Naldo Labrín: “No hay contradicciones entre la música académica y la popular”

Naldo Labrín: “No hay contradicciones entre la música académica y la popular”

El músico neuquino, fundador del grupo Sanampay, fue guitarrista y arreglador de Alfredo Zitarrosa. La relación con Atahualpa Yupanqui y con Mercedes Sosa. Sus vínculos con Tucumán.

COMPAÑERA ETERNA. Reinaldo “Naldo” Labrín y la guitarra son inseparables desde la niñez del músico, de extensa carrera dentro y fuera del país. COMPAÑERA ETERNA. Reinaldo “Naldo” Labrín y la guitarra son inseparables desde la niñez del músico, de extensa carrera dentro y fuera del país.

Una identidad “palíndroma” se estampa en su pecho. En ese Neuquén rural de las afueras de la ciudad, sus 76 años han visto la luz. La sangre mapuche de su madre y los genes de un agricultor chileno fluyen por los arroyos de sus pensamientos. Los sonidos de la acordeona a dos hileras y de la guitarra viven en las manos de su hermano y se le trepan a la mollera de sus sueños changuitos. Ecos de Atahualpa Yupanqui, Mercedes Sosa, Alfredo Zitarrosa, Sanampay, grupo que creó en el exilio mexicano, se entreveran en la charla. “A los 12 años pude concurrir a una profesora de guitarra, quien me enseñó la grafía musical, aprendí las notas, las escalas y accedí a los métodos de Sor y Carulli; a los 19, me radiqué en Bahía Blanca y allí asistí al Conservatorio Municipal. Luego continué mis estudios de guitarra con la célebre María Luisa Anido, me seleccionó entre varios aspirantes, pues ya estaba grande y tenía pocos discípulos. Luego estuve con el maestro Roberto Lara y por último, con Irma Constanzo. En mi infancia, se oía en las radios y en fiestas familiares música folclórica, diría que ese fue mi primer universo sonoro, luego el estudio me descubrió la música académica, y ambos géneros conviven en mí desde entonces”, dice Reinaldo Naldo Labrín, también compositor, director orquestal y fundador de orquesta y coros.

- ¿Cómo te relacionaste con Yupanqui sobre quien publicaste un libro en estos días?

- Viviendo en Bahía Blanca lo conocí. El sonido de su guitarra ejercía en mí una fuerte atracción y deslumbramiento, así como también su decir y su pensar sobre la condición humana. Mi primer encuentro con él fue desgraciado, había oído por radio en mi pieza de pensión que actuaría al día siguiente, averigüé su hotel y me fui corriendo, como quien va a encontrarse con su padre. Llegué agitado, pregunté por él y me indicaron que estaba en el bar del hotel con una persona. Me acerqué e interrumpiendo la conversación comencé a hablarle; me miró y dirigiéndose a su interlocutor le dijo: “¿se da cuenta lo imprudente que es la juventud?” Y volviéndose a mí dijo: “estaba recitándole a mi amigo un poema de Santos Chocano hasta su interrupción, ahora es imposible retomar el clima de ese poema...” Me sentí tan avergonzado, que retrocediendo pedí disculpas, él me dijo: “siéntese en esos sillones y lo llamaré”. Ya con él, le abrí mi corazón de joven artista, mis ilusiones en la música, mis esperanzas provincianas, me miraba fijamente y comenzó preguntando por mi inclinación a compositores académicos, le hablé de Bach, Mozart, Beethoven, Haydn y otros. Me preguntó sobre autores y poetas nacionales, luego le hablé de Esquilo, Sófocles, Aristófanes, tenía pasión por el teatro griego. También en ese tiempo joven me interesaba la historia argentina y le nombré varios autores. A partir de entonces comenzó una relación muy particular; instalado en Buenos Aires, nuestros encuentros eran periódicos, siempre impulsados por él; me invitaba a comer, lo cual ayudaba mucho a bajar mi hambruna estudiantil, me traía siempre un disco o un libro de regalo. Así descubrí a Howard Fast, Herman Hesse, Confucio y muchos más. Me contaba episodios de su vida política, sus sueños y desencantos, me asombraba descubrir lágrimas en sus ojos en ciertos relatos difíciles en su historia personal, su preferencia de oír a Johann Sebastian Bach y descubrir antiguas canciones perdidas en el olvido. Debo decir que influyó sobremanera en esa etapa de mi vida. Cada vez que llegaba a México me llamaba de inmediato y continuaban nuestras charlas; su antiperonismo era superlativo, me lo hacía sentir, sabía de mi posición ideológica, me castigaba a menudo por ello. Propicié un encuentro entre él y Silvio Rodríguez (quien lo admiraba mucho) y refiriéndose a mí le dijo: “el día que abandone la politiquería surgirá su gran potencial artístico”. Decidí entonces no continuar esa relación, pues era tanto mi cariño hacia él que me lastimaba su continuo juzgamiento. Nenette (esposa de Yupanqui) me preguntó por qué no contestaba sus cartas de París, entonces le conté mi ánimo y me dijo: “no le haga caso, Atahualpa es un niño”. Por lo tanto esa amistad no terminó bien, pero en mi recuerdo lo llevo muy adentro y agradecido.

