Domingo Alejo Millán, un héroe tucumano casi en el olvido

Domingo Alejo Millán, un héroe tucumano casi en el olvido

Una localidad del sur de Tucumán lleva su nombre, simple y merecido homenaje que recuerda a un héroe de la Independencia.

EL GLORIOSO ENFRENTAMIENTO DE 1812. Cuadro sobre la Batalla de Tucumán, en la que actuó Millán. EL GLORIOSO ENFRENTAMIENTO DE 1812. Cuadro sobre la Batalla de Tucumán, en la que actuó Millán.
24 Abril 2022

Sostiene el recordado Ramón Leoni Pinto (2009) que no toda la historia es historia. Ella contiene el inmenso material del que se nutre la historiografía para relatar hechos particulares y/o circunstanciales, y que, en definitiva, el relato, será materia del uso que el investigador le conceda, más allá de las valoraciones inevitables que cada caso amerite y que, seguramente, estarán condicionadas por un sinnúmero de factores, cuyo desarrollo no nos corresponde hacer aquí. Únicamente reiterar que la historia, es lo que la historiografía narra.

Procuraremos referirnos a este tucumano, muy olvidado, con la mayor objetividad posible, aclarando que no he consultado archivos ni documentación contemporánea a su vida y accionar, sino que me he valido de los relatos historiográficos existentes, a los que considero valederos, confiables como para armonizar el semblante del personaje.

Orígenes familiares

Domingo Alejo Millán nació en Tucumán en 1797. Era hijo del español Pedro José Millán Fuensalida, que se desempeñó en Tucumán como pulpero y falleció en 1801. Resulta de interés señalar que estuvo casado con Catalina Tejerina Medina, tucumana, de antiguas familias locales. El matrimonio estuvo separado, pero seguramente hubo una reconciliación, porque con posterioridad a una donación hecha a favor de esta señora en 1784 donde figuraba como separada, luego vinieron varios hijos más con Millán, con quién vivió hasta su desaparición. Ella lo sobrevivió bastante, hasta 1842.

Llega la guerra

He revisado muy minuciosamente los listados de oficiales, milicias y soldados que participaron en las acciones tan significativas del 24 de septiembre de 1812 en Tucumán y del 20 de febrero de 1813 en Salta, bajo el mando de Manuel Belgrano. Con la colaboración de su coautora, Sara Peña, que con Carlos Páez de la Torre escribieron “Porteños provincianos y extranjeros en la batalla de Tucumán” y otro similar, inédito sobre la de Salta, y no he podido localizar a Domingo Antonio Millán como partícipe en tales acciones. Tanto los listados de la obra citada, como los partes oficiales, solamente dan cuenta de los oficiales, o, en su caso, de la milicia existente un año antes de la batalla de Tucumán. Por su edad, no es probable que Domingo Alejo Millán hubiere revistado ni como oficial, ni en la milicia de 1811. No obstante, según relatos de confiables historiadores, Millán afirmó que se había incorporado a las filas a los 15 años (eso lo coloca en 1812) y, además, con mucho énfasis, pidió lucir su chaqueta que contendría las condecoraciones de Tucumán y Salta, cuando debió enfrentar su ejecución.

FIGURA. “Granadero”, es el título de este cuadro de Guillermo Roux. FIGURA. “Granadero”, es el título de este cuadro de Guillermo Roux.

Los autores especialistas consultados, Vicente Cútolo, en Diccionario Biográfico Argentino, y Jacinto Yabén, en Biografías argentinas y sudamericanas, coinciden. También lo hace el genealogista tucumano Ventura Murga, a cuyos datos inéditos accedimos por gentileza de Máximo Méndez. Estos tres autores indican que ingresó como Cadete del Regimiento del Perú recién en 1814.

Según las versiones de casi todos los autores (Mitre incluido) Millán afirmó haber combatido en ocho batallas por la patria. Fue hecho prisionero de los españoles después de Ayohuma, en 1814. También habría participado antes en Vilcapugio, (y probablemente en Salta). Se halló también en los combates de Puesto del Marqués y Venta y Media. Según Murga, allí cayó prisionero.

La prisión en El Callao

Lo cierto fue su largo martirio como prisionero en las lúgubres y tan temidas Casas Matas de El Callao. Estuvo allí hasta el 12 de diciembre de 1820 en que fue beneficiado por el canje de prisioneros que realizó el general José de San Martín, reintegrándose al ejército, ascendido como Teniente de Infantería. Participó en la toma de Lima y también en la liberación de El Callao.

Permítaseme detenerme un breve instante en comentar de qué se trataba la terrible prisión. El coronel Juan Francisco Quesada y el Mayor Francisco Pelliza relataron muchos detalles de ella, donde permanecieron largos años. Era un gigantesco castillo, el más grande de América, denominado La Fortaleza del Real Felipe del Callao. Prácticamente inexpugnable, salvo las capitulaciones que ocurrieron solamente dos veces: en 1821, cuando el general La Mar entregó a nuestro general José de San Martín, en la persona de Tomás Guido, y, definitivamente en 1826, tras la batalla de Ayacucho, cuando el Brigadier Rodil rindió los castillos a Bolívar.

