Cartas de lectores II: sobre la libertad

Cartas de lectores II: sobre la libertad

19 Agosto 2022

Benjamin Constant fue el primero en escribir sobre la libertad de los antiguos, de los que vivían en sociedades pequeñas, basadas en el trabajo productivo de otros (esclavos o siervos), donde el inmiscuirse en los asuntos públicos era una obligación moral. Lo diferenció del concepto moderno de libertad de las sociedades industriales nacientes, donde el predominio de las libertades civiles llevaban a elegir representantes o mandatarios (pues el tiempo del hombre moderno se concentraba en defender su propiedad, aumentar sus ingresos, educar a sus hijos, proteger sus intereses privados en definitiva). En el esquema del pensamiento argentino del siglo XIX, Alberdi comulgaba con el pensamiento del liberal moderno y Sarmiento fue el ícono del republicano antiguo, extrañado de ver caminar a su lado a personas incompletas, que se ocupaban de su familia y hacienda, sin dedicarles tiempo a los asuntos públicos. Hoy, el egregio sanjuanino se sorprendería de ver que su prédica de formar al ciudadano ha fracasado. Cada dos o cuatro años, la mayor parte de los argentinos concurren a las urnas a elegir representantes, saludan a las autoridades de mesa y por otros dos o cuatro años se despreocupan de “lo público”. La mayor parte se pone el traje de usuario, de consumidor, de emprendedor, de trabajador y deja colgada hasta nueva ocasión la noble toga del “ciudadano”. No estoy hablando de militar religiosamente en partidos políticos, asistiendo a mitines, elecciones internas, etc., sino de recuperar el espíritu de la libertad republicana que tanto amaba Sarmiento. Ese espíritu que late en una cooperadora escolar o al menos en asistir a una reunión de padres y madres. Ese sentir la vida en comunidad de una asamblea de consorcio en el edificio donde se habita. Puede ser desde contribuir siendo socio de la cooperadora del hospital o comprar la rifa de los bomberos voluntarios, hasta ser uno más de los que reclamen ante las empresas de servicios públicos por su deficiente atención o incluso comunicarse con los medios barriales para denunciar la falta de una tapa de desagüe o un semáforo que no funciona. Nuestros abuelos participaron en sociedades de fomento, crearon clubes de barrio, fundaron la salita de salud, etc. y hoy sus nietos caminan simulando ser figuras egipcias de perfil, para esconder su carácter incompleto porque supinamente o con intención se han olvidado de participar en la vida pública cotidiana. Una plaza con sus juegos rotos o sin bebederos, una estación de trenes sin teléfonos públicos, una calle mal iluminada, una escuela con sus paredes derruidas, y cientos de obras sencillas están esperando que la toga republicana vuelva a ser vestida por los ciudadanos y que se pongan al frente de esas pequeñas batallas. De esos ciudadanos saldrán los gobernantes del futuro.

Miguel Angel Reguera

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