En El Mollar, Nilda Cruz mantiene viva la tradición de tejer

En El Mollar, Nilda Cruz mantiene viva la tradición de tejer

Lo aprendió de niña; hoy, muchos años después, sigue hilando para que su profesión jamás se pierda.

CREANDO EL HILO. Para poder tejer, Nilda comprimir la lana (de oveja o de llama) en la rueca. Así obtiene el hilo. LA GACETA / FOTOS DE OSVALDO RIPOLL CREANDO EL HILO. Para poder tejer, Nilda comprimir la lana (de oveja o de llama) en la rueca. Así obtiene el hilo. LA GACETA / FOTOS DE OSVALDO RIPOLL

“Yo hago esto para que la tradición siga viva. Nuestros abuelos nos la dejaron, y no quiero que se pierda”, admite, con telar en mano, la artesana Nilda Ester Cruz, desde su casa en El Mollar. Con los cerros de fondo, hay días en los que se levanta y se pone a hilar la materia prima; hay otros en los que su tarea es teñir el hilo con productos vegetales, y también están esos -los más largos- en los que agarra el telar y se pone a crear. En cualquiera de ellos, Nilda es muy feliz: hace, con pasión, lo que le gusta. Y también homenajea a todos sus maestros.

LA MAGIA DEL TEÑIDO. Con productos vegetales, Nilda da color a los hilos que usa para tejer; combinar bien los colores -dice-, es clave. LA MAGIA DEL TEÑIDO. Con productos vegetales, Nilda da color a los hilos que usa para tejer; combinar bien los colores -dice-, es clave.

Recuerda que esta historia de amor empezó cuando tenía solo ocho años. Estaba muy enferma y su movilidad estaba comprometida. “No me podía levantar de la cama -relata-; y una vecina, que vive aquí, un poquito más arriba, me enseñó. Empecé haciendo tejidos a dos agujas... Eso me servía como terapia, y me ayudó a poder estar mejor”. Y “eso”, que solo era un pasatiempo, se convirtió en su vida. Hoy, casi medio siglo después, nos atiende desde su taller; lleno de colores, allí exhibe y vende algunas de sus prendas, aunque de entrada aclara que fue “desvalijada” por unos días, porque la mayoría de su producción viajó a Buenos Aires para una feria de artesanías. Es que lo que hace es, como mínimo, impresionante.

Pasión en la sangre

En cuanto llegamos a su espacio de creación, empieza rápidamente a comentarnos cómo realiza su tarea. Tiene alma de docente; quizá sea porque su abuela y sus tías también le enseñaron a ella de una manera natural a perfeccionar su técnica; y es que sí, se nota que lleva el tejido en la sangre. “Todo empieza con la lana sucia; luego de esquilar la oveja, se limpia la lana, se la lava y recién se comienza el hilado”, cuenta. Ese proceso puede realizarse de dos maneras: a huso o con rueca. El primero es un método antiguo, el que hacía la abuela de Nilda; el segundo es el novedoso y más rápido. Pero ella hila de ambas formas.

Una vez que el hilo está listo, empieza el proceso de teñido. Nos muestra hermosos ovillos de diversos colores; algunos más fuertes que otros, todos son hechos con productos naturales. “Pero también tejo con hilo industrial, porque hay que tener variedad; hay personas que son alérgicas a la lana de oveja o a la de llama”, advierte. “Cada color tiene su secreto. Para el naranja uso zanahoria, por ejemplo. También tiño con cáscara de cebolla o con jarilla para conseguir distintos tonos de amarillo. La clave es usar limón en el teñido, para que al lavar la prenda no se pierda el color”, detalla.

En El Mollar, Nilda Cruz mantiene viva la tradición de tejer

Con los colores listos, empieza a tejer. Mientras nos muestra sus telares de mesa, de tejido circular y sus bastidores, narra que en su juventud dejó el telar. “Me fui a trabajar en Buenos Aires, de otra cosa, pero se enfermó mi abuela y tuve que volver. Y ahí me dediqué a esto, volví a las raíces -dice-; es mucho el sacrificio, de estar día a día, pero es muy satisfactorio cuando la prenda está terminada y bien hecha. Y si la tengo que desarmar 10 veces, lo voy a hacer. Siempre tiene que quedar perfecta”. Hace 25 años se dedica a tejer, y hace de todo: aunque lo que más “sale” son los caminos de mesa y los pies de cama; le encanta hacer prendas (un poncho a mano puede llevarle cuatro días), ponchos tucumanos (para los que necesita un mes) y otros artículos de indumentaria para el hogar y para niños.

Un arte que despierta interés

Desde hace algunos meses Nilda está dentro de la Ruta del Artesano, y puede dedicarse tiempo completo a producir y a vender desde su casa. Es un emprendimiento familiar: uno de sus hijos trabaja en el telar y su esposo, Felipe José Olarte, también participa. “Él es especialista en pompones”, resalta la tejedora.

En su hogar recibe diariamente visitantes de todos lados. “La semana pasada vinieron muchos extranjeros, de Italia y de Francia -comenta-; decidí quedarme para producir y para enseñarle a la gente. Con frecuencia vienen niños especiales a aprender; es una terapia para ellos... También doy clases para adultos; hay mucho interés en aprender a usar el telar”.

Cuando parecía que esta tradición se estaba perdiendo, personas de todos lados empezaron a interesarse en esta técnica ancestral. “La gente quiere aprender. A mí me preguntan dónde se puede comprar el telar, pero a uno le tiene que gustar para poder dedicarle tiempo, porque esto lleva mucho tiempo. No es solo hacer por hacer; la prenda tiene que quedar prolija. A veces la gente ve una prenda que le gusta y quieren aprender a hacer lo mismo, pero hay que hacerlo bien”, advierte, y revela su secreto: “las claves para un buen tejido son la combinación de colores y la costura”.

Complicaciones y desafíos

Aunque Nilda ama su profesión, admite que cada vez es más difícil continuar. “Es complicado seguir siendo artesano, sobre todo porque la materia prima está cada vez más cara -reflexiona-; además, a veces los compradores no nos valoran y no saben lo que es el trabajo. A veces vienen y quieren que uno les baje el precio, pero no se puede, porque es mucho el tiempo que le dedicamos y la materia prima nos cuesta”.

A pesar de los pequeños palos en la rueda, todos los días agarra los hilos y crea. Como cuando era niña. Como le enseñaron su vecina, su abuela y sus tías. De eso se trata. “Yo hago esto para que siga viva la cultura. Me gustaría que esto no se pierda; que cuando nosotros ya no estemos, el tejido siga vivo”, concluye.

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