Sus proporciones eran impresionantes, de una superficie de siete hectáreas y perímetro de más de 1500 metros rodeada de fosos de honda profundidad. Recintos abovedados, subterráneos, plataformas cilíndricas concéntricas y otra infinidad de detalles conformaban una edificación que, destinada a guardar prisioneros, significaba para éstos, un confinamiento imposible de salvar. Allí fueron a parar ilustres combatientes de la independencia americana. Los vencidos de Vilcapugio, Ayohuma, El Tejar, Venta y Media, Sipe Sipe. En las lóbregas mazmorras los prisioneros sufrían toda clase de privaciones. Oscuros, pequeños, los calabozos no dejaban entrar el sol. Se alojaron allí unos 1500 prisioneros hasta que les llegó la libertad sanmartiniana. En 1820 quedaban solamente 107 patriotas con vida, 22 jefes y oficiales, y 85 sargentos y soldados.

Allí fue confinado también por un tiempo Juan José Feliciano Fernández Campero, Marqués de Yavi, tras su captura en 1816. Este patriota fue fundamental en la batalla de Salta y en las acciones de Güemes para la defensa del Norte, y debió padecer, junto a oficiales adictos, soldados y hasta sacerdotes, la terrible prisión. Antonio Álvarez de Arenales, el valeroso general independentista también fue víctima de encierro y torturas. Ya hemos citado al coronel Quesada y al mayor Pelliza.

Nuestro hombre, el joven tucumano Domingo Alejo Millán, soportó estoicamente esa penuria hasta su liberación. Hemos querido dejar un ligero bosquejo de lo que ello significaba. Habría que imaginar esas mortificaciones en un guerrero de tan corta edad, al que, no obstante, jamás se le doblegaron los ideales de libertad.

Nuevo aprisionamiento

Comenzó Millán a actuar bajo las órdenes de Rudecindo Alvarado. Ascendido por méritos a Capitán en 1822, intervino en nuevos encuentros, en esos dos años continuos de enfrentamientos, se incorporó al ejercito de los Andes –San Martin le dio el grado de teniente- hasta que cayó nuevamente prisionero junto con muchos otros oficiales y soldados. Pero, como la fortaleza del Callao sufría entonces una sublevación, decidieron trasladarlos a un sitio que resultó peor aún.

La isla Esteves

En 1813-1814, los españoles habían construido en la isla Esteves una prisión de menor capacidad que El Callao, pero igualmente terrible y tenebrosa. Tenía tres niveles subterráneos y estaba fuertemente custodiada. Era casi imposible lograr escapar de tan siniestro destino. Allí llevaron a los infortunados patriotas apresados junto al tucumano Millán.

En el camino, en la penosa marcha iniciada el 8 de marzo de 1824 por unos 160 jefes y oficiales, conducidos por el general Monet, fue una de las más penosas y trágicas de nuestra historia americana de la independencia, por los hechos que pasaremos a narrar.

ESTOMBA. Este general gestó el infame “Sorteo de Matucana”. ESTOMBA. Este general gestó el infame “Sorteo de Matucana”.

El sorteo de Matucana

Cumplida la primera jornada, la extensa caravana se detuvo a unos 36 kilómetros de Lima, donde corre un turbulento río, llamado Matucana. Esa noche dos hombres decidieron fugarse, los oficiales Ramón Estomba (luego general, primo de Bartolomé Mitre) y el capitán Pedro Luna, que ya antes habían padecido el martirio de El Callao. Se sumergieron heridos y agotados como estaban, en un helado arroyo lateral y consiguieron escapar. Los compañeros no dudaron en ayudarlos, especialmente el capitán tucumano Domingo Alejo Millán y el teniente porteño Manuel Silvestre Prudán. Advertida la fuga, la ira de los españoles fue tremenda. Rápidamente decidieron fusilar a dos de los prisioneros, utilizando un macabro procedimiento de sorteo.

Urdieron para ellos unas papeletas envueltas, blancas, dejando dos de ellas ennegrecidas, destinadas a señalar a los infortunados que las sacaran, para lo cual los obligaron a ir extrayéndolas del morro de un soldado. Hubo muchos titubeos, incluso algunos oficiales se negaron rotundamente a retirar sus suertes. Todo, hasta que, súbitamente, el capitán Millán y el teniente Prudán, se ofrecieron voluntariamente para la ejecución. También lo hicieron el coronel argentino José Videl Castillo y un coronel colombiano de apellido Ortega. Incluso un viejo general español, Pascual Vivero, ofreció ocupar el lugar del sacrificio.

