Manzur, el candidato de la oposición

Manzur, el candidato de la oposición

La grieta no es una trampa, es el modo nacional de subsistencia política. Reditúa para polarizar; unas veces ganan unos, otras se imponen otros. Alternancia democrática, según osan decir. El estilo de los irresponsables. Pobre país si en el 2022 la disputa política se reduce a tratar de imponer los caprichos agrietadores, tanto de los que creen que desde el Poder Ejecutivo quebrarán a los opositores como los de la oposición que aspiran a condicionar la gestión del oficialismo. La firma del Consenso Fiscal y la caída del Presupuesto conllevan esas intenciones, más allá de las excusas y de las justificaciones de tinte económico para avanzar en una u otra dirección.

Y lo admiten sin tapujos, de un lado amenazando con la falta de obras por la pérdida de la hegemonía parlamentaria, del otro lamentando el descuido por no contar con tres diputados para voltear otra iniciativa del Gobierno nacional. El negocio de la grieta, de imponer o del no dejar hacer. País de eternos salvadores, para los que los conceptos consenso, diálogo y pacto sólo tiene validez discursiva; sólo se dice, no se hace. En modo argentino. No se atiende a la mayoría por ser silenciosa y sufrida sino a los fanáticos, minoritarios pero ruidosos, de cada lado. Los intereses de unos pocos por sobre los de todos. La mayoría elige, vota; pero los que gobiernan sólo responden a sus minorías, las que a diario le construyen un templo a la grieta. Si no, no se entiende por qué si todos están de acuerdo en que al país se lo saca entre todos, con un gran consenso nacional, no sobreviene un acuerdo para fijar un plan de desarrollo y crecimiento.

Lo único que crece es la pobreza. La rebelión de los pobres está contenida. Diciembre está pasando sin caos social como hace 20 años, pero con marcos económicos que delinearán las acciones políticas. Sin Presupuesto, la discrecionalidad en el manejo de los recursos será patrimonio del PEN; algo que no racionalizó debidamente la oposición cuando hizo valer el número legislativo para doblegar al oficialismo sin pensar que condicionó a los funcionarios con responsabilidades ejecutivas de su propio espacio: gobernadores e intendentes. El radical Gerardo Morales lo expuso al decir que no fueron inteligentes ni responsables; la grieta por sobre el consenso. Las formas por encima del contenido.

El jujeño miró feo a sus socios del PRO, cuyo líder, Mauricio Macri, alienta el distanciamiento con el Gobierno sin guardarse epíteto descalificador. Se dirige al núcleo duro de su espacio con un mecanismo que lo llevó a la presidencia: el otro miente, es corrupto y son impunes. Su némesis, Cristina, le hace eco vía Twitter. Si ambos se convierten en los guías del oficialismo y de la oposición el año que viene sucumbirá la moderación y nada bueno sobrevendrá para el país. Muro al consenso.

Morales exige diálogo con el Gobierno nacional. Él firmará, junto a los otros gobernadores radicales Rodolfo Suárez (Mendoza) y Gustavo Valdes (Corrientes) el consenso fiscal; Rodríguez Larreta no. Diferencias políticas no solo frente al oficialismo sino también internas, propias de Juntos por el Cambio. Necesidades distintas. El acuerdo anticipa las intenciones del justicialismo: dividir a los que están ahora juntos, radicales y macristas. Los correligionarios ya han dicho que quieren conducir el espacio, y pueden aprovechar este tipo de diferencias a la que los obliga el Ejecutivo para tensar la relación en la sociedad, mostrando que mantener canales de diálogo con el Gobierno no es inconveniente. Aperturistas versus agrietadores. En un año que será para definir posicionamientos y liderazgos, introducir esa línea divisoria en la sociedad implica asumir un riesgo político para la principal oposición.

A ese fuego lo alimentará el Gobierno nacional, algunas lapiceras del gabinete principalmente, como Manzur que, al decir de Mansilla, está gobernando el país. La frase marca, más que nada, que la ausencia del presupuesto 2022, empoderó al tucumano, ya que él será el que dispondrá los recursos para las provincias. La discrecionalidad estará de su parte para redirigir los fondos, un juego de poder que ya supo usufructuar al frente del Ejecutivo provincial disponiendo de ayudas especiales para municipios opositores. Negociar para dividir, o para fortalecerse. A las peronistas sí, a las radicales un veremos condicionado, a las del PRO no, que la CABA juegue sola.

Es que cuando Juntos por el Cambio le negó el presupuesto a Alberto Fernández, convirtió tácitamente en candidato presidencial a Manzur, quien llegó a la Jefatura de Gabinete con ese pensamiento entre ceja y ceja. Lo potenció desde el Congreso. Casi le delegó el poder de la lapicera, que tradicionalmente se le atribuye al Presidente. Inesperadamente la oposición vino a darle una mano y hacer crecer sus acciones en el Gobierno. No es inocente que Alberto, cuando toda la oposición lo dejó sin la ley de leyes, rápidamente haya salido a sostener que peleará por la reelección. Mírenme a mí, no a Manzur. Recelo. Y menos todavía que Cristina haya salido a defender a su compañero de fórmula de los ataques de Macri, algo inusual en ella, una excusa para respaldar de esa manera las pretensiones del Presidente. La vicepresidenta le avisa al tucumano que no es su candidato; aún.

La oposición, sin pretenderlo, también dibujó un nuevo esquema de poder en el oficialismo, porque ubicó a Manzur en la carrera presidencial. Suceso potenciado, además, por Waldo de Pedro, cuando afirmó que Máximo Kirchner no será candidato en 2023. ¿Si no es él, quién? Alberto se cansó de descalificar a Cristina, y si la jefa de Estado lo eligió para que sea presidente, ¿por qué no pensar en alguien que le dijo que ya fue? Manzur puede estar viviendo su mejor momento político, pero así también debe intuir que se transformó en sujeto de desgaste político, tanto de la oposición como de la propia interna oficialista. A aguantar los embates el año próximo o bien regresar.

Mansilla deslizó que no cree que retorne a la provincia justo en el año de instalación de dirigentes, de lucha por los liderazgos y del reordenamiento interno de los espacios. En el medio del desarrollo de todos esos procesos políticos estará el país, lo que lleva a preguntar si a la hora de gestionar se impondrán los irresponsables o los antigrieta en el 22. Profundización de la ruptura o apuntalamiento de consensos. Si las conductas limitan su horizonte al 2023, ganará el quiebre, si se amplía la mirada debería imponerse el diálogo. En ese marco, los protagonistas a seguir son unos cuantos para determinar qué se privilegiará a nivel nacional: Cristina, Alberto, Manzur, Massa, Máximo, Macri, Morales, Rodríguez Larreta, Patricia Bullrich, Lousteau y Manes.

Manzur, al subirse a ese escenario de personajes a observar, incide de otra manera en el peronismo tucumano; ya no es el que dejó huérfanos a los manzuristas, ahora es el tutor de todos. Porque una cosa es haber asumido en la jefatura de Gabinete para respaldar y ayudar a su amigo Alberto en medio de una crisis política, y otra convertirse en su posible sucesor, por lo menos circunstancialmente. El volumen del poder político cambia, los pesos específicos se alteran. Incluso no es lo mismo volver a Tucumán desgastado como funcionario nacional que como aspirante presidencial. Debilitado o fortalecido, la relación con Jaldo se modificaría. No sería igual enfrentar a un funcionario fracasado que a un precandidato presidencial. Todo se mira en el peronismo.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios