La menguada operatividad de los tratados internacionales

La menguada operatividad de los tratados internacionales

NACIONES UNIDAS. Es necesaria una nueva organización, democrática, sin el incongruente poder de veto.  NACIONES UNIDAS. Es necesaria una nueva organización, democrática, sin el incongruente poder de veto.
13 Junio 2022

Carlos Duguech

Columnista invitado

La vidriera de un “salón de lustrar” en calle San Martín frente al edificio del ex Banco de la Provincia, a metros de Plaza Independencia, mostraba libros en ediciones de bolsillo, entre otros.

Sentí curiosidad por uno de ellos: “El crimen de la Guerra” de Alberdi. Una producción sencilla de Editorial Tor, ya desaparecida (1971) creada en el año del primer centenario (1916). Con ese libro que adquirí en 1953 comencé a conocer a Juan Bautista Alberdi.

El ordenamiento de los capítulos mostraba cierta desordenada manera en el abordaje de la temática. Claro, los originales no estaban ordenados para su publicación, entonces. Luego de su muerte (1884) en Francia, se publica “El crimen de la guerra” formando parte de sus “Escritos póstumos”, entre 1895 y 190.

Alberdi, el jurista

“El derecho de la guerra, es decir el derecho del homicidio, del robo, del incendio, de la devastación en la más grande escala, posible, porque esto es la guerra, y si no es esto, la guerra no es la guerra”.

Un trabalenguas escrito en 1880 por un Alberdi que se esmera, en cada caso, de precisar conceptos sobre la guerra a lo largo de un texto variado de un libro, con remisiones a los conceptos del derecho.

Para mejor apreciar cómo este trabajo de Alberdi concitó el interés de quienes lo leyeron con espíritu crítico en su tiempo, resulta útil transcribir las palabras de Thomas Bary , especialista en derecho internacional, que suscribe en el prefacio de la edición en inglés lo siguiente: “Con razón se ha dicho de El crimen de la guerra que si en lugar de haber aparecido en la América hubiese sido publicado en francés en París, Londres o Berlín habría producido sensación, circulando profusamente en numerosas ediciones y, a estas fechas se hubiera conquistado el subtítulo de El Evangelio de la paz”.

Tratados no operativos

En la conformación de las naciones del mundo y, particularmente. a partir de la creación de Naciones Unidas, la mayor parte de los tratados internacionales tuvo como promotor a la organización internacional por excelencia que hoy alberga a 193 países miembros plenos y a dos observadores (El Vaticano y Palestina).

La carta de la ONU contiene precisiones que la propia entidad margina, a veces. Baste sólo leer el primer capítulo de la Carta sobre “Propósitos y Principios” y en el punto 1 apartado 2: “Fomentar entre las Naciones relaciones amistad basadas en el respeto del principio de igualdad de derechos y al de la libre determinación de los pueblos,…” para hallar la perla negra. La Asamblea General el 27 de noviembre de 1947 resuelve la “partición de Palestina” (Venía del régimen de Mandatos de la Sociedad de las Naciones desde finales de la Primera Guerra Mundial) omitiendo lo de “la libre determinación de los pueblos”.

Para el caso, una Palestina bajo sistema de mandato Británico con poblaciones árabes y judías. El pueblo no fue consultado. Más grave aún es lo del Capítulo 11 de la Carta que se ocupa de la “Declaración relativa a territorios no autónomos” (Palestina bajo mandato, lo era).

Del artículo 73: “Los miembros de las Naciones Unidas que tengan o asuman la responsabilidad de administrar territorios cuyos pueblos no hayan alcanzado todavía la plenitud del gobierno propio reconocen el principio de que los intereses de los habitantes de estos territorios están por encima de todo, aceptan como un encargo sagrado (lo enfatizado es para esta columna) la obligación de promover en todo lo posible, dentro del sistema de paz y seguridad internacionales establecido por esta Carta, el bienestar de los habitantes de esos territorios…”.

