Sexualmente hablando: vulnerabilidades

Sexualmente hablando: vulnerabilidades

Sexualmente hablando: vulnerabilidades

Por más alta que sea nuestra autoestima, todos tenemos aspectos en los que somos inseguros, en los que nos sentimos vulnerables, aunque no siempre seamos concientes. Por eso es tan importante el trabajo interno, mirar hacia adentro, dónde nos aprieta el zapato, de manera que podamos vincularnos con los demás en forma sana, lo menos contaminada posible. Un trabajo interno que por lo general viene de la mano de una psicoterapia, pero también puede provenir de otras vías y experiencias.

Identificarlas primero

Entender el origen de nuestras vulnerabilidades puede ayudarnos mucho a manejarlas, a identificar cuándo estamos poniendo afuera, en el otro, un problema que en realidad es nuestro. Una herida, un dolor, un temor, etcétera, que viene del pasado, casi siempre conectado a la niñez, y que nos ha dejado sensibles respecto a algún tema.
Así, si por algún motivo nuestra pareja nos ignora y esa actitud nos remite a cuando nos sentíamos ignoradas de niña, lo más probable es que nos entristezcamos o enojemos al pasar por un período en el que el otro está, por ejemplo, muy ocupado con su trabajo.
Dado que las vulnerabilidades están profundamente incrustadas en nosotros, su aceptación y toma de conciencia puede ser un importante pronosticador del futuro de una relación: todo irá muy bien si la pareja identifica estas cuestiones y cada uno trabaja para mejorar lo propio y aceptar lo del otro. La perspectiva es desalentadora cuando se niegan estos aspectos o cuando se critica al compañero/a por los suyos, insistiendo en que eso no debería estar allí, que es una exageración.
¿Cuáles son las vulnerabilidades emocionales más comunes? Aquellas referidas al abandono o rechazo (“no me dejes”), sentirse abrumando (“estoy atrapado”, “no puedo afrontar esto”), no ser suficientemente satisfactorios/as (“decime cuánto valgo”), a ser ignorado/a (“prestame atención”), a perder el control (“tengo que hacer todo”, “todo depende de mí”), a no ser querido (“quereme”, “demostrámelo todo el tiempo”).

La niña que fui

Cuando una vulnerabilidad se activa -por ejemplo, el otro se olvidó de un aniversario- la tendencia es a dejar de responderle a la pareja tal como es, y comenzar a contestarle como si fuera alguna otra persona, por lo general alguien del pasado -frecuentemente uno de los padres- que nos lastimó o asustó, aunque no tengamos un recuerdo conciente de eso.
Si ignoramos esto, atribuimos al otro los motivos de esa antigua figura, o mejor dicho los motivos que creemos que tuvo (interpretamos que no somos tan importantes para él/ella y que por ende no nos priorizó). Y desde ahí hablamos… o gritamos. Desde esa niña o niño indefenso, que dependía absolutamente del otro, de su mirada, de su aprobación, de sus demostraciones de amor.

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