LA VÍCTIMA. El empresario Victorio Enrique Curi cuenta los detalles de su cautiverio. Su rescate fue pagado con el dinero de las arcas públicas de Santiago del Estero.
“Somos el mismo comando que secuestró a (Rafael) Berardi. Nos tendrán que pagar un rescate de U$S 2 millones o lo mataremos como hicimos con ese viejo de mierda que no quiso pagar”, fue lo único que escuchó un familiar del empresario de Santiago del Estero Victorio Enrique Curi el 18 de marzo de 1987. El caso volvió a conmocionar el NOA. Este nuevo secuestro extorsivo era una prueba cabal de que en la región estaba operando una banda que se dedicaba a cometer delitos de esta naturaleza. Modalidad delictiva que se “puso de moda” en nuestro país. Además, el grupo dejó en claro que tenía el poder y los medios para concretar dos hechos en poco más de un mes.
Curi era uno de los intocables en tierra santiagueña. Sus vínculos con el gobierno de esa provincia eran inocultables. Pero a la banda de secuestradores poco les importó. Lo capturaron ese día en plena calle, cuando regresaba a su lujosa casa ubicada en pleno centro y cuando se disponía a estacionar su vehículo. Tal como había ocurrido con Berardi, utilizaron el auto de la víctima, en este caso un Mercedes Benz, para escapar y luego lo dejaron abandonado. La familia, las fuerzas de seguridad -provincial y nacionales- y la Justicia habían acordado no hablar del tema. Nunca hubo una confirmación oficial del hecho, pero en las calles todos se preguntaban dónde estaba uno de los hombres más poderosos de Santiago del Estero.
La principal actividad del ingeniero civil era la industria de la construcción, pero también desarrollaba actividades agropecuarias y era propietario de una empresa de transporte, entre otros negocios. Su socio era el secretario de Planeamiento de Santiago del Estero Antonio López Casanegra, que se habría ofrecido a actuar como intermediario. “Se considera que la víctima es el dueño de la fortuna más sólida de Santiago y, su flota de camiones, una de las mejores provistas del NOA. También se informó que el banco provincial habría puesto de inmediato a disposición de la familia, la cantidad necesaria de dinero constante y sonante para negociar su liberación”, informaba LA GACETA el 24 de marzo de 1987.
En tierras santiagueñas comparan a Curi con Lázaro Báez, el hombre que mucho tiempo después fue procesado por las irregularidades que se cometieron cuando era beneficiado por el ex presidente Néstor Kirchner con obras pública. “Curi forma parte del Santiago que no queremos más. Él siempre ganaba las obras más importantes. No sé si hizo como Báez, pero su fortuna la construyó con la obra pública, donde su socio comercial tomaba las decisiones de adjudicación de trabajos”, dijo Carlos Saleme, empresario cordobés que durante años se quedó con las ganas de quedarse con algún proyecto importante.
La historia de este secuestro pareciera haber sido extraída de un filme. La banda continuó con las comunicaciones con los familiares hasta que llegaron a un acuerdo. Le entregarían el 50% del rescate y el resto, cuando se produjera la liberación del empresario. Pero lo que no sabían los delincuentes era que la Policía Federal ya los tenía identificados y que conocía perfectamente que su base de operaciones estaba en Córdoba. El viernes 27 de marzo de 1987, los hermanos de la víctima retiraron los más de 4 millones de australes para pagar el rescate. Al día siguiente, Arturo Curi, hermano del secuestrado, voló en el avión particular de la empresa familiar a entregar la primera parte del dinero. Los captores también cumplieron con su palabra: dieron pruebas de que el empresario estaba con vida.
El desenlace
Carlos Curi, otro hermano de la víctima, que fue asesinado por el novio de su hija en un confuso episodio registrado en 2007, fue el encargado de llevar el resto del dinero también a Córdoba en la avioneta familiar. Los miembros de la Policía Federal terminaron de cerrar la investigación. Realizaron dos operativos de manera simultánea. En la localidad cordobesa de Despeñaderos, los pesquisas se tirotearon con los miembros de la banda. Allí perdió la vida el supuesto jefe de la organización, Roque Di Paoli, y resultaron heridas otras dos personas y dos más se escaparon, entre ellas un tal Jorge Munir “El Turco” Saade, que huyó por los montes de la zona.
En Santiago, otra comisión policial rescataba a Curi y detenía a Giorgio López y a su primo Juan Antonio López, santiagueños de origen. Así comenzó a escribirse el final de la historia de esta organización que también estuvo involucrada en al menos dos secuestros cometidos en Córdoba y mencionada en otros. La liberación del empresario, tras haber permanecido en cautiverio 12 días, generó un importante revuelo en la vecina provincia. El empresario fue trasladado a un hospital y al comprobarse que estaba en perfecto estado de salud, fue llevado hasta su domicilio. Un día estuvo sin querer atender a la prensa, pero recibió importantes visitas. Entre ellas, la del gobernador santiagueño. “Me siento feliz de este desenlace y por tratarse especialmente de un amigo muy apreciado. Él me comunicó de su liberación y me agradeció la colaboración prestada. Hice todo lo que estuvo a mi alcance”, declaró Carlos Juárez una vez que se reunió con la víctima del secuestro, sin dar mayores detalles sobre cuál había sido la ayuda que brindó, que forma parte de uno de los detalles más jugosos e increíbles de este caso.
