Hagamos de cuenta en Israel y Palestina*

Hagamos de cuenta en Israel y Palestina*

04 Julio 2022

Carlos Duguech

Analista internacional

Fue intenso el lobby que hicieron las organizaciones judías durante 1947 cuando se tomó conocimiento de la determinación de la recién creada Organización de las Naciones Unidas (ONU) de resolver la “Cuestión Palestina”. Una piedra caliente heredada de la Sociedad de las Naciones, que diseñó el sistema de los mandatos. Uno de ellos sobre Palestina designando como mandatario a Gran Bretaña (desde 1922).

Es muy conocido lo que sucedió a partir de que Israel se convertía en una nación aceptando la Resolución 181 (II) de la ONU del 29 de noviembre de 1947. Se disponía la “partición de Palestina” en dos Estados (uno árabe y otro judío) instaurando para Jerusalén un régimen especial por diez años, administrado por la ONU. Los árabes palestinos y los países árabes de la región se opusieron. Hoy, casi tres cuartos de siglo después, cobra sentido que les hubiera convenido aceptar la partición, aun a regañadientes, al igual que la aceptaron los judíos entonces. Tal vez hoy podríamos contemplar dos países soberanos, con fronteras reconocidas entre ellos e internacionalmente. Y tal vez se hubiera podido asignar a cada Estado una parte de la Jerusalén escindida de la Resolución de la partición: la del oeste, israelí y la del este, palestina. Y no habrían sucedido tantas masacres, tantas guerras (1948/49,1956, 1967, 1973). Ni tanta ocupación del Líbano, ni una sola intifada y ningún enfrentamiento entre Gaza e Israel. Ni tanta ilegal construcción de asentamientos permanentes en territorios asignados a los palestinos. Parece simple, pero hubiera resultado la consecuencia lógica de un acuerdo inteligente y poderoso de la ONU. Sin operadores desde afuera, por otros intereses. Que no son intereses de los israelíes ni de los palestinos.

Si se hubiera dado en “espejo” la situación, todo, pero todo, sería distinto hoy. Esto es, que los judíos hubieran rechazado la “Partición” y que los palestinos –a contrapelo de sus aspiraciones– la hubiesen aceptado (“mejor, mucho mejor que nada”, dirían).

Imaginemos –es bueno hacerlo, como método de microanálisis– que parte de los territorios asignados por la Resolución 181 de la ONU de 1947 a los judíos y como consecuencia de guerras y otras operaciones estén ahora en poder de autoridades palestinas. Autoridades reales, efectivas y no como las nacidas como “premio consuelo” de los Acuerdos de Oslo: “Autoridad Nacional Palestina”. Y que en esos territorios el gobierno palestino haya emplazado asentamientos, construyendo viviendas para miles y miles de grupos familiares. Y muros altos, custodiados, para una frontera de cemento, hierros, alambradas y vigías palestinos armados.

Completado ese ejercicio de imaginación podríamos preguntarnos, en dos planos: en el primero, ¿cuál sería el comportamiento durante 73 años (desde la Guerra de la Independencia) de Palestina?; y en el segundo plano: ¿cómo actuaría la “comunidad internacional” (ese ente amorfo, variable, sin rostro ni identidad permanente) de cara a los reclamos de Israel por los agravios que viene sufriendo a manos de Palestina, durante 73 años?

Como analista de este tan prolongado asunto solo espero que cualquier intento de respuesta pueda traer algo de luz para mejor comprender la naturaleza de esta larga y dolorosa historia. La de dos pueblos signados por la violencia que no los abandona ni en las treguas. Adelanto mi respuesta: el primer plano, en unos pocos años resuelto. No abandonarían a Israel a los palestinos ni a nadie del M.O. En el segundo plano 2: la “comunidad internacional” actuaría formalmente con todos sus recursos diplomáticos y de los otros (ya se sabe cuáles) para resolver la cuestión. Ojalá que el esquema propuesto en este espacio pueda expandirse y resulte beneficioso para que cuando se hable de “paz” esta no sea solo una breve tregua. Minúscula, entre tanta sangre y tanta destrucción y escombros. No es el silencio de la metralla la paz que se necesita, sino el sonido permanente de una sinfonía tan completa y conmovedora como la Novena de Beethoven.

(*) Publicado en “La Nación” (30/07/2021)

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