Es la política, estúpido

¿Qué tiene que ver la guerra entre Rusia y Ucrania con los fondos no reintegrables de los municipios tucumanos?

¿Qué tiene que ver la causa “Vialidad”, en la que se enjuicia a Cristina Fernández, con el déficit fiscal?

¿Qué tiene que ver el gasto político con el brinco de Juan Manzur a jefe de Gabinete de la Nación?

¿Qué tiene que ver la quita de subsidios energéticos con la caída del poder adquisitivo de la clase trabajadora?

¿Qué tiene que ver el unitarismo porteño con la liquidación de las cosechas?

¿Qué tiene que ver la suba del dólar con políticos millonarios en las provincias más pobres?

¿Qué tiene que ver la inflación con la coparticipación federal?

¿Qué tiene que ver el Banco Central con las elecciones del 2023?

Cuando Tristán Tzara creó el dadaísmo en 1916, en el Cabaret Voltaire de Zurich, propuso liberar las fantasías creativas de la mente hasta hacerlas explotar en el lienzo del absurdo.

Si tomamos las preguntas anteriores, las imprimimos y cortamos al medio para separar las contraposiciones que preguntan qué tiene que ver “esto” con lo “otro”, luego las mezclamos y las volvemos a armar al azar, no cambiará nada, o casi nada.

Esta es una de las técnicas del dadaísmo literario para crear. Recortar palabras, mezclarlas y después que el destino las asocie a su antojo.

Entonces puede quedar enlazado unitarismo con suba del dólar, la guerra con los políticos millonarios, las elecciones 2023 con Manzur, los fondos no reintegrables con la liquidación de las cosechas o el Banco Central con las quitas de subsidios energéticos.

Luego volvemos a hacer lo mismo, mezclamos los papelitos de las preguntas y los tiramos sobre la mesa. Surgirán nuevas oposiciones de temas que a simple vista nada tienen que ver, pero cuyo resultado siempre será similar.

Los mejores del mundo

Suele decirse que en Argentina todos somos directores técnicos y economistas. También grandes asadores, aunque esto último tiene bastante de automito.

Lo primero tiene asidero, ya que somos el país que más técnicos exporta al mundo, incluso más que Brasil. Llegamos a contar con ocho entrenadores argentinos, en simultáneo, en seleccionados de otros países. Y esto sólo en primera división.

Hay muy pocos países, como Argentina o Brasil, que jamás contratarían un técnico extranjero para dirigir la selección nacional.

Lo segundo es más confuso y más difícil de probar. Que hasta un niño de 10 años conozca la cotización del dólar es algo poco frecuente en otros países. En Argentina es normal, quizás producto de que es un país que vive en crisis y por ende ubica a la economía en la centralidad de su relato cotidiano.

Hablamos de economía en la verdulería, en el taxi, en la cancha o en el asado familiar. Aunque esto no necesariamente signifique que sepamos de economía, como de fútbol. O sí.

Entonces, si acaso sabemos tanto de monedas extranjeras, inflación, deuda externa o del precio de la soja, ¿por qué saltamos de una tragedia a otra, inexorablemente, gobierne quien gobierne?

¿No será porque nuestros problemas no son económicos, sino políticos?

Desde niños nos enseñan que hay pocas naciones con tantos recursos, naturales y humanos, como Argentina. Y que países con mil veces menos riquezas gozan de un bienestar socioeconómico mil veces superior. Y esto es empíricamente real, está probado y es fácilmente mensurable.

El endeudamiento

La economía puede resultar bastante compleja planteada en términos académicos o técnicos. Pero abordada desde el sentido común, desde el bolsillo del vecino o desde la economía del hogar, es una ciencia sumamente sencilla.

Si gano 10 pesos no puedo gastar 15. Y si necesito gastar 15 debo endeudarme, sacando un crédito, pidiendo prestado o comprando en cuotas.

Así podemos hacernos de un bien costoso, arreglar la casa o cambiar el auto. El problema es cuando volvemos a endeudarnos pero ahora para pagar lo que debemos, porque allí comienza una espiral viciada y peligrosa, donde la deuda ya no es una inversión para capitalizarnos, sino una bola de nieve que rueda por un tobogán sin fondo.

A diferencia de la economía familiar, que tiene límites reales y materiales para endeudarse, incluso la cárcel o un embargo, el Estado cuenta con otras herramientas para tomar deuda, como imprimir billetes o emitir bonos, que si no se realizan de forma ordenada y previsible, terminan por distorsionar los parámetros de la economía real. Así surgen la inflación, la pobreza o la falta de inversiones, que no es otra cosa que gente que se endeuda en Argentina para generar riquezas a futuro. Y cuando no hay orden y previsibilidad decide no hacerlo.

