Más vale malo conocido que bueno por conocer

Más vale malo conocido que bueno por conocer

Más vale malo conocido que bueno por conocer

Juan Lerma es un neurocientífico destacado en la Unión Europea. Suele repetir que no es tan cierto que usemos una parte del cerebro sino que, por el contrario, utilizamos todo el cerebro. El experto le encuentra sentido a que no podamos pasar 10 minutos sin mirar nuestro WhatsApp.

“No es que estemos enfermos. Es que al cerebro humano le gustan los cambios y cada vez que miramos el móvil (su español no le deja usar la palabra celular) encontramos un cambio, y por lo tanto, un estímulo. Y, por lo general así se explica el porqué a los 30 minutos de clase se desconecta”.

Estos conceptos que cubrieron la contratapa del diario La Vanguardia el 19 de marzo pasado tal vez nos ayudan a entender esta suerte de estancamiento histórico en el que desde hace décadas está subsumido el país. El cerebro se aburre al no ver cambios y pierde la posibilidad de estimularse con los cambios. Simplemente, porque no hay cambios. Todo se repite inexorablemente en esta Argentina.

La grieta es un fenómeno insuperable que se transmite por generaciones sin que nadie se anime a ponerle fin. Y, curiosamente, alimenta la hipocresía. Una encuesta reciente de la empresa Meraki, por ejemplo, confirma que cuando hay diálogo entre oposición y oficialismo la ciudadanía siente que habrá más equilibrio y confianza.

Fue justamente eso lo que se votó en los últimos comicios, sin embargo todos hacen oídos sordos. En cada oficina o en cualquier institución la grieta se hace tan profunda que el trabajo o el beneficio general queda a la deriva. La designación reciente de Sebastián Olarte en el Ente de Cultura o la disputa violenta en el Colegio de Abogados son dos ejemplos simples de esta realidad.

La encuesta de Meraki se apoya en la siguiente pregunta: “Oficialismo - oposición, ¿conveniencia, fortaleza o debilidad? “Por lo general, cuando el Gobierno nacional se reúne con la oposición predomina la percepción de conveniencia política (35%) y de equilibrio institucional (29%). Estos comportamientos son vistos en forma idéntica tanto para los gobiernos nacional y provincial como municipal. Y, por lo tanto, también se trasladan a la vida cotidiana tanto en ámbitos públicos como privados.

Los desaciertos como la inflación, las peleas ridículas entre presidentes y vice, la obsecuencia de los políticos hacia quienes manejan la caja y la falta de libertad y de autonomía se vienen repitiendo en la vida argentina y, pareciera que viene durmiendo los cerebros -aunque engrosan algunos bolsillos- desde hace décadas, al punto de que la pobreza sigue creciendo. No hay cambios.

Una de las noticias que viene sorprendiendo a América y a Europa es que Venezuela ha empezado a tener una inflación de un solo dígito. La hiperinflación que llegaba a tener hasta tres cifras empieza a entrar en hibernación. Nicolás Maduro, cuyo apellido contradice muchas de sus declaraciones o posturas, ha producido un cambio. Dicho de otro modo -en modo de Juan Lerma- ha cambiado. Y, esa transformación para empezar a frenar la hiperinflación ha sido generar una apertura de sus mercados y dejar de financiar el gasto público con la emisión de dinero sin respaldo. Y también ha adoptado una política diferente a la que venía teniendo con respecto a las tarifas de los servicios energéticos como si siguiera las recetas de su odiado enemigo.

Miedos

Convencidos de la delgada línea de equilibrio por la que caminan los que manejan los hilos del poder, esta semana que nunca más volverá, en la Casa Rosada han empezado a buscar algunas salidas para producir el tan temido ajuste. Pero en los primeros intentos se han encontrado con un muro de contención impenetrable. “Es difícil, si los gremios no quisieron ceder nada en los momentos más difíciles de la pandemia, menos quieren hacerlo ahora”, se oye rumiar en los pasillos de Balcarce 50. Y, si hay un hueso calcificado es la dirigencia gremial que no puede producir cambios y en todo caso los líderes se perpetúan hereditariamente como las familias con corona. Por eso ha llamado tanto la atención cómo el kirchnerista Abel Furlán se convirtió en nuevo conductor de la Unión de Obreros Metalúrgicos (UOM) derrotando al histórico Antonio Caló, pragmático albertista, después de décadas en el poder metalúrgico. Claro que este cambio estuvo motorizado por uno de los combustibles más rendidores: la venganza. Cristina no olvida que en 2017, Caló apoyó a Florencio Randazzo en la interna peronista.

