La caída del "Malevo": un fallo que acabó con la impunidad

La caída del "Malevo": un fallo que acabó con la impunidad

ESCÁNDALO EN LA SALA. Familiares y allegados a los condenados insultaron a los jueces cuando se leyó el fallo. ESCÁNDALO EN LA SALA. Familiares y allegados a los condenados insultaron a los jueces cuando se leyó el fallo.

“Les mandé a decir a mis suegros que se quedaran en casa tomando mate, que no tenía sentido que vengan a escuchar el fallo porque iría a la tarde a estar con ellos”, aseguró un confiado Mario Oscar “Malevo” Ferreyra antes de que se iniciara la última audiencia de un juicio en el que se resolvería su suerte y la de sus ochos subalternos por el triple crimen de Laguna de Robles. Atrás habían quedado 12 jornadas de juicio -todas realizadas en doble turno- que supuestamente iban a terminar sin ningún sobresalto.

El juicio fue histórico. Por primera vez el “Malevo”, que había cosechado simpatías en todo el país por su fama de duro justiciero, llegaba a esta instancia. Todos los procesos que se le habían iniciado habían terminado, por una razón u otra, en la etapa de instrucción. La ciudadanía lo aplaudía porque consideraba que mantenía en línea a los delincuentes. Los defensores de los derechos humanos lo cuestionaban duramente por su accionar cargado de excesos. En medio de este cruce de opiniones hubo una sola realidad: Ferreyra y sus hombres habían llegado acusados de la muerte de José “Yegua Verde” Vera, José “Coco” Menéndez y Ricardo “Pelao” Andrada por la denuncia que había realizado el comisario Alberto Alcaraz en medio de una interna policial, al dar a conocer que había un agente, Luis Dino Miranda, que había sido una ejecución. Antes, nadie había dicho ni una palabra al respecto. El fiscal Ramiro Vargas Nieto no había investigado ese episodio; creyó en la versión que habían dado la fuerza y nada más.

“Ese fue el primer juicio oral de importancia que se realizó en la provincia después del cambio de código procesal. Todos los operadores judiciales estaban muy atemorizados, pero debo reconocer que jamás tuve ningún problema de manera directa”, explicó la fiscala de Cámara Marta Jerez, que tuvo a su cargo, junto al actual juez Eudoro Albo, la acusación en contra del “héroe del pueblo”. La funcionaria sí recordó que sí hubo llamados a la Asociación de Magistrados y a la Corte Suprema de Justicia para amenazarla de muerte. “Me enteré de la situación porque Emilio Gnessi Lippi y Alberto Piedrabuena, que estaban al frente de la entidad, me contaron lo que había pasado y me demostraron su preocupación. A pesar de que no quería, el máximo tribunal me impuso una consigna policial. Me acuerdo de que en esos días se casó uno de mis hijos y, en la fiesta, había policías de civil protegiéndome”, rememoró.

Jerez relató que, pese a la gravedad del caso, las audiencias se realizaron con total normalidad. “Los imputados tuvieron un comportamiento ejemplar y jamás me faltaron el respeto”, indicó. Cuatro fueron los defensores. Los fallecidos Juan José Reyven y Felipe Taboada, Juan Carlos Nacul (actual juez federal) y Dante Ibáñez (camarista en nuestra provincia) fueron los litigantes en el juicio. “Hicieron un gran trabajo y puedo decir que tuvieron hasta un trato preferencial conmigo, lo que hablaba de su gran profesionalismo y hombría”, explicó.

Aunque no lo reconoce abiertamente, la fiscala de Cámara protagonizó una situación que, al menos, le quedó grabada en su memoria. Recordó otra situación protagonizada con un tal “Abuelo”, un hombre vinculado a los sectores de ultraderecha de la provincia que decía ser fotógrafo, pero en realidad habría sido un informante de los servicios, que llegó a ser el fotógrafo personal de Antonio Domingo Bussi cuando fue gobernador de la provincia. “Este hombre cubrió todas las audiencias, lo ubicaba de ahí. Un día vino y me dijo: ‘doctora, no se gaste trabajando tanto, porque está todo arreglado y los absolverán a todos’. Le dije que eso a mí no me constaba y que debía cumplir con mi función hasta el final”, añadió.

La pregunta era inevitable: ¿este fue el juicio más importante de su carrera? Después de unos segundos respondió: “fue muy fuerte, especialmente por los temores que existían, pero hubo otros que movilizaron más. Sin lugar a dudas el que más me movilizó fue el de (Nadia) Fucilieri. Es natural que una madre mate por sus hijos, pero no que mate a sus hijos. Y lo dije en mis alegatos: hasta las bestias defienden a sus crías”.

Los alegatos

El 13 de diciembre de 1993, Ferreyra, Juan Sotelo, José Enrique Vairetti, Carlos Alberto Herrera, Emilio Onofre Herrera, Juan Luis Hermosa, José Horacio Brito, René Alberto Albornoz y José Antonio Tula se presentaron con impecables trajes. Ese día escucharían los alegatos de todas las partes con las que comenzaría a definirse su futuro. Como corresponde procesalmente, la primera en dar sus conclusiones fue la parte acusadora.

“La violencia debe ser condenada venga de donde venga. Se debe desterrar la idea de que hay muertes malas y muertes ejemplificadoras. Los acusados obraron con total dolo y precisión en la ejecución de un plan, en el que todos cumplieron con una tarea funcional. Todos deben ser condenados”. Las palabras de Jerez, que a casi 30 años de haber sido pronunciadas no perdieron vigencia, fueron dichas antes de que pidiera que se condenara a los nueve a prisión perpetua. “No negaron la autoría del hecho en ningún momento; solo buscaron una justificación y montaron el teatro. Curiosamente eligieron el autor que peor funcionaba para perseguir a los supuestos maleantes”, añadió.