- Una milonga fraterna te unió a Alfredo Zitarrosa y fue el puerto para hacer cosas juntos...

- Lo conocí en 1972 en Buenos Aires, iniciamos una hermosa amistad y empatía, unidos por el culto a la milonga que ambos profesábamos. En 1975, me propone trabajar, en una obra suya llamada “Contracanciones”, basada en un ritmo de milonga con célula trunca que él llamaba milonga negra. Ese proyecto se truncó cuando el exilio nos expulsó a España a él y a mí, a México. En 1978 me llama desde París Daniel Viglietti, preocupado por la situación emocional de Alfredo, diciéndome que no escuchaba a nadie, no quería ver a nadie; vivía encerrado en un pequeño departamento en Madrid, acosado de deudas y sin trabajo. Sabiendo de nuestra amistad, me pidió que intercediera, así lo hice y logré llevarlo a México, país en el que se sintió bien y con deseos de hacer cosas. Retomamos el viejo proyecto, que ahora se llamaba Guitarra Negra, lo arreglé para orquesta de cuerdas, guitarras y coro (realizado por Sanampay de México) se editó un disco que tuvo buena aceptación en México y luego se replicó en España. Fui su primera guitarra durante años y arreglador de sus canciones, tuvimos una estrecha amistad y regresamos juntos a Argentina en 1983 con cuatro recitales en Obras Sanitarias, de Buenos Aires, colmado de público entusiasta por el regreso de Alfredo. Fue entonces que decidí volver a vivir en mi provincia, cuando se lo comuniqué no quería aceptarlo, nos entendíamos mucho en la producción musical y nos unía un fuerte lazo afectivo. Me hizo prometerle que cuando él pudiera regresar a Uruguay lo haríamos juntos; pero no le cumplí por mis obligaciones en Neuquén, me arrepentí mucho cuando vi la filmación de su entrada a Montevideo desde el aeropuerto Carrasco: una multitud lo esperaba a los costados de la ruta, iba saludando desde el auto que lo transportaba, le tiraban flores y aplausos.

Naldo Labrín: “No hay contradicciones entre la música académica y la popular”

- ¿Acompañaste en algún momento a Mercedes Sosa?