Visita

“Es viernes y tu agenda lo sabe”. En la Casa de Gobierno de Tucumán ya se están acostumbrando a que los funcionarios nacionales lleguen todos los viernes de la mano del Jefe de Gabinete de la Nación. En uno de los momentos más complicados del país, especialmente porque los que lideran no miran a la ciudadanía sino a sí mismos, intenta generar algunas movidas políticas.

Tucumán siempre ha sido generoso con los presidentes. Ha contribuido a fortalecer en momentos de debilidades. Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner lo han experimentado en distintas circunstancias. Manzur intenta mover funcionarios nacionales y mezclarlos con diferentes referentes del país en busca de un mensaje de unidad, mientras en Buenos Aires todo es un polvorín donde el propio presidente -y Manzur, también- imploran a la Cordura que Cristina no siga tirando del mantel.

Los viernes de visita son más fotográficos que reales. Si se revisan las identidades provinciales, ninguna -salvo Tucumán: Osvaldo Jaldo y Manzur no se cansan de repetirlo- es absolutamente albertista. Puede que repelan a Cristina, pero son antes que nada devotos de la Prudencia. El Jefe de Gabinete que ha aprendido de su ex mentor, el deshilachado José Alperovich, sabe que no hay mejor disciplinador que la platita que se reparte desde la Nación. Nada cambia en la Argentina que sigue sin poder ordenar la coparticipación a pesar de que la Constitución se lo ordena.

Triunfalismo

Lerma, quien también es vicepresidente del European Brain Council, advierte que “cada vez nos cuesta más concentrarnos. Por lo tanto, se debería evitar la adicción al móvil limitando su consulta a una o dos veces al día y nada más”. Esa mirada hace que desde las esferas más altas del poder se intenten imponer ideas como si los argentinos estuvieran distraídos mirando sólo el celular. Se tiran eslóganes triunfalistas que sólo desbordan pasiones por un instante y terminan en políticas equivocadas. Fueron los delirios eufóricos del macrismo que recitaba “no vuelven más” y los kirchneristas volvieron y los sacaron de la Casa Rosada frustrando el disfrute de la reelección que a muy pocos se niegan.

Pero lo mismo pasó con el irreal triunfalismo kirchnerista: prometieron volver mejores y se encuentran envueltos en una interna como si fueran los peores. Ahora no sólo no tienen victorias sino que ni siquiera frente les queda, a pesar de los discursos de unidad imaginarios o declamatorios. La desconcentración de la que habla Lerma implica -en la Argentina- la incapacidad para ver la realidad y perderse en el WhatsApp.

Lo mismo ocurrió en Tucumán, donde Manzur y Jaldo no pudieron saborear ni un mes el triunfo electoral de 2019, porque a la sola mención del vicegobernador de que quería ser el próximo mandatario se rompieron todos los protocolos.

Y hace muy pocos meses, Manzur se fue eufórico de la provincia y se instaló en uno de los principales despachos de la Rosada. Se levantaba temprano y ya se hablaba de Juan XXIII para instalar su posible candidatura presidencial. A la euforia la volteó de un hondazo la misma realidad. Algo parecido le ocurrió a Jaldo cuando se sentó con entusiasmo en el sillón de Lucas Córdoba, tal cual lo había soñado, pero después tuvo que pedir permiso hasta para poner un funcionario.

La necesidad de cambios de nuestro cerebro y su incapacidad para concentrarse se ve condensada en el uso descontrolado del celular. Eso desarrolla en nuestra Argentina política una incapacidad para poner freno a la inercia y, también se vislumbra en la dificultad para evitar que los deseos se ajusten a la realidad.

Esa verdad tiene su veredicto cuando llegan las elecciones; y a las elecciones en el último tiempo las ganan los que más plata ponen.

Pero también aquellos a los que el pueblo les termina dando sus votos se convierten en los futuros referentes de la sociedad. Por eso el manzurismo ha instalado ya dos figuras fuertes, como son el senador Pablo Yedlin y la diputada Rossana Chahla, mientras que el jaldismo tiene sólo a Jaldo como gran referente.

En la oposición, aún cuando sus números, por primera vez, en mucho tiempo les permite ilusionarse -siempre y cuando el triunfalismo no los aparte de la realidad- van fortaleciendo las imágenes de la senadora Beatriz Ávila y de Roberto Sánchez.

Según la misma encuesta de Meraki, la política con mejor imagen es Chahla, con un 33% de imagen positiva; y le sigue Ávila con un 23%, precisamente.

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