la argentina- en constante tensión y angustia? Los expertos apuntan a mejorar los entornos en los que los niños desarrollan los primeros años de socialización; fundamentalmente, el hogar y la escuela. El adulto, en un aula, en un club deportivo o en una casa, debe ocupar el rol de quien contiene, cuida y apoya. Para ello, además de paciencia y de esfuerzo, se necesita capacitación porque hace tiempo que la escuela y la pedagogía quedaron desfasadas en cuanto a las demandas de la sociedad actual.

Es evidente que las causas de esta violencia son múltiples. Además de un cierto fracaso educativo, juegan un rol central el consumo de alcohol, drogas y estupefacientes, un entorno en exceso permisivo o demasiado asfixiante, pérdida de determinados valores y desestructuración familiar. Se trata de generaciones de argentinos atravesados por la frustración y la decepción.

El desafío está a la vista y cambiar este entorno de furia permanente e injustificada depende de todos. Desde un ejercicio de ciudadanía mediante las redes sociales (hoy el mayor escenario de intolerancia, peleas y ofensas de la sociedad), hasta un esfuerzo diario frente a situaciones intrascendentes, como los incidentes o las discusiones de tránsito. La violencia sólo se enfrenta disponiendo de un ejército abocado a la paz, con hechos y con ejemplos. Los adultos tenemos un enorme grado de responsabilidad. Quizás este sea un buen momento para corregirnos y demostrar que somos capaces de entender que sólo se trata de convivir.

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