Nada que mostrar

Charla de ocasión. No tenemos qué mostrar. Lo confesaba, amargado, un oficialista que observaba que, con miras a 2023, el Gobierno provincial no presenta obras de envergadura que muevan el amperímetro a favor en la sociedad. Ponía esta situación por encima de la propia resolución interna por los liderazgos en el PJ, porque -entiende- por más que la conducción del peronismo quede resuelta, la continuidad en el poder dependerá de que mejoren muchos índices provinciales y de lo que se haga desde la gestión en beneficio de la comunidad.

En ese marco resonaba con cierto pesimismo tempranero la aseveración de que hasta el momento la gestión gubernamental, con una sociedad de poder compartida a la distancia, no tenía qué mostrar. Si el oficialismo se quejó continuamente de que durante la gestión de Cambiemos no llegó ayuda del macrismo en materia de obras públicas y muy poco -más que nada anuncios- se hizo en los dos primeros años de Alberto, tiene mucha razón el analista -un veterano referente capitalino- acerca de que no hay con qué seducir, por ahora, al electorado. Entonces, si para algo le puede servir este año al oficialismo es para intentar “mostrar”.

Es una cuestión en la que mucha responsabilidad tendrá Manzur desde la Jefatura de Gabinete, ahora que es el encargado directo de la reasignación de partidas a raíz de que la oposición dejó sin Presupuesto al Gobierno nacional. Reasignar para Tucumán. ¿Por qué lo haría? ¿Por amor a su provincia? ¿O porque piensa regresar para sacar provecho político de la remisión de recursos y de obras para el distrito? Por la razón que sea, tendría que ser para exponer que algo se hizo para modificar la realidad provincial y así revalidar títulos electorales el año que viene.

Como bien se repite entre los compañeros: salvaron las ropas en noviembre, cuando después de una salvaje interna volvieron a trabajar juntos, manzuristas y jaldistas, tapándose las narices y dejando de lado heridas y rencores, ratificando las dos bancas de senadores y las dos de diputados. Pero con una diferencia de 20.000 votos sobre Juntos por el Cambio. Salvar la ropa es la frase que mejor describe lo que experimentó el oficialismo después de las generales, un alivio por el deber cumplido, pero incorporando un miedo nuevo: la posibilidad cierta de que en 2023 pueda perder el poder después de un cuarto de siglo hegemonizándolo en la provincia.

Qué mostrar, entonces, se traduce en tratar de poner recursos en los bolsillos -de la ciudadanía, claro- y de apostar por la obra pública, la fórmula tradicional del peronismo para ganar elecciones. Es la apuesta. ¿Calidad institucional? No, esa senda no aparece por ahora en la agenda de prioridades del peronismo gobernante; y menos pensar en avanzar en una Ley de Acceso a la Información Pública, porque implicaría abrir la gestión al control ciudadano. Ese ojo avizor se mantendrá cerrado por ahora, por lo menos en lo referido a los llamados “datos sensibles” del manejo del Estado.

Mostrar gestión es la fórmula: no mostrar “la” gestión. Una cosa es que los voten por lo que gestionaron y otra, muy distinta, que los controlen por cómo administraron los recursos públicos. Peligroso.

Ahora bien, ¿quién mostrará? Se entiende que alguien debe sacar provecho político -el tradicional rédito- de las acciones de Gobierno con intenciones electorales. Manzur tiene la llave de la caja de los fondos públicos para beneficiar a Tucumán, e indirectamente favorecer a Jaldo por estar al frente del Ejecutivo. El tranqueño, ni lerdo ni perezoso, hizo pintar carteles de obras con la frase “gestión Jaldo”; pues todo lo que hace tiene una meta: ser el candidato a gobernador del PJ el año que viene. ¿A expensas de la ayuda de Manzur? La ecuación es más que rara y no cierra para ningún peronista.

Curiosamente, en las últimas semanas, el jefe de Gabinete empezó a aparecer más seguido por la provincia, ya sea para observar obras, participar de actos o por razones personales, lo que para algunos es una señal de que no quiere permanecer tan distante como en los primeros meses de su integración al Gabinete nacional. En ese tiempo pareció dejar en segundo plano a Tucumán y a los manzuristas, los que se sintieron huérfanos políticos, abandonados por su líder para ver cómo el jaldismo se hacía cargo anticipadamente de la gobernación. Si habían justamente peleado para que eso no sucediera nunca. Y ocurrió, porque su jefe decidió darle una mano a su amigo Alberto.

