A diez años del trágico naufragio del Costa Concordia: las heridas no cierran

A diez años del trágico naufragio del Costa Concordia: las heridas no cierran

Hubo 32 muertos. Un hecho increíble.

A diez años del trágico naufragio del Costa Concordia: las heridas no cierran
13 Enero 2022

La tragedia del crucero Costa Concordia es una de las más recordadas entre todos los relatos marinos. El buque partió hacia una travesía turística por las bellas aguas del Mar Mediterráneo con 4300 personas a bordo, pero el viaje terminó con un accidente que destruyó el barco y se cobró la vida de decenas de tripulantes.

El Crucero Costa Concordia, uno de los más grandes del mundo, naufragó cerca de la Isla de Giglio, en la Toscana, el 13 de enero de 2012. Un cambio de rumbo, una colisión con una piedra, un capitán irresponsable y una evacuación desastrosa que produjo 32 muertos .

Eran las 21.30 cuando un fuerte golpe sacudió la embarcación. Un cimbronazo que apagó las luces. Y un gran estruendo, una detonación ahogada. Después de unos segundos de incertidumbre, los miembros de la tripulación trataron de mostrarse serenos ante los pasajeros. Los que tenían más experiencia sabían que algo malo había sucedido. Nunca habían sentido semejante ruido ni experimentado un sacudón similar. Los pasajeros, en la oscuridad, perdían la calma. Todo empeoró cuando algunos notaron –y se lo comunicaron al resto- que el barco se estaba inclinando.

El 13 de enero de 2012, diez años atrás, el crucero Costa Concordia naufragó en la Toscana, muy cerca de la Isla de Giglio, un paraíso de 800 habitantes. Era uno de los cruceros más grandes del mundo; medía 290 metros de largo y 61 de alto. Contaba con 1.500 camarotes, 5 restaurantes, 13 bares, teatros, casinos, discotecas, piletas de natación, jacuzzis, circuito de running y simulador de Fórmula 1 entre otras comodidades y atracciones. 4229 personas, entre pasajeros y tripulantes, iban a bordo.

El capitán Francesco Schettino hizo que la nave pasara muy cerca de la Isla de Giglio. Fuera de rumbo, el crucero chocó con una gran piedra. El barco naufragó. En poco tiempo quedó acostado en el agua. Murieron 32 personas y más de 100 sufrieron heridas.

Tiempo después del suceso apareció un video filmado con un teléfono. No se sabe quién lo grabó. El choque había ocurrido hacía una hora. En el puente de mando del Costa Concordia sólo hay confusión. Si el capitán no se hubiera hecho célebre (en inglés tienen una palabra perfecta para determinar la celebridad pero por los motivos equivocados: infamous), nadie que vea ese video podría decir que él era el que estaba al mando. Nadie da órdenes. No se toman decisiones. Sólo se ve confusión y parálisis. Y un poco de resignación. No hay discusiones. Alguien, fuera de campo, avisa que los pasajeros ya empezaron a evacuar por su cuenta. Schettino responde: “Bueno, está bien”. Unos minutos después sonó la alarma de evacuación. Una hora y trece minutos después del choque. El crucero, mientras tanto, estaba siendo, lentamente, tragado por el mar.

Durante la tarde del 13 de enero, el maitre general del Costa Concordia fue a hablar con el capitán Schettino. Necesitaba pedirle un favor. Dio algunas vueltas hasta que se animó. Quería que el crucero se acercara a la costa de la Isla de Giglio, su tierra natal. Quería que sus familiares y sus amigos de la infancia vieran que le había ido bien, que apreciaran el lugar en el que trabajaba. El capitán aceptó de inmediato. Schettino era afable y esos pequeños gestos de demagogia, creía él, lo fortalecían ante la tripulación. Además haría sonar las sirenas del crucero en honor a un ex capitán que ahora vivía en la isla (en el juicio Schettino dijo la maniobra era un buen 3X1: además servía de publicidad para la compañía). Desviarse de su curso original no era algo tan inusual en los cruceros y solía ser atribución exclusiva del que estaba al mando. Pero ese gesto amable, el homenaje improvisado, terminó en tragedia. La colisión con unas rocas abrió una vía en el casco y el agua y el tiempo hicieron el resto.

Schettino, más allá de los delitos tipificados por el Código Penal Italiano por los que después sería juzgado, incumplió otra norma, acaso más sagrada: abandonó el barco, su barco, antes que cientos de pasajeros. Mientras algunos no conseguían bote y se lanzaban con desesperación al mar, él ya estaba en la costa mirando el desastre.

La evacuación fue caótica. Nadie dio las directivas necesarias, ni llevó tranquilidad. Nadie se preocupó por organizar la salida ordenada. En algunos botes hubo más de 70 personas, 30 más de las indicadas. Pero la mayoría de la tripulación, capitán incluido, se puso a salvo muy rápidamente.


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