La vida ante todo
La vida ante todo

“Es una pérdida enorme, un talento excepcional”, me dice, a la distancia, porque reside actualmente en Alemania, Osvaldo Arsenio, ex director del Alto Rendimiento Deportivo en Argentina y una de las personas más capaces en el análisis del deporte de nuestro país. Me está hablando de Delfina Pignatiello. La gran esperanza de la natación argentina retirada a los 22 años. Sí, 22 años. “Hace unos meses tomé la decisión de hacer un paso al costado del alto rendimiento y la competencia… Me compré una cámara de fotos y emprendí un camino artístico el cual estoy explorando con mucha curiosidad, ganas de aprender y seguir creciendo. Me hace feliz y me hizo soñar de vuelta”, contó Delfina en su Instagram. Y alentó a los demás a animarse “a patear tableros y arrancar un nuevo juego”.  

En realidad, hace casi ya tres años que Delfina había perdido consistencia en sus entrenamientos. Había pasado ya el boom de los Juegos de la Juventud 2018 en Buenos Aires. Cuando sus tiempos avisaban que la natación argentina, nuestro deporte todo, podía estar ante uno de sus máximos talentos. Ya inclusive los tres oros en los Juegos Panamericanos de Lima del año siguiente taparon que algo no estaba funcionando como antes. Porque en deportes de tiempo y marca los especialistas ven lo que los que grandes titulares tapan. Los títulos se regodeaban con los oros y los podios. Los que saben miraban otra cosa. Tiempo y marca. Delfina misma se dejó llevar por ese engaño. Pero era (es) una adolescente. Quienes la rodearon no pudieron/ no supieron ayudar a revertir un proceso que ya comenzaba a dar algunas alarmas. Imposible no recordar que, antes de los Juegos Olímpicos de Tokio, buena parte de la prensa seguía citándola como esperanza de medalla. Los especialistas sabían que, tal como estaban las cosas, eso era imposible.

El propio Arsenio recibía llamados de colegas que querían preguntarle cómo serían las medallas de Pignatiello en Tokio, en qué distancia y de qué metal. “Pero me abstuve. Y antes de Tokio escribí al menos tres veces que Pignatiello” solo podía “entrar en una final y hasta aspirar a un bronce en los 1.500 metros (donde Delfina había llegado a ganarle a la formidable española Mireia Belmonte) si repetía sus marcas de junio de 2019”, de lo cual, en rigor, no estaba ni siquiera cerca. “Por supuesto es imposible repetir algo excepcional si no estás entrenando y te lo permite todo tu entorno”. Hombre del deporte como pocos, Arsenio, aunque el anuncio no lo sorprende, lamenta mucho la noticia. “Tendría que haberse intentado apoyarla de alguna manera. Y no digo dinero. Al menos haberlo intentado porque la natación es un deporte minúsculo en cuanto a talentos y además difícil, muy jodido para una cabeza en crecimiento y transformación”.    

Siempre será difícil intervenir en decisiones tan personales, tan íntimas. Y no todos los deportistas, es cierto, tienen la persistencia de un Santiago Lange que se encierra casi en una isla desierta dos años antes de cada Juego y que a los sesenta años está pensando ahora en París 2024. O la cabeza de Rafael Nadal, que hoy buscará su 14° título de Roland Garros, aunque al mismo tiempo admite el costo que está pagando su cuerpo. Cuando la piscina comenzaba a costarle, cuando su cabeza ya viajaba hacia otros lugares, Delfina dejó de sentir las mieles de la fama y a sufrir en cambio por los “haters”, los odiadores de las redes sociales, que se burlaron de sus pobres y previsibles tiempos en Tokio. 

Lo contó públicamente en un 2021, tiempos además de pandemia dura, en los que otras deportistas célebres (Simona Biles, Naomi Osaka) avisaron que su salud mental estaba antes que un triunfo. Lo que sí me pareció de enorme madurez, en el anuncio del retiro, fue que Delfina lo comunicara sin responsabilizar absolutamente a nadie de su situación. Muchos otros deportistas suelen apuntar al país, al Estado, etcétera, etcétera. O prolongar el engaño para así seguir cobrando el dinero de becas y algún otro privilegio. No. Delfina no lo hizo. Asumió su decisión personal. Y, reiteramos, tiene 22 años. No habría que sorprenderse si acaso algún día quiere volver a la piscina. “Cuando estés agotado no renuncies, descansa mejor”, dice un viejo dicho.  

Escribo estas líneas mientras veo jugar al tenis a “Gaby” Sabatini. Sí. A los 52 años. Final de Roland Garros. Torneo de Leyendas. Doble femenino en pareja con Gisela Dulko. Derrota contra las italianas Flavia Penetta y Francesca Schiavone. Y Schiavone que toma el micrófono y recuerda ante la gente que “Gaby” era el poster en la habitación de su cuarto. Y “Gaby” que no para de reírse. De agradecer. Y todos que la aplauden. Y ella, si bien admitió que la noche previa a la final casi no durmió de los nervios, como en los viejos tiempos, disfrutó la semana como pocas veces. Y la recuerdo entonces a sus 26 años. Cuando ella también evidenciaba ya que el tenis la estaba haciendo sufrir. Y decidió el retiro. La vida ante todo.

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