Despierta, Jano

En el primer acto hay un cuento. Es de Julio Cortázar. Se titula “La noche boca arriba”. Data de la década de 1950 y forma parte del libro Final del juego. La simultaneidad domina ese texto. Un chico sufre un accidente mientras maneja su moto. Cae luego de esquivar a una mujer que se lanza a la calle, a pesar de que el semáforo estaba en verde para él.

Los ocasionales transeúntes lo asisten y lo llevan hasta una farmacia. A los minutos aparece la ambulancia policial y, en camilla, llega al hospital, donde lo preparan para el quirófano. Entonces sueña que es un hombre de la tribu moteca, huyendo de los aztecas que buscan personas para sus sacrificios humanos. Huele el pantano. Se preocupa por sus compañeros. Quiere esconderse en la selva, sin perder de vista la angosta calzada que sólo los suyos conocen. Pero le llega el aroma del incienso dulzón de la “guerra florida”. Y, de pronto, de la tiniebla, emerge el olor más temido. Da un salto. Y el enfermero le advierte que se va caer de la cama.

La somnolencia lo lleva y lo trae. Se incorpora. Toma un caldo. No le duele el brazo, sino la ceja donde tuvo una herida cortante. Prueba un poco de pan. Suspira. Se siente a salvo. Y se entrega otra vez al sueño. Sólo para correr en la oscuridad, entre arbustos que le azotan el cuerpo. No encuentra la calzada. Reza la plegaria del maíz. Se pregunta si después de tres días de hombres cazando hombres no habrá sido suficiente. Siente que el barro le llega a los tobillos. Ve las antorchas de los aztecas. Un enemigo le salta al cuello y él le hunde su puñal de piedra y cuando está listo para enfrentar al segundo unas sogas lo aferran y lo hacen prisionero. “Es la fiebre”, le explica el de la cama de al lado. Y le sugiere que tome agua. Pero él tiene sed como si hubiera estado corriendo por kilómetros.

Así pasan los instantes. Unas veces, boca arriba en la cama y otras sobre una piedra. Unas veces mira el piso del hospital y otras un suelo de lajas oscuras y frías. A veces se distrae mirando una lámpara y otras veces se siente atado y estaqueado. Hasta que finalmente van llevándolo al altar del sacrificio y no logra conjurar la pesadilla por más veces que lo intente.

“Con una última esperanza apretó los párpados, gimiendo por despertar. Durante un segundo creyó que lo lograría porque otra vez estaba inmóvil en la cama, a salvo del balanceo cabeza abajo. Pero olía a muerte y cuando abrió los ojos vio la figura ensangrentada del sacrificador que venía hacia él con el cuchillo de piedra en la mano. Alcanzó a cerrar otra vez los párpados, aunque ahora sabía que no iba a despertarse, que estaba despierto, que el sueño maravilloso había sido el otro, absurdo como todos los sueños; un sueño en el que había andado por extrañas avenidas de una ciudad asombrosa, con luces verdes y rojas que ardían sin llama ni humo, con un enorme insecto de metal que zumbaba bajo sus piernas”.

Otra noción de enero

El segundo y el tercer acto se suceden en paralelo.

El segundo se da en el plano de la más urgente realidad. Es aquí y ahora.

Ha vuelto a llover en Tucumán y los más diversos pueblos y ciudades se han vuelto a anegar. En un grupo de WhatsApp integrado por siete profesionales que compartieron un postgrado en 2017, un abogado preguntó desde hace exactamente cuánto tiempo la provincia sufre inundaciones de verano. Un ingeniero le contestó que desde hace 344 años. Hay registros del cabildo de Ibatín dando cuenta de lluvias torrenciales y anegamientos hacia el 1678.

Enero significa, en la conciencia histórica de esta provincia, catástrofes ambientales.

El tercer acto es una historia que también se relaciona con en enero, pero versa sobre un hombre convertido en mito. Un mito romano, del que no hay parangón en la mitología griega. El protagonista era tan importante y significativo que aquella cultura consagró el primero de los meses del año en su honor. Enero (así como janeiro en portugués, y january en inglés, y ianuarios en latín) deriva del nombre de Jano.

Jano es, en le cosmogonía latina, el arquetipo del estadista. Su representación como un hombre que tiene dos rostros está indisolublemente ligada con ello: este semidios, que nació hombre y alcanzó la divinidad después de su muerte, gobierna el presente mirando, al mismo tiempo, el pasado y el futuro. Cuando Júpiter (Zeus para los griegos) destierra a su padre, Saturno encuentra cobijo donde Jano y le obsequia el don. Entonces es sabio para decidir y justo para gobernar. El mito pretende que esta facultad fue un regalo divino.

Aquí y más allá

Aquí y ahora, esta misma semana, el intendente de Yerba Buena, Mariano Campero, ha dicho que lo que tiene que quedar en claro, ahora nomás, es que la candidatura a gobernador del diputado Roberto Sánchez, dentro de un año y medio, no se negocia.

