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“Fue un papelón”, inició su relato el colega Hernán Castillo por TNT. “Le pegaron a la gente, a nenes, a nenas, a gente grande, a socios, a los que pasaban por ahí. Un asco cómo maltratan a la gente”. Castillo hablaba de algo que apenas unos pocos hablaron. Decía que la fiesta del River campeón el jueves pasado en el Monumental “no fue una masacre de casualidad”. Contaba de ingresos que se abrieron con casi una hora de retraso y aficionados que pagaron hasta 5.000 pesos una entrada corriendo desesperados entre la multitud. Porque al menos unos 3.000 de ellos se quedaron sin poder entrar. “Es cierto que hubo 2.000 que se querían colar, pero soluciónenlo de otra forma. Llevan años haciendo cuarenta operativos por fin de semana, anoche había mil policías y los clubes pagan una barbaridad por los operativos. Aprendan de una vez”, pidió Castillo a los responsables.

Basta con ver algunas de las imágenes que están en la web. O leer las quejas de los hinchas en las redes. “Nunca tuve tanto miedo entrando al Monumental”, dice por ejemplo un hincha. “Socios que pagaron la cuota durante toda la pandemia tratados como ganado”, escribió otro. Muchos critican también al propio River. A sus dirigentes. Los ingresos en Udaondo y Alcorta fueron demorados por la policía porque supuestamente el Monumental ya estaba lleno. Y los molinetes terminaron siendo liberados porque comenzaba el partido. La desesperación de los hinchas con entrada y el desorden de los que querían colarse fueron “solucionados” con puro maltrato policial. A palazo limpio. Es cierto que la fiesta en el estadio fue notable. Desde el Monumental entero gritando “Diego, Diego” como acaso nunca antes, hasta la premiación y las ovaciones incluidas para el “Muñeco” Gallardo, que en pocos meses rearmó un equipo diezmado por lesiones (25 en 27 fechas) y terminó coronándose por paliza, a puro gol, y la gran figura del pibe Julián Alvarez, líder de la campaña, pero fuente segura además de los próximos dineros que servirán para equilibrar las cuentas y seguir tentando a la difícil continuidad del DT.

En medio de tanta fiesta, claro, habrá quedado poco espacio para contar la violencia que sucedió antes. Si hubiera sido otro el estadio, otra la policía, otro el club, acaso no habríamos tenido tanta omisión. Todo pasó además a sólo días del homicidio del pibe Lucas González, el jugador de la sexta división de Barracas Central. Un crimen que apunta también a la Policía de la Ciudad de Buenos Aires. Llamó la atención que, al pronunciamiento de la AFA y al gesto en la final del Ascenso, casi no hayamos escuchado a cracks de renombre pidiendo justicia para Lucas. Todos ellos fueron también jugadores de Sexta en su momento. Pero no. No se los escuchó. Ahí es cuando volvemos a pensar en Diego Maradona. Diego era de los que solía no dejar pasar por alto cosas así. Hacerse escuchar. Por eso, entre otras cosas, Maradona fue siempre un ídolo incómodo.

El jueves, primer aniversario de su muerte, participé de una presentación del libro “Rey de Fiorito” que se realizó exactamente a setenta metros de su primera casa, en la calle Azamor 523. Procesión, antorchas, cumbia, falsos influyentes, banderas argentinas, camisetas de todos los equipos, mucho amor, televisión francesa y libro. Mundo Maradona en su más pura expresión. Al día siguiente vi el décimo y último capítulo de “Sueño Bendito”, la serie de Amazon. Vi también escenas del homenaje en Nápoles. Altares y murales por toda la ciudad. Y escuché en Spotify los seis episodios de “Los últimos días de Maradona”. El Diego inabarcable. Porque habrá más libros y películas. Porque Diego, calidad al margen, es el crack con mejor narrativa de la historia del fútbol. Allí están todas sus historias. Las de la alegría que reinan en la tele. Y también las del dolor. El dolor no sólo por su muerte. Sino ante todo por los demonios internos que lo empujaron a la autodestrucción.

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