El tablero del oficialismo sigue desacomodado desde entonces, manteniendo la incertidumbre y las dudas sobre a la sombra de quién finalmente deberán cobijarse para las elecciones. Las esporádicas presencias de Manzur, ahora más asiduas, causan sonrisas en sus antiguas huestes y algún nerviosismo en el jaldismo. Pero ninguno las descifra. El médico sanitarista se especializó en ocultar sus movimientos y sus intenciones, por lo que sus pasos tienen un halo de misterio. ¿Volverá para atar su futuro al terruño provincial o se quedará en La Rosada para apostar su futuro a una carrera política nacional? Aquí lidiaba sólo con Jaldo, el socio que se convirtió en adversario, pero allá se las debe de ver con muchos contrincantes de peso, y peligrosos, aunque sean compañeros. Si no se pone a la altura de esos rivales políticos, Tucumán será una opción de regreso este mismo año. Sin embargo, si explota convenientemente el manejo de la botonera de los recursos puede generar una amplia red de socios políticos, especialmente en las provincias. Una red de contención y de contenidos.

En las últimas semanas, además, sufrió embates políticos internos para debilitarlo y frenar sus prematuras aspiraciones presidenciales, pero un hecho debería ser más preocupante para el tucumano ya que expone su real debilidad política en la propia Jefatura de Gabinete. Cuando llegó no hizo ningún cambio en la estructura funcional del organismo político, no se rodeó de leales, no negoció con otros líderes del Frente de Todos un reacomodamiento interno, como podía esperarse de un dirigente que va a ocupar un cargo eminentemente político. No dio señales de que iba a ocupar un espacio político.

La estructura de la Jefatura tiene más cargos que todo el organigrama funcional del Poder Ejecutivo de Tucumán, que es de un poco más de 200 puestos políticos. El esquema de la estructura nacional que lidera Manzur reúne 316 puestos entre auditores, supervisores, direcciones, unidades ejecutoras, secretarías y subsecretarías y coordinadores de área. Y sólo se llevó a Jorge Neme como secretario de Evaluación Presupuestaria, Inversión Pública y Participación Público Privada. Pelea solo con un ejército de extraños detrás suyo, y contra ningún improvisado en la lucha política interna a su lado. Para jugar en esa liga mayor hay que tener espalda y cuero duro.

Como este año es de reacomodamientos y de instalación, bien puede haberse tomado un respiro como el resto de la dirigencia política, a la espera de que el panorama aclare detrás de las negociaciones con el FMI. En el Gobierno nacional están satisfechos con algunos indicadores, aunque son insuficientes a la hora de “mostrar algo” -bien a la tucumana- para cambiar el humor social. En este punto, vaya un dato negativo en el Gobierno pero que es tomado por la positiva: Alberto Fernández es el que mejor imagen positiva tiene entre los principales dirigentes del oficialismo, pese a que todos tienen una alta y superior imagen negativa. Ese elemento, para los compañeros, hoy lo convierte en el candidato presidencial del 23. Algo así como que es el menos peor de todos para el puesto, hoy por hoy.

Pero, como aquella aseveración del comienzo, deberá mostrar algo si aspira, primero, a ser candidato, y luego a tratar de ganar los comicios. Manzur también deberá mostrar algo, ya sea para regresar o para instalarse mejor en la mesa nacional del oficialismo. Si regresa a Tucumán -el sueño de la oposición para que se quiebre el PJ- será para retomar la conducción del Ejecutivo y del peronismo y volver a chocar contra Jaldo. Manzur es un serio obstáculo a las aspiraciones del interino. O pactar la sucesión, si es que ya no lo han hecho. Jaldo, igualmente, también deberá mostrar algo en este tiempo de interinato que justifique su consagración como candidato.

Por el momento, hubo cambios de algunos nombres en el Gabinete provincial, y también una última definición significativa para la sociedad que exige mayor seguridad a los que conducen; el tranqueño habló de mano dura contra la delincuencia, en un plano de exigencias a la Justicia. Usó un concepto que a parte de la sociedad no le disgusta. Y la inseguridad, entre muchos déficits provinciales, es la cuestión por la que más exige la comunidad a las autoridades. Todos tendrán que hacer algo, ya que por ahora, según el análisis de por lo menos aquel observador de la realidad del oficialismo, no tienen qué mostrar.

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