Parece diciembre, pero del 22
Parece diciembre, pero del 22

En los años pares los gobiernos suelen abocarse a la gestión; un año antes los comicios definieron las composiciones legislativas y al siguiente sobrevienen las renovaciones de autoridades. Pares de gestión, de institucionalidad y debate; e impares electorales, políticos y conflictivos. En 2006, por ejemplo, Néstor Kirchner desarrollaba una buena administración -se traducía en una buena imagen, arriba del 50%-; en 2008 ocurrió la pelea con el campo que marcó la gestión, en 2010 se sancionó la ley de matrimonio igualitario, 2012 fue el  del voto a los 16 -y el de la tragedia de Once-, 2014 fue el de la peor devaluación del peso en una década y de las denuncias de corrupción contra funcionarios del Gobierno -más de 700-, en 2016 Macri usufructúa el DNU para gobernar -nombró jueces de la Corte-; 2020, el de la pandemia, fue el de la legalización del aborto. En Tucumán, el 2006 fue el de la Constituyente y la aparición de los acoples en la Carta Magna. Si bien es una simplificación, indica que el par que viene debería ser eminentemente preelectoral y de gestión, o menos político. Pero no.

La movida opositora de dejar sin Presupuesto al Gobierno anticipa los intereses que delinearán el año próximo: la disputa por los liderazgos. La política será un gran ring side. Será el año del nacimiento de nuevos líderes; vaticina un ex legislador. 2021 concluye con fuertes sensaciones políticas: el de una oposición consolidada y optimista respecto del 23 -la palabra transición y el concepto de rebelión popular son los que más repite-, y el de un oficialismo debilitado por el desgaste de las relaciones internas de la coalición, con grupos en permanente tensión. El debate por el Presupuesto lo expuso: mientras unos oficialistas negociaban con gobernadores y diputados para obtener votos -tarea en la que fracasaron Manzur y Massa, entre otros-, otros trabaron un eventual acuerdo con la oposición, como Máximo Kirchner.

La oposición así cierra el año mostrando que ganó, que cogobierna y que está unida; mientras que el Gobierno expone su debilidad política, avisado de que la gestión será complicada durante el año par, porque el que viene será desbordado por los preparativos de recambio para el 23. El año concluye con fuertes discusiones internas en Juntos por el Cambio y en el Frente de Todos, apuntando a la renovación de autoridades. El tiempo que se viene será de la lucha por definir los liderazgos en ambos espacios, una carrera en la que prácticamente quedó afuera Alberto Fernández. Lo del Congreso fue una muestra, allí también se definían roles; necesariamente la oposición debía mostrar su poder y demostrar que triunfó en los comicios, nada mejor entonces que voltear el Presupuesto al oficialismo.

Jugaron a mostrar quién es más opositor, interpretaron en la Casa Rosada. En realidad los opositores fueron más halcones que palomas, o bien se impuso la visión más intransigente respecto del poder central. Las circunstancias se presentaban propicias. El consenso no les interesó a ninguno, a unos porque creían que podían conseguir las voluntades suficientes negociando con gobernadores, y a los otros porque necesitaban de una demostración de fuerza, incluso apuntando dentro del propio espacio. Porque ya late la interna radical y la propia del PRO, y la que sobrevendrá entre ambas estructuras políticas para ver quien comanda la alianza de cara al próximo año impar.

Como bien lo sintetizó un referente capitalino del PJ: no parece diciembre del 21, sino diciembre del 22. Aunque en los discursos políticos se repita hasta el cansancio que el consenso se impone como una exigencia de la hora por la paridad de fuerzas legislativas, no es el camino de la dirigencia; la última sesión de la Cámara de Diputados lo refleja: no había intenciones de arreglar, sino de imponerse al otro. Uno lo logró. Uno quería un presupuesto, del otro lado otro intransigencia, porque no están pensando en el año par de la gestión, sino viendo el impar, donde el poder se pondrá en juego.

