Un típico caso de mediación filosófica

Un típico caso de mediación filosófica

Un típico caso de mediación filosófica

Pausa bajo los tarcos

Es sábado a la mañana. La filósofa apodada por todos “cinética” hace gala de su profesión y sobrenombre caminando por el Parque 9 de Julio junto a sus dos discípulos (grandecitos ya, es cierto, el más joven tiene 70). Los seguidores también se ajustan completamente a esa expresión, la de seguidores: van un paso atrás por respeto a la filosofía y, sobre todo, por defecto de estado físico. Mariana es más joven y mucho más sana y distrae a sus amigos hablando pavadas para que se muevan un poco. El viento mezcla los divagues con aseveraciones del tipo: “Es un día de postal para caminar por las veredas, llovidas por una flor y otra flor celeste”. O, “María Elena Walsh fue una gran artista, pero entristeció la palabra jacarandá. Junto a Palito Ortega, cierto es. Se debe poder probar también que la decadencia de las escuelas técnicas no está vinculada con Osías, el osito en mameluco, y que gran parte del movimiento antivacunas se entiende por aquel incidente en Gulubú. Tal vez no todo sea malo, por ahí el éxito del Citric no se deje de vincular al Mono Liso y sus proezas con el hesperidio”.

Fingiendo interés, pero con indisimulado cansancio, los discípulos proponen un café en el bar de la esquina, frente al reloj.

No pasaron mas de 20 minutos de descanso, de la tranquilidad piadosa del declive, cuando estalló la pelea horrible entre los lavadores de autos que estaban en la vereda del lado del bar. Ambos vestían la camiseta de San Martín, pero esa posible empatía no tenia efecto práctico alguno. Se peleaban un Fitito que ni siquiera había pedido el servicio. El dueño del auto parecía un hombre muy distraído; ya se había resignado a que su saludo se interpretara como un “hágame usted el favor de lavar mi auto, sea bueno”. Pero los dejó peleando acerca del adjudicatario.

La vereda de tarcos se puso nerviosa

La trifulca subió de tono, aparecían argumentos terribles; de cada lado se atribuían una  cantidad de hijos inaudita, cuentas económicas, personales, pronto pasaron a la conducta sexual de las parejas, atribuyéndose en varias ocasiones el hecho. La vereda de tarcos se puso nerviosa, y los colegas de lavado preparan un ring humano y los lavacoches de la vereda de enfrente vociferan “Háganse bosta, cirujas de mierda”. Ahí saltó ella, como si hubiera descubierto la última pieza del rompecabezas. Los amigos no pudieron reaccionar y temieron lo peor. La sorpresa fue enorme cuando vieron que todos le prestaban atención, que la filósofa tomaba una rama y dibujaba el piso, como haciendo una demostración matemática. El Menón de Platón registra la misma escena. Luego envía a uno  a hacer una consulta al dueño del auto. Hubo un eureka. Finalmente se abrazaron los que estaban listos hace minutos para golpearse y un aplauso de teatro, de gratitud le fue dedicado a Mariana por los lavacoches y el bar se sumó a la exitosa mediación . Sonriente, algo ruborizada, volvió a su lugar.

La constitución de la sociedad

-Flaca, estás loca- le dijo Tuco, que sabía que había que retarla.

-Tranquilo. Era todo tan claro que no podía pasarme nada.  Fue sencillo, saben que todas las actividades, sobre todo las ilegales como esta, tienen reglas. Si quieren algo de sociología barata, el hormiguero, como los pitufos, son una sola subjetividad; cada uno es una parte de un ser colectivo, un rasgo del ser aldea. En otro extremo, por ejemplo el oso solitario inverna por muchas razones fisiológicas pero no puedo dejar de comulgar con los plantígrados cuando se meten en la cama meses para que no los molesten. En fin. En cambio nuestras sociedades están a medio camino entre el oso solitario y la pitualdea. Vamos a la situación  ni un pitufo: es un oso trastornado por los demás. A esta esquina llegan autos desde el sur y del norte. Me imaginé que los lavacoches repartían los clientes según la dirección, lo cual no excluirá otros valores, pero la procedencia es sagrada. Tuve la fuerte impresión  de que el dueño del auto en conflicto era universitario, con toda probabilidad de Filosofía y Letras, donde enseñé por décadas y que está a cinco cuadras al sur. Lo cual constaté rápidamente. Por lo tanto el Fitito, si bien venía del sur, en realidad había pasado el bar y doblado en U, para quedar con el coche ya enfilado hacia la facultad -saben que la gente que da clases siempre quiere tener todo preparado-. De allí que no le correspondía a ninguno de ellos, sino a los de enfrente, los de Atlético. Eso fue lo que les destaqué, buscando el patriotismo de esta vereda, que a fin de cuentas en vez de pelearse debieran festejar que le “chatiaron “ (es la expresión técnica) un lavado a esos amargos.

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