La fiscala calificó de increíble que Ferreyra se haya acercado corriendo al auto para auxiliar a un Vera herido, “arrojando el arma al suelo, si se trataba de un enfrentamiento”, y se preguntó: “¿cómo se explica el orificio de bala en el lado izquierdo del auto de las víctimas si no había quién dispare desde allí? ¿Y cómo, si el tirador disparó desde un solo lugar, las víctimas tienen heridas en puntos tan disímiles como la nuca, el hombro, la sien izquierda, la zona lumbar o la pierna izquierda? En el asiento de Vera hay perforaciones, pero no en el de Menéndez, y ambos tenían heridas en la espalda”.

El papel de los defensores fue llamativo. Durante el juicio formaron un solo bloque para que no se cruzaran intereses de ninguno de los acusados. Siempre hubo un mito sobre quién se hizo cargo de los honorarios. Una versión indicaba que a todos los efectivos de la fuerza se le descontaron $2 -el equivalente de dos dólares-, pero siempre fue desmentido por los funcionarios. Ahora surgió otra: productores ruralistas del norte de la provincia, en agradecimiento al “Malevo” por haber perseguido hasta el cansancio a los cuatreros, fueron los que aportaron el dinero.

Las estrategias de los acusados y de los defensores apuntaron a dos lados. A mantener un pacto de silencio para que nadie supiera qué había sucedido en Laguna de Robles, ni siquiera para despegar a los que nada tenían que ver en el hecho. “Había una sola razón: fidelidad a nuestro jefe. Mario siempre trató al agente raso o al comisario de la misma manera. A todos les decía ‘Berraco’ y cuando alguien necesitaba ayuda porque tenían un pariente enfermo o por alguna razón en particular, convocaba a todos los jefes de secciones y les ordenaba que fueran a buscar dinero para entregárselo al necesitado”, explicó el agente Albornoz, uno de los condenados.

Los cuatro defensores hicieron sus alegatos en bloque. Cada uno atacó diferentes puntos de la acusación. Reyven, por ejemplo, se encargó de cuestionar paso a paso el testimonio de Miranda y las pruebas que recolectó la fiscala Silvana Sánchez Tardán, la primera en investigar el caso. Taboada pidió que se valoraran las declaraciones de los testigos de los acusados. Ibáñez dijo que las pericias que se realizaron fueron ilegales porque no se había notificado a los acusados de su realización. Por último, Nacul señaló que a lo largo de la audiencia no se pudo confirmar que se haya tratado de una ejecución. Finalmente, todos solicitaron la absolución de los imputados.

La sentencia

El tribunal, integrado por Pedro Roldán Vázquez, Carlos Norry y Julio Espíndola Aráoz, por la extensión de los alegatos, decidió pasar a un cuarto intermedio para el día siguiente. Los acusados tendrían la oportunidad de expresar sus últimas palabras y después darían a conocer el fallo. La tensión se extendió durante más de 24 horas. Y esas horas de espera terminó cuando el secretario de la sala anunciaba que todos los acusados habían sido condenados a prisión perpetua. Inmediatamente se desató el escándalo.

“’¡Soy inocente, hijos de puta!’, gritó Hermosa, abalanzándose, junto a Vairetti, contra los tres camaristas, mientras se daba lectura a la sentencia… Eran las 17.05 y la sala I de la Cámara Penal se convirtió en un pandemónium. Furioso, Hermosa intentó llegar hasta el presidente del tribunal, Roldán Vázquez, pero varios policías de la guardia lo agarraron, mientras uno, con lágrimas en los ojos, le decía “calmate hermano”. Otro de los guardias, descontento con el fallo, arrojó su arma reglamentaria al suelo”, publicó LA GACETA el 15 de diciembre de 1993.

Nuestro diario cronicó: “el ambiente era de estupor y confusión total. Entre el público había familiares y amigos de los condenados. Hubo gritos, empujones y desmayos. Segundos después, Roldán Vázquez gritó: ‘¡Desalojen la sala!’, abandonando el recinto junto a los vocales. La idea era esperar a que se refuerce la seguridad para poder continuar con la lectura de la sentencia. Poco a poco, custodiados por dos o tres guardias, y rodeados de familiares, los condenados salieron y se dirigieron a la alcaldía, en la planta baja de Tribunales. “Yo sólo cumplí con mi deber de policía. Sobre el fallo no quiero opinar”, dijo Ferreyra, mientras descendía, entre empujones de la multitud”, se publicó.

La situación no se normalizó con el correr de los minutos, sino que empeoró. Un civil le entregó un arma al agente Tula y esta se la pasó a “El Malevo”, que se dejó ver armado por la ventana de la alcaldía de tribunales. Los familiares abandonaron el palacio de tribunales y por la ventana tomaron contacto con los condenados. Los jueces habían ordenado evitar esa situación, pero nadie los obedeció. Antes de que se cumpliera la media hora de haber sido condenado, Ferreyra se sacó el traje y se puso el jean, la camisa negra y el sombrero blanco. Una colega le consultó a los gritos desde la vereda. ¿Por qué se cambió, ‘Malevo’? “Porque soy macho”, contestó con un fuerte grito. A partir de allí, comenzó a ejecutarse el plan de fuga.

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