¿Qué les pasa a los jóvenes?

Una adolescente de 17 años embarazada de cinco meses apuñaló a su pareja de 22 en medio de una pelea en una precaria vivienda de Banda del Río Salí. Tres jóvenes terminaron lesionados en la salida de una fiesta en un club de Santiago al 1.200. Varios estudiantes se tomaron a golpes de puño en plena 25 de Mayo al 300. Dos chicas, en un curso de una secundaria de Famaillá, agredieron a otra, que terminó hospitalizada. Un chico de 15 años sufrió un corte en el pecho durante una pelea desatada en la plaza Independencia y que fue protagonizada por más de 15 menores de entre 12 y 15 años. Después de un recital realizado en un club de Yerba Buena, los asistentes protagonizaron una batalla campal y por los videos que grabaron los curiosos se observa cómo uno de ellos rompe en el cordón una botella y con el pico ataca a sus adversarios. Todos estos casos se registraron entre el domingo 15 y el sábado 20. O al menos fueron los que trascendieron y movilizaron a gran parte de los tucumanos

Estos graves incidentes fueron tema de conversación en las mesas de los cafés y del almuerzo dominical que, paradójicamente, coincidió con el Día de las Infancias. Otra vez un adulto lanzó la tradicional pregunta: ¿qué les pasa a los jóvenes? A los jóvenes no les pasa nada. Son un engranaje de una estructura social cuya gran parte hace culto a la violencia, que hizo natural la violación de normas mínimas de convivencia y que ha sufrido una importante pérdida de valores. “Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor/ Ignorante, sabio o chorro, pretencioso estafador/ Todo es igual, nada es mejor/ Es lo mismo un burro que un gran profesor”, escribió Enrique Santos Discépolo en su inmortal tango “Cambalache”, que a casi 90 años de su creación sigue vigente.

Un libro

Federico Moeykens, juez penal especializado en Niños, Niñas y Adolescencia, acaba de editar el libro “Justicia Juvenil. Estándares mínimos para una respuesta penal diferenciada a las personas menores de edad”. En su prólogo escribió: “el delito en general, y en particular el que cometen los adolescentes, no sucede en el vacío, sino más bien es la combinación de diferentes factores sociales, económicos y familiares”. “Tampoco el delito cometido por personas menores de edad debe verse, si se quiere hacer una interpretación correcta, como un hecho aislado o conducta individual o de alguno o algunos sujetos estigmatizados como adolescentes problemáticos o como mediáticamente se denomina, menores delincuentes”, añadió.

El magistrado sostuvo que el delito debe considerarse “como una manifestación social que implica un análisis extensivo de la conducta individual… La conducta social debe someterse a los parámetros culturales, históricos y económicos del momento en el que suceden. De ahí, muy probablemente los ilícitos que cometen actualmente los adolescentes no sean un rasgo o una característica propia de nuestra época, sino que sea probablemente una manifestación con características particulares…”.

Perfiles

El 95% de los menores de 21 años que afrontan una acusación -sin importar el delito-, a la hora de brindar sus datos personales, coinciden en señalar que no han terminado sus estudios; que consumen drogas (otros dicen que no son adictos, pero que sí fuman marihuana); que se dedican a la venta ambulante de bolsas de plásticos o ropa (trabajo informal) o no hacen nada (desempleo); y que provienen de familias sin la presencia de una figura paterna o materna y con serios problemas económicos, ya que sólo subsisten con planes sociales. “Son presos de su verdadera historia”, dijo un operador judicial.

En medio de esta dura realidad -en definitiva son protagonistas del futuro de la provincia-, como ocurre habitualmente, los dirigentes buscan la solución más sencilla: endurecer las leyes. El ministro de Seguridad de Buenos Aires, Sergio Berni, ya pidió bajar la edad de imputabilidad de los menores. Gran parte de la sociedad apoyó la idea y el debate volvió a abrirse. Pero en esta oportunidad, puede transformarse en una densa cortina de humo que tapará otros temas. Más allá de estas cuestiones, lo único cierto es que desde hace más de dos décadas se analiza este tema y sigue sin aparecer una solución. Lo más simple, sin lugar a dudas, es encerrar a los adolescentes que tienen conflicto con la ley.

Días atrás, el catedrático Marcelo Rubinstein, en una entrevista sobre la importancia de la condicionalidad de las penas, dejaba una profunda reflexión. “Enviar a una persona por poco tiempo a un centro de detención no sirve de nada, por una simple razón: sale peor”, explicó. También detalló que se genera esa situación porque los condenados, en la mayoría de los casos, no cuentan con un programa de acompañamiento para lograr su reinserción social, que es lo que se pretende hacer cuando se envía a la cárcel a un penado. Ese plan debería contemplar un tratamiento para las adicciones, enseñanza de oficios para asegurar una salida laboral, educación y asistencia social y psicológica para restablecer los vínculos familiares, sostén de cualquier persona y no sólo de adolescentes. Esa es la salida complicada y, obviamente, más costosa, la que ningún dirigente se anima a impulsar.

Comentarios