Luego de la liberación del empresario, la Policía Federal permitió que la prensa conociera el lugar donde había permanecido oculto el secuestrado. Estaba en el paraje que, paradójicamente, se llamaba “El Paradero”, muy cerca de Cañada del Medio, próximo a Termas de Río Hondo. “Se trata de un sector con todas las características de la vegetación santiagueña: arbustos y plantas que conforman un fachinal o ‘sacha monte’. Tras el recorrido de tres kilómetros por camino de tierra, otro pequeño sendero permite llegar a la modesta vivienda donde residen José Antonio López, de 53 años, dedicado a las tareas de campo con una pequeña huerta, cría de ganado caprino y quema de carbón; su mujer, Nicolasa Bulacio, de 47, y seis de los ocho hijos del matrimonio, todos aún pequeños, más una nieta”, describió nuestro diario.
Curi fue escondido en un lugar especialmente preparado. “Se trata de una especie de horno subterráneo, dos escalones calados a pala. Su acceso es por un brocal de 80 centímetros de diámetro enmarcados con troncos. El techo, desde el interior de la cueva, se sostiene con palos. En la superficie se colocó tierra a modo de lomos de burros y encima pasto seco. La boca de acceso, también sobre la superficie, se tapó con un pedazo de chapa y arriba se ubicó un pesado tronco de un metro de longitud”, se puede leer.
En la crónica de LA GACETA se añadió: “en el interior del pozo se observaron restos de trapos, papel de diario, un frasco de aerosol y una botella. También había un mortero invertido, que serviría de asiento para la víctima. El lugar fue cavado entre arbustos de regular tamaño que disimulaban su existencia tanto de afuera como desde un avistaje aéreo”.
La víctima, al declarar ante las autoridades, dijo que los secuestradores lo capturaron, lo llevaron al campo y nunca más los vio. Negó tajantemente que haya recibido torturas físicas o psicológicas. “Quedaron dos criollitos santiagueños a mi custodia. Uno hacía de enlace y venía todos los días. El otro me daba de comer”. También señaló que escuchaba el paso de los aviones que partían de Tucumán con destino a Buenos Aires y que ese sonido le permitió tener noción de la hora.
Reconocimiento
“El industrial, de 54 años, quien en un momento de su exposición rompió en sollozos, mostraba aún signos de la angustia del cautiverio. Conservaba todavía barba y un vendaje cubría su muñeca izquierda a raíz de la infección que le provocó la cadena con que se mantuvo atado dentro durante el rapto”, publicó LA GACETA el 1 de abril de 1987 cuando un corresponsal cubrió la conferencia de prensa que brindó luego de haber sido liberado.
La víctima, según consignan las crónicas de la época, no ahorró palabras de agradecimiento para la Policía Federal, que realizó la investigación que culminó con su liberación. También le dedicó un párrafo especial al por ese entonces gobernador Juárez. “No fue el gobernador de la provincia, sino mi amigo ‘Charli’ que, probablemente olvidando sus obligaciones, hasta de pagar sueldos en este fin de mes, barrió con el Tesoro de la Provincia y lo puso a disposición de mi familia. Difícilmente en Santiago alguien disponga en una cuenta corriente bancaria 4 millones de australes”, explicó.
Sí, aunque suene increíble, el ya fallecido mandatario ordenó que dinero público sea utilizado para pagar el rescate de su amigo secuestrado. Esa fue una prueba más de la impunidad que el juarismo impuso en esa provincia. Hasta el día de hoy se sospecha que el titular del PE habría tenido un vínculo comercial con la víctima del secuestro. “Pasado, pisado”, dijo un ex juarista que ahora es asesor en el gobierno de Gerardo Zamora. “Fue increíble, pero real y nada sorprendente. El gobernador hacía lo que quería y nadie podía decirle ni una palabra porque lo corrían en dos segundos”, agregó la fuente.
“Y si ese dinero no volvía, ¿se midió el compromiso que asumió el gobernador? ¿Qué interés podría tener Carlos Juárez con esta actitud? Simplemente fue amistad, en las buenas y en las malas, no hice nada por él ni tenemos cosas en común”, insistió Curi, quien murió en octubre pasado. El dinero, de acuerdo a la información que se publicó en esos días, fue recuperado en el lugar donde cayó la banda que lo había secuestrado. Pero los diarios nunca dijeron cuál fue su destino final, aunque se supone que fue devuelto a las arcas públicas santiagueñas.
El empresario, en la misma conferencia de prensa, dio un mensaje que tiene peso en la actualidad, pese a que ya transcurrieron 35 años del caso. “Esto no me doblegará. No me iré del país. Seguiré trabajando y haciendo lo mío para devolver a esta sociedad lo mucho que medio. Debe pagar indispensablemente tanta solidaridad y amor de la gente, demostrados en estas circunstancias”, concluyó. Este secuestro, que tuvo un final feliz, fue la punta del ovillo que tomaron los investigadores para esclarecer el caso Berardi.