Cuando los economistas sostienen que el problema argentino es el gasto político no se refieren sólo al sueldo de los funcionarios, a la corrupción o a los lujos que ostentan los dirigentes en sus funciones. Ítems que son reprochables, y más en el contexto argentino actual, pero no son los principales.

La empleomanía estatal es otro gasto que está desquiciado, pero tampoco ocupa la centralidad del despilfarro. En Argentina hay medio millón de empleados públicos nacionales y casi 3,5 millones de asalariados provinciales, municipales y comunales.

En Estados Unidos, con 330 millones de habitantes, hay cuatro millones de agentes estatales, aunque casi la mitad corresponde a las fuerzas armadas, pilar de una economía militarizada.

En Argentina, los militares (Ejército, Marina y Fuerza Aérea) y las fuerzas de seguridad nacionales (Gendarmería, Policía Federal y Prefectura) son apenas 200.000.

El gasto real

Mucho se habla del bendito déficit fiscal, que hoy se ubica en nueve puntos porcentuales del PBI (primario, estructural, financiero, etc). Esto son unos 27.000 millones de dólares, ya que cada punto representa 3.000 millones.

Estos nueve puntos “en rojo” los podemos sumar entre las empresas públicas (casi un punto); las jubilaciones de privilegio (casi un punto); la obra pública (tres puntos); y el reparto discrecional de fondos a las provincias (cinco puntos).

Curiosamente, las provincias con las cuentas fiscales más opacas son las más beneficiadas por este reparto discrecional de fondos coparticipables y por la obra pública, como Tucumán, que no cuenta con Ley de Acceso a la Información Pública ni Ley de Transparencia.

Estos dos grandes gastos, la obra pública y el reparto discrecional de fondos a las provincias, están señalados como las grandes cajas con las que se financia la política.

Es un ida y vuelta unitario que hace que los gobernadores ingresen de rodillas por la alfombra roja de la Casa Rosada.

Esto se replica luego puertas adentro en algunos distritos, como el dinero que el gobierno tucumano reparte a su antojo entre los municipios “amigos”, bajo advertencia del gobernador suplente, Osvaldo Jaldo: “los que quieran irse pueden hacerlo”, en referencia al Pacto Social que tiene de rehenes a los intendentes, ya que no recaudan ni para pagar los sueldos.

Cuentas a las que tampoco podemos acceder gracias a la opacidad del gasto público tucumano. Ese ida y vuelta de fondos entre la Nación y las provincias, también ocurre entre el Gobierno y los municipios tucumanos.

Manzur llegó a la jefatura de Gabinete para custodiar esos ocho puntos del PBI. No fue por su ascendencia con los gobernadores peronistas ni por su supuesto liderazgo político como se quiso presentar, y por eso Cristina Fernández no dejó que Sergio Massa ocupara ese lugar, como se rumoreó ese caótico fin de semana en que renunció Martín Guzmán.

En todo caso, Massa llegó para ahorrar, y Manzur está para gastar.

Aquí vamos viendo cómo se entrelazan esas preguntas absurdas o dadaístas que formulábamos al principio y como el unitarismo se vincula a la emisión monetaria, a la inflación, a la liquidación de cosechas, al precio del dólar, a la causa “Vialidad”, o a las arcas vaciadas del Banco Central.

El “ajuste” que anunció Massa, estiman algunos economistas, no llegará a un punto del PBI de ahorro, es decir unos 3.000 millones de dólares.

Y ese ajuste, al menos por ahora, no alcanza al gasto político, sino que otra vez aprieta al sector privado. Y no a las grandes corporaciones o empresas, sino a doña Rosa. Porque la quita de subsidios energéticos no es otra cosa que hacer que la clase media y las Pymes paguen de su bolsillo el déficit de energía del país.

La crisis argentina no es económica, es política. Con sólo eliminar las jubilaciones de privilegio se ahorraría lo mismo que pretende ajustar Massa y sin sacarle plata a la clase trabajadora con la quita de subsidios.

Y si se eliminara la coparticipación repartida a dedo desde la Rosada el Estado Nacional ahorraría otros 15.000 millones de dólares.

¿Y la obra pública? Otros 9.000 millones de dólares -al menos hasta que se ordenen las cuentas- que de todos modos sabemos que lo que realmente termina en obras es mucho menos. Si no, que le pregunten a Lázaro Báez, José López, Ricardo Jaime o Julio de Vido.
A un año de las elecciones todo indica que el gasto político tenderá a crecer, no a disminuir. Al menos es lo que viene ocurriendo sistemáticamente desde, por lo menos, 1973, con el desastre económico del tercer gobierno peronista que acabó en la hecatombe del “Rodrigazo”, de Celestino Rodrigo, y luego todas las tragedias que ya conocemos.

A partir de allí Argentina nunca volvió a ser la misma, con el eje puesto en el gasto político, la única variante económica que no ha dejado de crecer en 50 años.

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