Temblores

Temblores

Por Eugenia Flores de Molinillo, profesora en Inglés de la UNT. Master of Arts in English de la University of Connecticut, de Estados Unidos.

17 Enero 2022

Como sucede con tantas cosas en la experiencia personal de cada uno a medida que las décadas nos van pasando por encima, los hechos del pasado adquieren un cariz particular, una dimensión que les otorga la distancia… porque los fines de año, las vacaciones, la comida, los vecinos… ¡no son los que eran antes! Ni los temblores, siquiera. Sabemos, por supuesto, que el sismógrafo, con esa escala que mide la intensidad del fenómeno telúrico es lo objetivo y verdadero, pero las primeras experiencias de tales “movidas de piso” -literales, no simbólicas- quedan muchas veces impresas en los recovecos de la memoria.

La casa en que viví con mis padres era antigua, tipo chalet, en Marcos Paz al 600, y allí experimenté “mis” primeros temblores. Una noche cualquiera me despertaba el ruido de los herrajes de las altas puertas, sacudidos por el movimiento de la tierra inquieta, y una suerte de vaivén alteraba la placidez de mi cama. Supongo que los hubo, pero no recuerdo temblores diurnos. En fin, el ruido y el movimiento sugerían un viaje en tren. Supe de aquello de San Juan, supe, mucho más lejos en el tiempo y el espacio, lo de Herculano y Pompeya, entre tantos otros desastres a lo largo del tiempo, pero Tucumán no era para tanto. Apenas un viaje en tren.

Mi padre recordaba a las mujeres de su familia, allá en Santa Cruz de la Sierra, trazando cruces de ceniza en los patios para aplacar las furias subterráneas. Mamá recordaba a su abuela rezando a Santa Bárbara. Y en algún lugar de mi mente volvían a la vida las reconstrucciones discursivas de nuestra maestra de tercer grado, Sor María Inés de la Cruz, acerca del constante peligro que se cierne sobre nosotros: “La luna se teñirá de sangre, las estrellas se caerán…”, para cultivar así, en nuestra sensibilidad de diez años, el horror al pecado.

En fin, quiero pensar que los temblores son señales de que nuestro planeta está vivo. Que las piedras que conforman sus entrañas se reacomodan de vez en cuando, y nos lo hacen saber.

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