En ninguna otra parte de la Carta se utiliza la palabra de tan contundente contenido: “sagrado”. Si se hubiera cumplido con ese Capítulo 11 de la Carta es muy probable que hoy, a 75 años de la Resolución 181(II) de la Asamblea General que decide la “Partición de Palestina”, la historia no estaría jalonada por tantas guerras y enfrentamientos de todo tipo y coexistirían en la región dos estados soberanos con sus fronteras reconocidas internacionalmente: Israel y Palestina.

La guerra contra Irak

Cuando desde las Azores, en el norte atlántico, los primeros mandatarios de EEUU, Gran Bretaña y España lanzaron un ultimátum al gobierno del dictador Saddam Huseein requiriéndole sobre sus armas de destrucción masiva se sabía que no podía tenerlas aunque se organizó una puesta en escena falsa a raíz del embargo de armas que sufría Irak impuesto por la ONU por su invasión y anexión de Kuwait.

El general Colin Powell, a la sazón Secretario de Estado de EEUU, fue el encargado de esa puesta en escena justificativa de la sangrienta invasión guerrera. George W. Bush tuvo que reconocer ante las evidencias que hubo un montaje. Y nada le pasó ni a este presidente guerrero, ni a Tony Blair ni a José María Aznar: autores responsables de 250.000 víctimas mortales y de la destrucción de infraestructuras y de edificios en Irak entre marso de 2003 y diciembre de 2011 cuando abandonaron el país iraquí. Criminales de guerra, si los hay, y en grado superlativo.

Diplomacia ausente

Ni Vladimir Putin, ni los jefes de estado de “los países de Occidente”, ni el propio presidente de Ucrania, Volodimir Zelensky osaron encarar la diplomacia creativa.

Esa que no tiene sus pies sobre los arsenales de todo tipo sino en la alfombra necesaria donde caminar seguros hacia una concertación equidistante entre el derecho y la amenaza. ¿Es posible? Sí. Sólo citar los cuatro pacientes años que les demandó a las partes la gestión del acuerdo sobre el largo estado de guerra entre las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) y el gobierno de ese país sudamericano enfrentados durante más de cincuenta años.

En La Habana (y algunas veces en Oslo) se reunieron las partes entre 2012 y 2016. Un acuerdo difícil pero que exaltó al máximo nivel a la diplomacia creativa.

El Presidente Juan Manuel Santos, por ello, fue galardonado con el Nobel de la Paz 2016. Si el mismo esquema se hubiera propuesto para el tema del Medio Oriente e inclusive para la controversia Rusia-Ucrania es muy probable que no se hubieran producido tanta muerte y destrucción, por el irrazonable comportamiento de los actores en el juego oprobioso de la guerra y la paz.

Una nueva ONU

La ONU es necesaria. Una nueva, democrática. Alberdi a lo largo de su libro sobre la guerra como crimen nos habla de “pueblo-mundo” y de una entidad similar a la ONU que se posicione por encima de las soberanías de los países de la tierra, para asegurar la vigencia de la paz evitando las guerras.

Su visión de un orden jurídico internacional se anticipa magistralmente al derecho internacional público. Pero está visto, sin necesidad de ser experto en derecho, que la conformación anquilosada de la ONU con un Consejo de Seguridad (CS) con asientos permanentes y con ese incongruente “poder de veto” de Rusia, EEUU, Gran Bretaña, China y Francia, jamás podrá poner orden en el desorden guerrero que involucre a alguno de “los cinco”.

Otra hubiera sido la historia que estamos presenciando horrorizados, hasta por la amenaza nuclear rusa, si el veto hubiera desaparecido de la Carta de la ONU.

Lo lógico, como punto intermedio, sería que el veto, a lo sumo, podría tener vigencia si lo interpusiera una mayoría simple del CS. Vale decir, tres de sus miembros.

Otra, muy otra sería la historia de nuestro tiempo de guerras y amenazas nucleares. Y la historia actual que liga violentamente a Rusia con Ucrania.

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