Los peligros de ser un registro civil con patas

Los peligros de ser un registro civil con patas

El talento de Pita Poviña se forjó en la observación y la escucha atenta, durante miles de siestas de un ejército de abuelas y tías abuelas que evocaban cientos de nombres y linajes. Ahora somos más de un millón de personas, pero no se ha dado demasiado la polinización cruzada, al menos no tanto como para eclipsar las capacidades de Poviña, un registro civil con patas. Su mente fabulosa le permitía adivinar los parentescos de los comprovincianos con solo ver sus rostros. Usando una metáfora computacional, su base de datos eran esas viejas; se ve la perfección de aquellos retratos hablados que él absorbía como esponjita fichadora.

La gente recuerda que solía aproximarse con amabilidad y sorprender con un: “buenas, usted es Ariuzmendi, ¿verdad? Hijo del casado con una Pérez Lucena”.

Siempre tenía razón

Fue comprobando que cada vez era más difícil que se equivocara, ampliando el campo de aplicación de su talento. Cierto día, despidiendo a una tía (abuela) le tocó visitar el Cementerio del Oeste. Se pasó nueve horas mirando las inscripciones, porque infería los rostros con solo ver el nombre, remontando la trama de los ancestros de quienes conocía. Una vez dedujo que era necesario que una tal Elmira Lobo haya existido.

Cerca de los años 80 fue su gran momento de héroe pintoresco local, un Dupin de los rostros. Lo visitaban los tucumanos y tucumanas para que les cuente de algún pariente que nunca conocieron, la Policía lo consultaba. La gloria es como un fuego y Poviña se acercaba a su conflagración. Y es que a medida que iba ampliando su base a fuerza de los contactos que se le ofrecían, empezó a dar nombres cruzados; pronto se retractaba sin convicción. El error no era suyo, sino de la moral sexual de la comarca.

Para peor de males, un día descubrió que podía apostarse a sí mismo la apariencia de los neonatos. Aquí operaban los caprichos del azar en una medida mayor que cuando se trata del pasado. Pero el margen era más que aceptable. El tema es que se daba cuenta al instante si la línea paterna era la que decía ser.

Cuando se supo que andaba Poviña por la Maternidad viendo a los bebés empezó a recibir la violenta visita de los maridos para que dé su veredicto, además de alguna que otra mujer que dudaba si el hombre no tenía un vástago expósito. Era malo mintiendo y provocó grandes desdichas. Varios trataron de convencerlo de que, por el bien de la ciudadanía, debía considerar el suicido. Pero como demoraba en comprender la necesidad institucional del acto, una asociación de padres adjudicatarios (tal era el nombre con el que bautizaron su ONG) contrató a un sicario, que no tuvo éxito porque cometió el error de dejar que Poviña le viera el rostro y desistió cuando el memorioso de los rostros le dijo: “Flaco, ¿qué sos vos de la Monona?”

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