¡Libro de quejas!

Por Santiago Garmendia - Doctor en filosofía - Columnista invitado.

24 Julio 2022

En nuestra provincia, en los negocios medianos a grandes, solía haber un cartelito que rezaba “Libro de quejas a disposición”. Todavía cuelga en algunas cajas o mostradores. Digo cartelito porque uno siempre desconfía de la existencia del compendio de lamentos. Funciona como una trampa: nadie lo pide, pero los comerciantes siempre tienen a mano el “ahí está el libro de quejas”. No es frecuente que uno se anime a usarlo, por lo que tiene de horrible traición a los empleados.

En el caso de que usted sienta que ha sido claramente ofendido y, recordando por ejemplo los discursos de Alfonsín, decida que no quiere que sus hijos crezcan en una provincia en la que le den lampreado en vez de merluza, sepa que no será sencillo. Se hará un silencio que le va a obligar a repetirlo. Quizás le tiemble un poquito la voz, pero no se me achique, acaba usted de abrir un espacio y un tiempo ajenos a la comida para llevar, un camino pocas veces andado. No todos tienen personalidad para la queja expresa.

Digamos que usted está en un lugar que tiene, como nombre de fantasía, el superlativo de la pasta. Un cartel replica una cita que adjudican al filósofo Séneca: “Es mejor que el hombre espere a la comida, antes que la comida al hombre”. Al lado, el letrero de marras ofreciendo un espacio para la queja. Usted esperó la comida, pero no era merluza, sino lampreado. Para peor, se cuestiona la expresión de su pedido, como si no distinguiera entre el campo y el mar. Hay que quejarse.

En primer lugar, usted necesita saber los nombres de los empleados involucrados en su lampreadogate, por llamarlo de alguna manera. Por caso, le pregunta al de seguridad. Tratará usted con ingenuidad de que los implicados no sepan que necesita mencionarlos, pero será en vano; el guardia, con toda probabilidad, se hará una fiesta apuntando: “¿este?” Incluso puede intentar direccionar la queja: “¿no será aquella otra?”, etc. Si usted es un verdadero valiente y quiere estar tranquilo, solicite el nombre del propio guardia. “¿Pero por qué yo?”, le dirá con cara de adolescente que se quedó sin crédito en el celular. Cosa mía, reponda. Usted tiene el poder, no lo olvide.

Con lo cual, viene la parte más complicada. No deje que le registren el reclamo por usted, es un libro que le toca escribir a usted, son sus palabras, su verdad. Pida libro, lapicera y tiempo. Va a dejar su huella en la historia del comercio y eso causa vértigo. No es pava, porque usted no es abogado versado en derecho al consumidor, un Rubinstein; incluso ha pasado tiempo desde que hizo las últimas materias de secundaria o Facultad, y capaz que, como el propio García Márquez, duda bastante con la ortografía. En suma, le va a ocurrir lo que a todos los escritores: el miedo a la página en blanco y a la errata. Además, usted está enojado, y escribir en ese estado da más para el grito que para la prosa. No deje que esto le haga desistir, si usted da marcha atrás le va a costar mirar a los ojos a la gente. O llevarse los lampreados que mal que mal le salvan el almuerzo. Siga adelante. Bien ahí.

Para su alivio, hay algunos ítems que lo van a guiar, no es una composición de tema libre.

Denunciante

Aquí hay una clave. Para que sea efectivo, usted no me ponga nombre y apellido nomás. Sugiero, por caso, que después de los datos fríos agregue usted algo como: “partícipe de la primera expedición a Farallón Negro con Abel Peirano, mi abuelo peleó en Uspallata y tengo cartas de César Pelli en las que me solicita, por favor, que le mande dulce de membrillo”.

Asunto

Vaya de lo general a lo particular, para que su huella no se reduzca a una disputa sobre rebozados. Alce el vuelo, use la imaginación sociológica que predicaba Wright Mills. No baje de “tergiversación de minutas y desapego a la verdad”. Use todos los recursos retóricos que le parezcan útiles; por caso, puede citar a Walter Benjamin y su idea de que el arte en la época de la reproducción técnica es el fin de la autenticidad. Llevada a los rebozados hace que todo sea lo mismo, que un pez y una vaca no puedan ya distinguirse en estos tiempos y que este lugar de comidas es cómplice del fin de la cocina argentina. Nombre usted ahí a todos los empleados de la ignominia. No hay papel pequeño.

Sugerencias

El momento de más peligro. No afloje, he visto libros que en esta sección terminan diciendo: “los quiero mucho”. Aquí señale que el negocio va a estar para siempre en falta y debe equilibrar la balanza de la justicia. Que sólo le parecería un resarcimiento lógico un viaje al mundial de Qatar o dos kilos de masas finas con muchos budincitos del cielo, que siempre los mezquinan. Las opciones lo mostrarán como una persona razonable, un ciudadano de bien.

Usted se va entonces con la conciencia tranquila de no haber sido un engranaje más en este sistema. Con dignidad, Y con los lampreados, que tienen muy buena pinta.

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