Allá, la gloria de Jano trasciende las leyendas. Gobernó en Janículo (es una de las colinas de Roma y su nombre es en honor a él) y preocupado porque su pueblo no pasara hambre se le atribuye nada menos que la invención de la agricultura.

Aquí, en CREO, el partido de la “nueva política” provincial, le contestaron a Campero que nada es innegociable y le recordaron que Sebastián Murga es ya candidato a gobernador para dentro de 18 meses.

Allá, los romanos de los tiempos fundacionales logran notables cosechas de las que obtienen mucho más de lo que la población necesitaba. Así que a Jano se le asigna también el invento de la navegación, para comerciar lo que sobraba e intercambiarlo por lo que no poseían.

Aquí, en el oficialismo, estuvieron prendiendo velas para que no se cumplan las alertas de los diarios Perfil y Clarín, que no estaban referidas a la meteorología de la región, sino que pronosticaban que a Juan Manzur no le queda mucho tiempo como jefe de Gabinete de la Nación porque (aseveran ambas publicaciones) no goza de la confianza del presidente Alberto Fernández, quien el lunes debió darle un apretón de manos a modo de ratificación.

Allá, Jano no demoró en hacer evolucionar la economía de la naciente Roma para llevarla más allá del trueque. El hombre a quien el dios del tiempo le enseñó a prestarle atención a todas las dimensiones del devenir de la humanidad estableció otra manera de comerciar. E inventó la moneda, según el mito. Y también la numismática. “Las monedas romanas de bronce más antiguas llevaban en el anverso la efigie de Jano y en el reverso una proa de barco”, registra Pierre Grimal en su Diccionario de Mitología Griega y Romana.

Aquí, el problema de Manzur (y el de varios opositores tucumanos) es el futuro. Un futuro con el que fue apodado, en unos casos para congraciarse con él; en otros, para maldecirlo. “Juan XXIII”, empezaron a decirle. Aunque, según la Constitución Nacional, quien está en condiciones de postularse para un segundo período presidencial en 2023 es el actual mandatario nacional.

Hoy es 2023

La situación que exhiben referentes del oficialismo y de la oposición tucumana expone un fenómeno temporal inquietante: para muchos políticos, ya estamos -pese a que suene absurdo en términos semánticos- en el año que viene. Las PASO de septiembre y las generales de noviembre se comieron 2022. Para ellos 2023 es un año de 24 meses. Y entonces sus planteos, sus discursos y sus acciones se ciñen a esa lógica.

Hay un problema con esa cuestión: si no registran 2022, tampoco podrán atender los problemas que devastan a la sociedad. Es todo un debate determinar si no pueden, no quieren o no saben ver que todavía falta un año entero de pandemia y pobreza e inseguridad y narcotráfico y marginalidad e inflación y desocupación y desempleo y recesión hasta llegar a las próximas elecciones. Pero lo cierto es que obran como si no lo viesen. Como si no lo pensasen. Y, desde Parménides de Elea para aquí, lo que no se puede pensar no puede existir.

Allá, Jano fue asociado con la edad de oro para su pueblo: un tiempo de honestidad absoluta y de abundancia plena. Dos características que, en sí mismas, conforman un círculo tal vez mítico, pero definitivamente revelador. Pareciera decir que la abundancia erradica la deshonestidad. Y que la honestidad garantiza la abundancia.

Aquí, la sociedad vive y sufre el escarnio de 2022. Con plagas del nuevo milenio, como el coronavirus. Con gobernantes que detestan la república nacida con la modernidad y animan marchas para linchar a la Corte, como si añoraran la Edad Media. Con inundaciones como las de hace tres siglos y medio. Pero quienes deben velar por sus intereses consideran que esa es una ilusión. Que la campaña electoral para los comicios del año que viene ya ha comenzado. Y que sólo eso importa. Y están convencidos de que quien no lo entiende así está dormido. No les importa el pasado. Y si 2022 no existe, es una literal pérdida de tiempo detenerse en él. Asumen que hoy es 28 de enero de 2023. Quien no logra advertirlo es preso de un espejismo.

Hombre y nombre

Resta saber cómo se llama la obra.

Por un instante, Jano, de quien algunas leyendas pretenden que era un extranjero oriundo de Tesalia exiliado en Roma, parece la profecía de un futuro arcano antes que el mito de una sociedad forjada hacia el siglo VIII antes de Cristo. ¿Habrá llegado a ver, con su rostro lanzado al porvenir, la geografía de los hombres absortos en un tiempo que aún no ha ocurrido, sin registros de lo que ha sido, ni interés por lo que está siendo? ¿Habrá siquiera soñado un lugar con poderosos de muchos rostros, todos ellos cegados por un futuro que, como tal, aún no es; al cual le tributan en sacrificio provincias y sociedades completas?

Somos la pesadilla de Jano.

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