- Seré el Rey del Mundo. ¿Te das cuenta? Ganaré en todas las ruletas el dinero que quiera. Iré a Palestina, a Jerusalén y reedificaré el gran templo de Salomón...

- Pero, decime, ¿vos no podés prestarme esos seiscientos pesos?

- Rajá, turrito, rajá.

Roberto Arlt, “Los siete locos”

La fenología agrícola produce, entre otras valiosas herramientas, mapas cromáticos de una localidad con las especies vegetales predominantes y su estado de desarrollo. De esta manera, se puede prescindir en muchos casos del dato del tiempo y la estación y, por caso, con solo ver el comportamiento de las plantas y el estado del follaje, saber que es otoño. Se puede así conocer también si hay agua cuando hay una concentración de plantas con ciertas necesidades hídricas que, de otro modo, sería inexplicable. Muchos aplican el principio fenológico a la vida humana: miran por la ventana para ver si los que pasan por la calle están abrigados y así inferir la temperatura, o siguen la norma de buscar restaurantes muy concurridos porque “si hay gente, es porque se come bien y barato”.

Ahora bien, eso se puede hacer con otras actividades, por ejemplo, los casinos o maquinitas (peligrosísimo diminutivo). Si uno hiciera lo propio con las casas de juego de Tucumán vería un cuadrado perfecto, frondoso y perenne, que contornea las cuatro avenidas. Es obvio que una barrera artificial, un alambrado, contiene el cultivo que de otro modo barrería con la gran manzana entre Alem, Soldati, Sarmiento y ex Roca. Solo una disposición legal hace que no estén en la vereda del frente. Lentamente van encontrando formas de penetración, pero la artillería pesada debe respetar ese modesto Rubicón.

¿Qué muestra esto, de qué se nutre, qué estación económica, moral, nos señala? Lo que alimenta la timba es la injusticia. Con mucha razón se ha denostado la sojización de los campos tucumanos. Con la misma energía debemos preocuparnos porque se ha casinizado la ciudad, los pueblos, la vida. Desde luego, vivir es una apuesta permanente, pocos pueden aspirar a que el crédito dure para siempre. Pero esta abundancia de los juegos de azar no es sólo una metáfora de nuestra condición mortal, sino de vivir en una sociedad donde cada vez hay menos esperanzas reales de progreso.

Aparecen entonces las formas imaginarias de éxito. Aparece el ideal del batacazo. “El batacazo se presenta como una posibilidad de ascenso y lo hace a partir de la fuerza que tienen ciertas dinámicas económicas y sociales vigentes que demandan la obtención de dinero y que, a pesar de las llamadas buenas costumbres, permiten la conformación de un sistema marginal que contribuya a los mismos fines”. Eso lo dice Agustina Chávez en su estudio sobre el batacazo, de Arlt a Dostoievski.

En “El jugador”, Dostoievski -él mismo un ludópata delirante- imaginaba una ciudad, Ruletalandia (Ruletenburg), donde era norma fundamental jugar hasta el final, pero también que no se podía hacer manifestaciones de alegría ni frustración ante los resultados. El jugador es adicto a ese momento en que se juega la última moneda, un duelo con la fortuna, a cara de perro.

No es nuevo, no conozco tucumano que no haya tenido un antepasado jugador. La sombra de este pariente, su fantasma digamos, suele llegarnos envuelta en el piadoso manto del recuerdo, y la seguridad de que ya no va a apostar más nos permite hacer las paces con aquellos adictos al destino. El viejo Salomón, por caso, recibió ese trato y quedó en la memoria familiar como el campeón que ganó al menos dos veces la grande. Dos batacazos. Pero los frutos materiales de aquellas victorias legendarias no parecen haber llegado a las otras generaciones. Se explica con la frase que repetían tantas veces como la que lo coronaba genio del batacazo: “pero prefiero tener la mitad de lo que perdió más que el doble de lo que dijo haber ganado”. El jugador no cuenta cuando pierde por ese orgullo estoico que retrata Dostoievski en Ruletenburgo. Tampoco se alegra de ganar, porque solo siente que es una tregua, un alto al fuego. Sabe que la ciudadela está sitiada por los casinos, esperando el batacazo.

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