No conformes, los españoles insistían en el trágico sorteo. Millán dijo, entonces, a los gritos, que él tenía una carta de Estomba, el fugado, en tanto que Prudán afirmó que Luna le dejó su chaqueta. Ambos dijeron que ellos protegieron la fuga. Ante ello, el general español García Camba consideró que el sorteo había concluido y dispuso la ejecución de ambos jóvenes oficiales argentinos.

Les concedieron dos horas para el acto, durante las cuales Millán no cesó de insultar a sus carceleros y a profetizar que sus muertes serían vengadas por las armas de la patria. Pidió entonces Millán que le permitieran colocarse su chaqueta, que tenía bordadas las insignias de las condecoraciones de Tucumán y de Salta, lo que se le concedió.

No obstante, al momento de enfrentar el pelotón, se desabrochó y, ante la inminencia de la descarga, pidió a los fusileros que le disparen al pecho, gritando “¡Viva la Patria!” Por su parte, Prudán guardaba silencio, exclamando solamente iguales palabras: “¡Viva la Patria!”

Los jefes realistas, generales Monet y Camba, de tan triste memoria en esas páginas negras de la historia, no conformes con el despiadado sacrificio, hicieron desfilar ante los cadáveres a todos los prisioneros, como escarmiento. Así concluyó ese 21 de Marzo de 1824, con la vida truncada de estos hombres de 27 y 24 años, respectivamente. Algunos autores ubican la fecha como 21 de Febrero de 1824, pero el inicio de la marcha está claramente registrado el día 8 de Marzo de ese año, y la placa colocada por el gobierno peruano señala igualmente el 21 de Marzo.

Una palabra para mencionar al fugado general Estomba. Toda su vida recordó a los mártires de Matucana. Años más tarde compuso una canción fúnebre que consagró a los dos valientes y se cantó por mucho tiempo en los campamentos militares argentinos, muy popular por entonces. En ella se menciona el gesto de Millán en la siguiente estrofa: Al suplicio conducen entrambos / Y con ánimo grande Millán / Desabrocha el honroso uniforme / Y les dice: “Aquí, ¡al pecho tirad!

Estomba participó en las guerras civiles, fue considerado como fundador de Bahía Blanca y murió completamente loco en 1829, tras haber protagonizado vergonzantes sucesos que provocaron su detención.

Homenajes y recuerdos

Aunque como dijimos, en nuestro país es mínima la memoria de estos episodios y del martirio de estos héroes que dieron sus vidas por nuestra libertad, algún reconocimiento se hizo. El 31 de julio de 1941 fue inaugurado un obelisco que la gratitud de los peruanos levantó para rendir culto a la memoria de Millán y Prudán. El abnegado sacrificio ha quedado perpetuado en el mismo rincón de la Cordillera donde fueron inmolados. La ceremonia inaugural fue solemne y contó con las presencias del Presidente del Perú, del embajador argentino y de las autoridades del Instituto Sanmartiniano del Perú, bajo cuyos auspicios se erigió el obelisco. El monumento, levantado en el pueblo de San Mateo, fue trabajado sobre una gran roca granítica de las cordilleras andinas. Obra del escultor peruano Romano Espinosa Cáceda, fue costeado por el senador argentino Antonio Santamarina.

El Instituto Sanmartiniano del Perú decidió que se grabaran dos espadas gemelas, una fecha y dos nombres breves: “21 III 1824” y “Millán - Prudán”. El monumento fue descubierto de un velo blanco y entrelazadas las banderas peruanas y argentinas. Está situado en la plaza Cahuide, engalanada en aquella oportunidad con guirnaldas y banderines. Estuvo invadida por una multitud compacta que la desbordaba. El entonces presidente de la Institución auspiciante, Luis Alayza y Paz Soldán, expresó entre otros conceptos: “Aquí, a más de tres mil metros de altura, sobre una cima de los Andes como en el escenario de un teatro heroico, se realizó la tragedia. Vertieron sus protagonistas palabras enormes para la posteridad. Todo este drama trascendental tuvo caracteres espectaculares y grandiosos, como convenía a la lección inmortal de amor a la patria y de pundonor militar, de abnegación magnífica y de grandeza de alma que los dos capitanes argentinos ofrecieron al Perú y a la América entera, en los momentos más luctuosos y desesperados. No es sólo el holocausto de Millán y Prudán lo que les conquista la dignidad del bronce y la eternidad de la piedra, sino las circunstancias de esplendorosas proporciones que ellos mismos quisieron aportarles. Tocados ya de la gloria, sintieron la trascendencia de su misión en la gesta emancipadora del Nuevo Mundo, y supieron hacerla sentir con actitudes y palabras inmortales”.

Por mi parte, pienso que Tucumán todavía adeuda un verdadero homenaje a estos hombres ya lejanos, pero nobles hijos de esta tierra por la que lucharon denodadamente y ofrecieron sus vidas.

© LA GACETA

Pedro León Cornet – Miembro de la Junta de Estudios Históricos de Tucumán.

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