- Con Mercedes nos tuvimos un cariño muy especial, nos veíamos poco, pero siempre ella recordaba cuando nos conocimos en Cosquín de 1965 y andábamos juntos observando ese fenómeno naciente, los intereses comerciales de productores y dueños de empresas discográficas. Ella, junto a Oscar Matus buscaban su espacio al igual que yo y mi conjunto de entonces, Las Voces del Sur. Fui testigo de la trastienda entre Cafrune y Mahárbiz, cuando la tomó de la mano detrás del escenario y la empujó a su consagración ante la multitud presente en la plaza. En 1967, a pedido de ella, le pasé a Kelo Palacios las canciones de Violeta Parra que me había escuchado en un pequeño Café Concert de la calle Mitre en Capital, grabando un disco completo con las canciones de la chilena. Luego me visitaba en mi casa de México, pasábamos horas conversando hasta el amanecer sobre nuestro país, música, autores, en fin intereses comunes. La recuerdo con gran ternura, fue para mí una hermana; por ello Fabián Matus siempre me dijo tío.

- Sanampay dejó una huella en la música latinoamericana, ¿qué características tenía el conjunto, cuál era su búsqueda?

- Nació en 1977 en México. Observé que había pocos grupos vocales e instrumentales y pensé que había un espacio para ocupar; mi primer trabajo en el país azteca fue como solista de guitarra en una reconocida peña del Distrito Federal, había un elenco de cinco números en la noche y allí conocí distintos cantores mexicanos y de otros países. Convoqué entonces una joven mexicana de 20 años, Guadalupe Pineda Aguilar (sobrina del mítico Antonio Aguilar), un marroquí que tocaba excelentemente la quena, y dos argentinos recién llegados al país: Delfor Sombra y Eduardo Bejarano. Corría febrero de 1977 cuando debutó Sanampay en el auditorio de Librería Gandhi, un prestigioso espacio cultural. A partir de ahí se instaló en el gusto del público mexicano, alcanzando una gran popularidad, sólo su nombre llenaba el Auditorio Nacional, que en ese entonces tenía 12.000 plateas. Por ello fue contratado para dar a conocer dos cantautores cubanos: Silvio Rodríguez y Pablo Milanés. Ha grabado más de 30 títulos discográficos, actuó en EEUU, Cuba, Nicaragua, Ecuador, Uruguay y a partir de mi regreso a Argentina se ha presentado en muchas provincias.

- ¿Qué te une a Tucumán?

- Mi relación con esa hermosa y legendaria provincia es a través de nombres creadores, en primer lugar quiero recordar a Leda Valladares, no fuimos amigos, pero en 1974 hicimos junto a Huerque Mapu (grupo que fundé en 1972) una programación por todas las facultades de la Universidad de Buenos Aires, en esa época el grupo era muy convocante de la juventud, entonces se me ocurrió llevar a Leda para que les cante y los haga cantar coplas a los estudiantes universitarios; fue un éxito total y siempre me agradeció esa iniciativa. También está mi admiración por el Chivo Valladares, sus canciones siempre me parecieron de una honda raíz tucumana, por lo tanto argentina; al catamarqueño-tucumano Pato Gentilini, Juan Falú, los Hermanos Núñez, en fin, señeros de la canción argentina.

- ¿La música es un aleteo del alma?

- La música se divide en buena o mala; por ello no hay contradicciones entre lo académico y lo popular, pueden convivir perfectamente ambos géneros y complementarse entre sí. Hay muchos ejemplos, en la historia de la música, que ratifican este concepto: Stravinsky, Dvorak, Leonard Bernstein, Mikis Theodorakis, Waldo de los Ríos, Agustín Barrios, Sergio Ortega, Luis Advis, Arturo Márquez y muchos más. Utilizo lo estudiado en música de cámara en cualquier canción a crear, la forma es muy importante a la hora de componer; hay canciones anónimas del folclore, que parecieran escritas por un académico, pensando en exposición, desarrollo y recapitulación de un corpus musical. Por ello no es aconsejable separar taxativamente los géneros, es bueno dejar fluir las formas naturalmente, confiando en lo que hemos estudiado y oído. Lo demás vendrá solo, ratificando tu pensamiento: “la música es un aleteo del alma”.

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