¿Qué aire se respira en Tucumán?

La pequeña Lucía Lobo, que el año pasado llevó una caja con cenizas a las puertas del ingenio Ñuñorco, sabe bien qué está respirando. “Es esto lo que daña mi salud y no me permite salir a jugar al patio cuando el ingenio muele”, le dijo hace un año a los funcionarios de Medio Ambiente, que pararon durante tres horas el movimiento en la fábrica monteriza hasta conseguir el compromiso del ingenio de poner los filtros. Le dieron un acta a la niña de 5 años, a la que vieron como una especie de Greta Thunberg, capaz de mover con su pequeña gran figura la conciencia ambiental. “Me prometieron que se va a trabajar por mejorar el ambiente”, le dijo entonces a LA GACETA.

Un año después, Lucía, ya de 6 años, no fue con una cajita a la puerta del ingenio, sino que llevó una bolsa enorme a las puertas de la Secretaría de Medio Ambiente. Marcelo Lizárraga, subsecretario de Protección Ambiental, el mismo funcionario que el año pasado le había dado el acta y le había prometido que le daría un futuro mejor, dijo ahora que las cosas van bien, que se entiende el reclamo de la gente, que este asunto ya no fue de inversión, sino de gestión y que los problemas de las máquinas de los ingenios Ñuñorco y Aguiilares se deben a “cualquier desperfecto que no es fácil de resolver en lo inmediato”.

“Nada anormal”, pero hay más cenizas

Antes que el funcionario habían hablado otros responsables: el administrador del ingenio Aguilares, Guillermo Lamarca, dijo que “no hay nada anormal”, que han instalado filtros scrubber, que están siendo auditados permanentemente por la Provincia y por la Estación Experimental y que trabajan con la recientemente creada área de Medio Ambiente de la Municipalidad sureña. Las cenizas en el aire vienen de la quema de caña y pastizales, dijo, no del ingenio.

Después Lizárraga explicó que los problemas que se generan en la zafra “se van solucionando” y estamos lejos de “aquel Tucumán en que llovía cenizas todos los días”. Con lo cual entramos en una gran contradicción: las cosas podrán estar mejor que el año pasado, pero la bolsa con cenizas que llevó Lucía para protestar en este 2022 es mucho más grande que la cajita de 2021. ¿A quién le haremos caso? Nos conmoveremos con Lucía o nos esperanzaremos con la palabra de los funcionarios que dicen que vamos hacia un futuro mejor?

La única manera de resolver la contradicción deberían ser los datos medianamente científicos o las denuncias concretas, que aparecen perdidos en medio de la hojarasca medíática. Pero hay pocos datos y denuncias difusas. Por ejemplo, el biólogo Juan González suele dar a conocer las mediciones de focos de fuego fotografiadas por los satélites de la NASA. El último compara los meses de junio y julio. “Es evidente el incremento de los focos mencionados entre un mes y el otro. En este caso, la quema de vegetación corresponde a cañaverales en pie y restos de los mismos, basuras, pastizales, entre otros”, explica. Otro informe podría ser el de los vecinos del río Gastona, del miércoles 3, que denunciaron que unas 20 hectáreas de caña de azúcar quedaron envueltas en fuego. Pero los vecinos no saben quién quema y qué intereses tiene. Sólo sufren el humo. Marcos Golato, de la Estación Experimental y docente de la UNT, a propósito del ingenio Aguilares, dijo a LG Play que se hace un monitoreo que regula y controla las emisiones de las chimeneas y que “están dentro de los márgenes admitidos en la ley”. También explicó que lo que se vio en las denuncias recientes era material grueso producto de quema de la caña.

Pero los cañeros negaron que ellos hayan sido los quemadores. “Para nosotros es mala palabra quemar caña y más en este tiempo de sequía”,dijo Gustavo Guillén, presidente de la Unión de Cañeros del Sur. ¿Entonces quién quema? Según Guillén, puede deberse a “pastizales secos”, “quema de basura”, “el lanzamiento de una colilla de cigarrillo” y “casos intencionales de gente dispuesta a provocar daño”.

“Respira para cambiar”

Eso tampoco resuelve la contradicción. Y no parece que el futuro vaya a solucionarla. Desde comienzos de año se anuncia que se comenzará a estudiar en la provincia la calidad del aire, por medio de una iniciativa llamada “Respira para cambiar” (Breathe2Change”), con el investigador tucumano Rodrigo Gibilisco, miembro de la Fundación Humboldt, investigador del Laboratorio de Estudios Atmosféricos del Inquinoa. Esta fundación, junto con el Conicet, la UNT y la Secretaría de Medio Ambiente harán una prueba piloto para estudiar el aire en Tucumán. “No hay estudios hechos”, dijo Gibilisco. ¿No hay? No. Hay informes parciales de determinados momentos y ciertos aspectos. Por ejemplo, un estudio de hace varios años de la Universidad de Córdoba, que detectó niveles alarmantes de contaminación en el aire de Tucumán. O la investigación que hizo el doctor Rogelio Calli sobre el impacto de la “lluvia negra” en la salud en los niños de Monteros, que presentó en el Congreso de Pediatría en 2017. Pero esos informes, que sirven para protestar y tener una cierta idea de lo que pasa, no se hacen de manera sistemática como para poder medir los cambios para mejor o peor.

En principio, “Breathe2Change” va a dar las primeras mediciones con 40 equipos, luego se instalarán dos laboratorios, y con los resultados obtenidos, según Florencia Sayago, directora provincial de Medio Ambiente, “se podrán tomar medidas para que los tucumanos respiren aire más limpio”.

Avances lentos

No está mal que por primera vez, pasadas dos décadas de este siglo, y a 200 años del nacimiento de la industria azucarera, del cultivo de caña y de las quemas, se comience a medir, dado que el avance de los programas hacia una producción limpia es verdaderamente lento. El año pasado se decía que de las 260.000 hectáreas cultivadas con caña se habían acreditado 47.000 cosechadas sin quema. Este año llegarán las cifras en medio de los meses infernales de agosto y septiembre. Pero la pregunta es: una vez que podamos tener las mediciones para determinar los niveles de contaminación, ¿se podrá actuar para evitarlos? Juan González dice que ahora mismo se podría determinar responsables. “Si a los mapas satelitales de focos de fuego les ponemos encima un mapa de cultivos de caña, hay una superposición perfecta. Basta con que haya equipos ambientales en las municipalidades para actuar en el momento”, dice. “Esto –agrega- necesita presencia física para que haya identificación”. Si no, los responsables terminan siendo las colillas de cigarrillo de que hablan los cañeros.

Otro problema que nota González es que los filtros que se han instalado en los ingenios evitan que salgan las partículas gruesas, de más de 10 micrones, “pero no detienen las de 3 y 2,5 micrones, “esas que entran directamente a los pulmones”. Las que le causan problemas para respirar a Lucía en el aire de Monteros. Su padre, Hernán Lobo, dice que ella padece “una especie de reacción alérgica a las partículas que lanza esa planta a la atmósfera”. Hará falta un científico por ahí que pueda dar una respuesta clara. Lucía sabe qué aire respira. Los tucumanos, no.

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