Se echarán culpas del fracaso colectivo: que la sinrazón de un lado, que los discursos agresivos del otro, que las presiones internas; la única verdad es la realidad: no supieron o no quisieron ponerse de acuerdo. Cada uno con sus propios objetivos a cuestas, y con internas que pueden resultar salvajes en los próximos meses. La institucionalidad puede ser la que cruja, y abajo la sociedad. Los más fanatizados disfrutarán los triunfos políticos de sus referentes.

Si hubo quienes impusieron su criterio, a fuerza de los democráticos votos, por las razones que sea; hubo derrotados en el oficialismo que no supieron hacer bien los deberes o bien que el desafío de lograr imponer el Presupuesto les quedó grande. Si como se suele repetir, el Presupuesto es la visión que tiene el Gobierno para gestionar el país, el oficialismo quedó ciego a medias, ya que puede recurrir al del presente año. En ese juego, hay piezas con responsabilidades políticas, los que debían buscar consensos, pactar, imponer o ceder. El Presidente tenía en Manzur una de esas piezas. Si  es por el resultado, el tucumano le fracasó a Alberto. O lo que hizo no fue suficiente para torcer la voluntad de algunos diputados a partir de dialogar con gobernadores. Impericia, falta de oportunidad, escaso poder de convencimiento, ausencia de cintura política. ¿Qué primó en el oficialismo?

Desde la Casa Rosada hasta el Congreso hubo un puente de tres nombres: Manzur, Massa y Kirchner. Los tres deben colgarse la mochila del fracaso político oficialista. “Daño va a haber”, dijo Jaldo apuntando sus dardos a la oposición, sin mencionar al oficialismo ante la ausencia de un presupuesto. Es decir, no señaló a Manzur, lo dejó fuera de la ecuación. Sin embargo, si en el año par, en el de la gestión, el médico sanitarista iba a jugar un rol clave para que la provincia tuviera recursos y obras, este mal paso en la Cámara Baja pone en dudas todo el optimismo previo. Las obras públicas y la inyección de fondos son fundamentales para sostener una gestión. Con Manzur en la Rosada se cayó la excusa de que como estaba Macri en el poder central Tucumán no recibía obras. Con el Jefe de Gabinete venían sonriendo hasta el viernes: había $ 33.000 para obras -están asegurados, pese a todo, según Jaldo-, pero sin el Presupuesto todo se pone en dudas. Y estamos a 20.000 votos de que nos empaten, reflexionó un ex funcionario peronista, para poner en valor lo que puede significar la ayuda de la Nación en el 22 pero pensando en el 23: el riesgo que se corre sin el auxilio nacional.

Si como admiten desde el propio oficialismo, habrá problemas para municipios y provincias, hay que pensar en términos electorales la influencia de la administración que viene. Y en Tucumán, como en el plano nacional, también se dará la pelea por el liderazgo, porque todos tienen que salir acomodados de cara a 2023. En la oposición, las urnas anotaron a dos líderes: Germán Alfaro y Roberto Sánchez. La normalización de la UCR local, prevista para abril, con una conducción nacional unificada detrás de Gerardo Morales, puede sumar nuevos referentes a la carrera por la conducción del espacio opositor.

Si se mira al oficialismo, ¿quién lo lidera hoy? Más aún, quién emergerá el año que viene como el jefe del peronismo, donde ocurre algo raro: el que ganó las primarias ya no está, se fue con Alberto; el otro, que conduce un espacio interno del partido, está al frente de una gestión con funcionarios que no le son propios. Así, ¿quién lidera? O mejor, aún, quién surgirá como la cabeza del peronismo en 2023, y por qué medios. El oficialismo está en un impasse, porque los que quedaron en Tucumán en parte dependen de la suerte de Manzur en la jefatura de Gabinete. Si vuelve habrá que barajar y dar de nuevo. En el tema Presupuesto nacional no le fue bien, o por lo menos fue uno de los responsables políticos del fracaso institucional del Gobierno. No es una buena noticia para la gestión provincial.  

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